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Miguel Ángel Perera, acompañado de su cuadrilla, posó junto a la infanta Cristina tras la corrida. :: efe
Una Beneficencia decepcionante
toros

Una Beneficencia decepcionante

El Juli, más terco que brillante. Perera, sin fortuna en el reparto de toros

BARQUERITO

Jueves, 4 de junio 2015, 09:16

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madrid. El Juli no dio tregua ni al primero ni al segundo de su lote. El uno, cinqueño, remangado, aparatoso y astifino, bajo de agujas, 490 kilos, lustroso; el otro, también cinqueño, descarado, ensillado, muy levantado, de embestidas en principio escupidas. A los dos toros se los dejó El Juli casi crudos de varas, y los dos se resolvieron al ataque. Con franqueza y buen son el primero, el mejor de la corrida; sin entrega ni ritmo el otro, tercero de sorteo, del hierro de Toros de Cortés.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros. Cinco toros de Victoriano del Río -el tercero, con el hierro de Toros de Cortés- y un sobrero -6º bis- de Montalvo (Juan Ignacio Pérez-Tabernero).

  • uToreros. Mano a mano. El Juli, ovacionado en los tres. Miguel Ángel Perera, silencio, aplausos tras aviso y silencio.

  • uPlaza. Madrid. 27ª de San Isidro. Corrida de la Beneficencia. Lleno. Bochorno, entoldado, ventoso. Dos horas y cuarto de festejo. La infanta Elena, en el Palco Regio, presidió en representación de los Reyes. Le brindaron sus primeros toros El Juli y Perera.

La primera de las tres faenas de El Juli fue con diferencia la más lograda y redonda. Tarde ventosa. El viento condicionó demasiado, pero en ese primer trasteo no llegó a interponerse en serio. La idea de El Juli de torear sin tregua ni apenas pausas pudo ser una manera de contrarrestar o acallar el contrambiente que en torno a su figura y su sentido del toreo se genera en la plaza de Madrid. Aquí le hacen sentir el peso de la púrpura. Sin tregua. La faena fue como un chorro continuo. Pero hasta en las tandas más logradas de una serie de no menos de diez se pudo sentir un punto de precipitación. Más muletazos cortos que largos, la figura compuesta. Pases con la zurda de arrastrar la muleta, tandas de hasta cinco o seis ligados, cambios de mano, remates a pies juntos con la izquierda encarecidos por la cara tan aparatosa -dos garfios- del toro. Con la mano derecha cuajó El Juli casi al final de trasteo una tanda despaciosa. En faena más pausada o más breve, habría sido una cumbre. El Juli se perfiló en la suerte contraria y enterró al salto media tendida y trasera. Se aculó en tablas el toro. Tres descabellos. Aplaudieron en el arrastre al toro. El Juli, ovacionado, no quiso salir a saludar.

Pronto vino a saberse que la corrida era todo menos pareja. De una desigualdad inocultable. No solo por las diferencias de peso, sino sobre todo por las hechuras, tan dispares. Y por el estilo. El primero de los tres de Perera, blando en varas como todos sin excepción, no tuvo celo ni voluntad, sino desgana, viajes sin entrega. Pegó algún cabezazo cuando se cansó. Y se huyó. Pitos en el arrastre. Perera, que solo pudo dejarse ir en una tanda -más no quiso el toro-, pareció esperar mejor fortuna. Talludo, vuelto de pitones, de traza más fea que armoniosa, engallado, el tercero quiso irse a los caballos de pica en cuanto abrieron la puerta de cuadras y cuadrillas. Lo hicieron varios toros de la corrida. Una rareza de tantas. Estaba en un tendido de sombra David Mora, tan gravemente herido en el San Isidro de 2014, y El Juli le brindó la muerte del toro y la segunda de sus dos faenas sin treguas ni apenas transiciones, entorpecida por golpes de viento. Sin refresco alguno. Ni para el toro, que al cabo de treinta muletazos, acabó, por cierto, seducido y templado, gobernado y más o menos entregado. La estrategia de El Juli por poder al toro sin dejare aire le dio a la faena un aire terco y asfixiante. Los censores castigaron a Julián con el «pum-petardo» de las corridas de lujo. Pero fue justo después cuando El Juli, más sereno, toreó con mayor asiento. Una estocada al salto y perdiendo, y no soltando, el engaño. Perseguido tras la reunión, El Juli saltó la barrera. Nunca lo hace.

El cuarto, cabezón, sin cuello, remangado, 660 kilos, metió la cara, escarbó también y amenazó con irse a toriles. Ese iba a ser su final. Y, sin embargo, cuando tomó engaño lo hizo con son. El Juli quitó por ese lance casi nuevo que es una suerte de chicuelina y larga frontales y fundidas. El torero no termina de envolverse, no hay giro y el toro va templado por los vuelos y hacia fuera. Puede que fuera creación de José Tomás. O de El Juli. Perera replicó por tafalleras -dos a suerte cargada-, tres gaoneras impecables y ajustadísimas y larga. Fue el momento de la corrida. El único que recordó que la cosa era mano a mano. Fini Díaz y Barbero cumplieron bien en banderillas, se encendió la gente. Perera abrió faena con el de las flores y cinco banderas, y en una primera tanda formal llegó a enroscarse el toro por la mano diestra. Al cambiar Perera de mano, el toro empezó a soltarse sin remedio. Uno sí, dos también, y nada más admitía este toro que tanto se huyó. Una estocada.

Al soltarse el quinto -de música de fondo ese runrún desentendido, cargante, amorfo y opaco de tantas tardes de Madrid, la cosa parecía condenada. Basto con avaricia, 650 kilos, colorado atigrado, de alzada monumental, la cara por las nubes, brusco antes de apagarse, el quinto no dio mayores alegrías. Al cabo de otra faena de más extensión que propiamente tensión, castigada por algunos oles de rechifla y por el viento, El Juli, terne, acabó toreando en tablas con una cadencia especial. Ya era tarde. Estaba ajena la mayoría. El sexto fue devuelto. Un bello y noble sobrero de Montalvo duró un suspiro. Media docena de embestidas finas. Ni una más. Perera abrevió.

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