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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
Alejandro Talavante da un pase con la muleta al segundo de su lote, al que hizo una gran faena. :: EFE
El público se rinde a un genial Talavante

El público se rinde a un genial Talavante

Una gran corrida de Juan Pedro Domecq, la mejor de la feria. Importante Finito y muy fácil Luque

BARQUERITO

Sábado, 30 de mayo 2015, 11:45

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Todos los toros de hierro Veragua de Juan Pedro Domecq eran cinqueños. El sobrero, del hierro de Parladé, también. Y otro jabonero claro, casi albahío, sexto de sorteo, que fue devuelto por flojo o cojo. Fue con diferencia la mejor corrida de la feria. Para empezar, la estampa. Las hechuras del segundo eran, dentro de la línea Tamarón, soberbias. De todos los toros negros de San Isidro, que está siendo este año minoría frente a los rubios, éste fue el más bello de todos. Como hecho a molde.

FICHA DE LA CORRIDA

  • Toros.

  • Cinco toros de Juan Pedro Domecq y un sobrero -6º bis- de Toros de Parladé (Juan Pedro Domecq Morenés).

  • uoreros.

  • Finito de Córdoba, saludos tras un aviso y silencio. Alejandro Talavante, ovación y vuelta tras un aviso. Daniel Luque, oreja tras un aviso y ovación tras un aviso. Muy notable en brega y banderillas Juan José Trujillo. Buen trabajo de Antonio Punta, Valentín Luján y Julio López. Pares espectaculares de los hermanos Neiro. Dos buenos puyazos de Manuel Cid al segundo.

  • Plaza.

  • Madrid. 22ª de San Isidro. Lleno. Nubes y claros, bochorno. Ventoso al final. Dos horas y veinticinco minutos de función.

Hondura y cuajo, cabos finos, piel lustrosa. Y la expresión, que tanto importa en un toro. Atacó en el caballo -picó muy bien el joven Cid-, galopó en banderillas y tuvo en la muleta dos docenas y pico de embestidas muy serias. Los cincuenta y tantos viajes del toro Jabatillo de Alcurrucén de anteayer han dejado marcadas la semana y la feria. Punto y aparte. Otra línea ganadera. Este segundo juampedro sacó tanto fondo como los dos negros de tan buena nota de Parladé jugados el 15 de mayo en tarde de vendaval.

La fijeza, señal mayor de esta otra corrida, tuvo en ese segundo toro particular relevancia porque la faena de Talavante, brillante, improvisada, ligada en tandas cortas sujetas a variaciones caprichosas, muy seguida y hasta precipitada, tuvo algo de jugar al ratón y el gato, y el toro -¿el gato?- respondió de bravo en todas las bazas. Faena que encendió a la gente desde el primer cite de largo y una primera tanda casi de lazos hasta el mismo final, cuando a Talavante se le atragantó la espada -cuatro pinchazos, entera tendida, un aviso- y el toro partió el palillo de la muleta en dos como si saltara una alarma.

Ese segundo, que ni hizo por Valentín Luján cuando perdió pie a solas junto al burladero del 7, fue tan noble como el que más de un conjunto marcado a partes iguales por la nobleza y la fijeza. Lo particular del desfile es que no hubiera dos toros iguales a pesar de ese latido común. Un primero algo cabezón y muy armado, de embestida a lo Murube, como al trantrán, y cumplidamente lucido por una faena tan científica como caligráfica de Finito, bella de ver, valerosa y asentada, muy segura y compuesta, librada al hilo del pitón, templada y bien rimada, de magníficos remates -el kikirikí gallista ya casi olvidado, las trincherillas, los broches de medio pecho- y, sobre todas las cosas, pautada con rica calma. Rigor de torero esteta con muñecas engrasadas. Torear con los dedos. El bellismo sin relamerse.

Un tercero de eléctrico brío -y una coz al caballo de pica-, galope formidable en banderillas y una entrega sin reservas, solo que, muy claro por la mano derecha, acusó por la izquierda algún vicio de manejo y precisaba del toque a tiempo. O ser abierto. Luque salió empalado y volteado solo en el segundo muletazo -un estatuario- de una faena rota a veces por las protestas del toro al revolverse por su mano difícil. Esa dificultad sobrevenida le puso a la faena una nota de emoción. Sin contar con la entereza del torero de Gerena para superar el susto primero. Una última tanda en trenza y sin espada -cinco muletazos en la suerte natural y dos de remate- fue de alboroto. Una estocada desprendida y tal vez atravesada. La única oreja de una tarde tan propicia y abundante en toros.

El cuarto fue el que más impreso llevaba en el porte el sello de la edad. Casi 600 kilos y lo parecía. Hizo hasta un amago de irse toriles antes de ir al caballo. Finito lo lidió con capotazos de gran calidad y sentido. Fueron unos cuantos. Todos buenos. Árnica que sedujo al toro, que pareció encogerse a los diez viajes de muleta y luego amagó con aplomarse. Muy distinguido el trabajo de Finito: las distancias, lección del llamado toreo de toques, paciencia cuando el toro tardeó, preciosas guindas de cambios de mano por delante y de nuevo la firma del kikirikí. La serenidad supina de un autoquite al tropezar y caer inerme en la cara del toro. Temple mayor. Una estocada trasera al segundo intento.

La gente estaba rendida con Talavante -se habría pedido hasta la segunda oreja para su primera faena- y se lo hizo sentir nada más asomar el quinto, que fue, después del segundo, el de mejor nota de corrida. De salida Talavante toreó muy encajado con el capote: cinco mandiles, dos tijerillas y una larga de látigo. El toro apretó en la segunda vara pero salió de ella quebrado, se recobró en banderillas, sabia brega de Trujillo y otra faena de Talavante abierta como una caja de sorpresas y fuegos de artificio -una primera tanda de rodillas por alto con una arrucina intercalada- y salpicada en tandas mixtas de formidables desparpajo y encaje, no pocos muletazos a pies juntos, muy despacioso el toreo con la derecha y por abajo, imprevistos cambios de mano, de pronto un natural de frente y, el muletazo de la tarde, otro con la zurda enroscado en la cintura misma para abrochar una celebrada tanda de mondeñinas. Un volcán la plaza. Perfilado en la suerte contraria y cerrado en tablas, Talavante volvió a marrar con la espada. Como si arrastrara una vieja lesión de codo.

Y, luego, el sexto y el sobrero, pero ya pesaba la tarde, Talavante se había convertido en protagonista único y Luque solo pudo apuntar sin disparar con un sobrero de Parladé que romaneó en el caballo y se empleó sin llegar a romper. Cosa liviana.

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