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San Fermín y el tacto de sus milagros

Pensar en San Fermín es acordarte de Pamplona, y en ella, de correr los toros sin olvidarte de detectar los milagros del Santo, al que le sobran con tres minutos para concentrar en su ciudad, cada año a un millón de personas procedentes de casi todo el mundo

FERNANDO MASEDO TORRES

Miércoles, 23 de julio 2014, 09:15

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Pensar en San Fermín es acordarte de Pamplona, y en ella, de correr los toros sin olvidarte de detectar los milagros del Santo, al que le sobran con tres minutos para concentrar en su ciudad, cada año a un millón de personas procedentes de casi todo el mundo. Unas deseosas de lo mismo, o sea de correr por delante, por detrás o al lado de ellos, pero todas deseosas de disfrutar de la emoción de esta singular fiesta, que evidentemente la pone el toro. Bien es cierto, que el misticismo corre a cargo del pueblo que sabe magnificar sus tradiciones a lo largo de su propia historia.

Pamplona, una ciudad de unos doscientos mil habitantes que tiene por patrón a San Fermín - el que fuera Obispo de la Catedral de Amiens, (Francia) -, cuya festividad desde el siglo XIV la venía celebrando la Iglesia en la capital navarra el día 10 de octubre hasta que en el año 1591 se traslada al 7 de julio a petición del propio ayuntamiento y con el beneplácito del pueblo a fin de evitar las inclemencias climatológicas propias de la estación otoñal, tiene un protagonista único, el toro. Su papel es esencialmente emocional desde que parten del corralito de Santo Domingo (en su día una huerta del convento del mismo nombre) hasta la Plaza de Toros, atravesando ríos de gente que invaden calles, por donde pasan los seis toros que se van a lidiar por la tarde, guiados por los cabestros correspondientes, y pastores profesionales, aficionados, jóvenes inexpertos que empujan o se caen resbalando en su propio miedo, poniendo en peligro a quienes, de alguna manera desean rendir al Santo ésta liturgia, como Dios manda. Todo un culto a la vez profano y religioso, que genera la emoción que impregna el riesgo. La muerte, la gloria y el gozo que produce vencer al miedo haciendo posible lo imposible. Todo esto y más lo vivió 'Jose', que me contó su experiencia adquirida por cada año que puede asistir, y en esta ocasión, avalado con las huellas de «un puntancito, de ná» que le había dejado marcado en el costado izquierdo el pitón de «Amapola» el pasado día 11 de éste mes de julio. Un 'Jandilla' de pelo castaño 'albardao', que dio en báscula 510 kilos de peso, a cuyo lado iba corriendo él hasta que cayó frente al morlaco empujado por un chaval que quiso quitarse del medio.

José Antonio González Trinidad, 'Jose', es un joven comedido y serio, directivo del Club Taurino Extremeño de Badajoz, además de buen aficionado y mejor persona que le gusta disfrutar de los sanfermines tanto como recortar los toros. Se confiesa comentando el por qué este toro, criado en los campos de la Extremadura baja, se fijó en él para dejarle grabada esa especie de «medalla», acompañada de hematomas producidos al impactar con el asfalto y ser arrastrado por el toro como un metro más o menos. Señales estas que muestra ufano, casi presumiendo de ellas: «Me recogieron los voluntarios de Cruz Roja y me llevaron a la Enfermería de la Plaza donde me atendieron muy bien», afirma 'Jose', que no puede ocultar el regusto agridulce que a buen seguro repetirá el próximo año.

'Jose', pensó iniciar el viaje, como hace cada año, coincidiendo con los mismos deseos de su compañero de afición, Antonio Jesús. Juntos metieron sus intenciones en el coche, junto a un 'infiernillo de gas', unas latas de conserva, algo de pasta y una mochila cargada de ilusiones.

«Al caer la tarde del pasado día 8», me dice 'Jose', «partimos de Badajoz dirección Pamplona» a disfrutar de tan singular mundo de sensaciones. «Comíamos lo que nosotros mismos cocinábamos en las escaleras del parking 'El Baluarte', donde dejamos aparcado el coche durante los tres días, por 57 euros. Nos aseábamos en los vestuarios públicos del mismo, y dormíamos en el propio coche, desde donde oíamos 'ronquios' en casi todos los idiomas, para vivirlo», afirma con cierto aroma de nostalgia, para llevarme de nuevo a esa tarde del día 11 en que ese mismo toro que le arrolló, pasó a manos de Miguel Ángel Perera, con el que triunfó. Unos días antes también esa misma arena se vio salpicada con la sangre del novillero 'Posada de Maravillas'. El mismo albero que pisaría también en estos sanfermines Ferrera y Talavante. Cuatro extremeños de Badajoz, que junto a 'Jose', enarbolaron con fuerza la bandera de la marca Extremadura mientras que, ironías de la vida, de la Torre de la Parroquia de San Andrés - vigía de la plaza popularmente conocida por el mismo nombre - han desaparecido por segunda vez este año los nidos que albergan allí las aves que simbolizan la marca de nuestra región. La cigüeña. Este hecho me recordó una frase que le escuché a alguien, o leí en algún sitio, que sentencia: «a veces somos lo que hacemos para dejar de ser como somos», y es que como diría el 'Pasmo de Triana': «...hay gente pató». ¡Que cosas...!

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