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Siri Hustvedt, en la presentación de su libro en Bilbao.
«La sociedad castiga a las mujeres poderosas»

«La sociedad castiga a las mujeres poderosas»

En ‘La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres’, la escritora Siri Hustvedt presenta una colección de ensayos sobre ciencia, arte, feminismo y sus conexiones

carlota ezquiaga

Sábado, 29 de abril 2017, 01:52

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La gente da por hecho que, por ser mujer, escribo novelas confesionales. Y no es verdad. Siri Hustvedt se rebela contra las etiquetas de literatura femenina que sufren las escritoras. En su nuevo libro, La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral), la escritora estadounidense reflexiona sobre las artes, las ciencias y sus lugares de intersección. Y sobre dónde encajan las mujeres en todo ello.

Hustvedt (Minnesota, 1955), conocida por sus novelas (Todo cuanto amé, Elegía para un americano o El verano sin hombres, entre otras), también ha hecho una incursión en la poesía (Leer para ti) y ha publicado ensayos sobre temas muy diversos; en La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, por ejemplo, hizo un estudio de su propia debilidad nerviosa, a raíz de los temblores que empezó a sentir tras la muerte de su padre. Incansable investigadora, mayoritariamente autodidacta, se ha convertido en una experta en psicoanálisis, neurociencia y filosofía.

Su nuevo libro es prueba de ello. Dividido en dos partes, empieza con una serie de ensayos centrados en el arte, analizando a artistas como Picasso, Jeff Koons o Almodóvar, y los sesgos que influyen en nuestra percepción; y a continuación reúne conferencias impartidas entre 2011 y 2014, donde vuelve a estar presente la falsa dicotomía artes/ciencias, el psicoanálisis y la neurología, e incluye, entre otros, un estudio del suicidio y una charla sobre el escritor Kierkegaard.

Autora de ensayos y de ficción, Hustvedt compagina la escritura de sus novelas con sus artículos y charlas. No quiero dejar ni lo uno ni lo otro; me proporcionan demasiado placer, asegura la autora de novelas como Todo cuanto amé o El verano sin hombres. Tengo un método muy sencillo: me guía la curiosidad. Una pregunta me lleva a la siguiente, que me lleva a la siguiente. Puedo dedicar cuatro horas al día a la lectura, y normalmente es porque tengo la misión de comprender algo.

Ese 'otro' para el que se escribe

Sí reconoce que ese otro para el que se escribe es diferente en ficción y en ensayo. En un artículo académico tienes más información sobre el público al que te diriges, manifiesta. Una novela se parece más a escribir a un amado. Nabokov, por ejemplo, se dio cuenta de que escribía sus libros para un montón de Nabokovs pequeñitos. Suena un poco narcisista, pero tiene bastante de cierto. Yo escribo para una especie de otro amado que pilla todos mis chistes y mis referencias, y se ha leído todos los libros que yo me he leído. Así que, en cierto modo, sí que hay algo de ese pequeño Nabokov.

Ante la aparente contradicción de que la literatura sea vista despectivamente como una cosa de mujeres pero, a la vez, las escritoras estén peor valoradas que sus homólogos masculinos, Hustvedt explica que, en realidad, todo está relacionado. Las ciencias duras, las matemáticas, la física, están vistas como masculinas, como la parte más elevada, y las artes son consideradas como algo femenino. Esto genera una ansiedad, sobre todo a los hombres heterosexuales. Un novelista subraya la feminidad de su trabajo por el mero hecho de ser un hombre, y eso lo hace más valioso.

Al final, todo esto se remonta al problema cuerpo/mente. El cuerpo siempre ha estado asociado con la mujer, la emoción, la naturaleza; y el intelecto con la masculinidad, con la cultura. Lo decía Aristóteles: la materia inerte es femenina, y la forma, el principio animador, lo que le da vida, es masculina. Esta división lleva muchísimo tiempo insertada en la psique occidental, asegura.

La sociedad, explica Hustvedt, se centra mucho en la diferencia sexual. Es la mujer la que da a luz, la que crea vida. Y es muy sorprendente, si lo piensas, hasta qué punto se reprime el nacimiento en la filosofía occidental, declara. Se habla del Principio y del Fin, y no se menciona que cada ser humano nace del cuerpo de una mujer. La identificación con la tierra y la naturaleza está claramente conectada con el embarazo y el nacimiento; y no se le da la importancia que tiene.

Pero pensar que la mujer tiene menor capacidad intelectual solo porque tenga el aparato reproductor para dar a luz es absurdo, manifiesta. Sin embargo, hay una resistencia tremenda hacia las mujeres en la cultura. Si muestras a una mujer como autoridad los hombres se sienten, en cierto modo, castrados.

Las mujeres "no son competencia"

Uno de los ensayos de Hustvedt está dedicado a una anécdota que tuvo lugar cuando entrevistó al noruego Karl Ove Knausgärd, autor de Mi lucha. A la pregunta de por qué solo mencionaba a una escritora (Julia Kristeva) en su libro, él respondió que las mujeres no son competencia. No llegó a explicar a qué se refería, pero esa frase rondó la mente de la estadounidense durante años. Knausgärd es más sincero y directo que la mayoría de la gente, le reconoce al escritor, y tiene el valor de decir cosas que otros no dirían. Se expone completamente; el libro está lleno de terror de castración, y la exploración de esa vergüenza es lo que lo hace tan bueno. Trata temas tradicionalmente femeninos como las emociones y el cuerpo, que quedan subrayados por el hecho de que han sido escritos por un hombre.

Sé que mucha gente le ha preguntado por mi ensayo. Pobre, se ríe Hustvedt. Una periodista me contó que Knausgärd le había respondido que no recuerda decir eso. Es posible que sea así; tiene bastante sentido que a mí me dejase una impresión mucho más profunda que a él. En realidad su afirmación no es sorprendente: si buscas tu valor en los ojos de otros hombres, claro que las mujeres no importan. No importa lo brillantes que sean, los logros que tengan; simplemente quedan fuera de la ecuación. Y eso es lo que tenemos que arreglar.

La autora de La mujer temblorosa o la historia de mis nervios ha vivido este tipo de actitudes en primera persona. Como mujer del escritor Paul Auster, ha escuchado preguntas como si lo que sabe sobre psicoanálisis se lo ha enseñado su marido. Y también lo ha visto mucho en conferencias. En el mundo académico, me he dado cuenta de que hay mujeres que no tienen problemas en escuchar a una autoridad masculina, pero se resisten a escuchar a otra mujer. Especialmente si es una que no pide perdón por estar ahí. La idea de que una mujer se haga con el poder es muy incómoda para la gente, y siempre terminan castigadas por ello de un modo u otro.

"A Trump le ayudó su misoginia"

Por esto perdió las elecciones Hillary Clinton, asegura la escritora. A Trump le ayudó su misoginia. Hubo dos fuerzas muy poderosas en esas elecciones: el odio a las mujeres y el racismo. Los blancos votaron masivamente a Trump; queda claro que la cuestión es que han perdido el privilegio que sentían que les correspondía solo por el color de su piel. Es un tema que me calienta mucho, porque es una historia terrible y muy antigua en Estados Unidos. Nuestra cultura ha estado marcada por el racismo: la esclavitud, seguida de Jim Crow y el racismo institucional. Últimamente las personas negras, asiáticas, latinas, han estado ganando poder, y también las mujeres, lo que ha generado un resentimiento que ha salido a relucir en las urnas. Durante los últimos ocho años hemos tenido a un presidente negro, elegante e inteligente, que ha recibido mucho odio por parte de este sector del país, dice sobre Obama.

Yo estuve en las marchas de Washington el día siguiente a la inauguración con mi hija [la actriz y cantante Sophie Auster] y con casi un millón de personas más. No se puede negar que el país está polarizado, pero a la vez no creo que Trump pudiera salir reelegido. Es el candidato del caos; no puede funcionar a largo plazo.

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