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Vaclav Havel, en una imagen de 2009.
Vaclav Havel, el héroe de la libertad

Vaclav Havel, el héroe de la libertad

Michael Zantovsky, compañero político y confidente de Vaclav Havel, publica una biografía sobre el expresidente checo

Álvaro Soto

Sábado, 10 de diciembre 2016, 00:08

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La personalidad de los héroes se forja en la infancia. Vaclav Havel nació en 1936, en Praga, en el seno de una buena familia con propiedades en el sector de la restauración. Era un niño rico, pero diferente a los demás, que eran pobres: se sentía marginado. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial y los comunistas subieron al poder en Checoslovaquia, con el absurdo típico de los sistemas totalitarios, los burgueses pasaron a ser ciudadanos de segunda y el adolescente Havel volvió a sentirse otra vez un excluido, otra vez en los márgenes, «un outsider», como lo define su amigo y confidente Michael Zantovsky, director ejecutivo de la Biblioteca Vaclav Havel de Praga, que ahora publica en España la biografía del expresidente, Havel. Una vida (Galaxia Gutenberg).

Zantovsky compartió con el líder la experiencia de la caída del régimen comunista y en 1990 se convirtió en portavoz, secretario de prensa y asesor del político. Desde esta atalaya privilegiada considera a Havel como alguien casi predestinado a un lugar importante en la historia de su país y del mundo. «Era una persona que se sentía muy responsable. Desde niño supo que sus actos tenían consecuencias y que lo llevarían, sin término medio, a un duro castigo o a ser presidente», cuenta Zantovsky. Esta extraña niñez lo marcó para siempre. «No era una persona como los demás. Aunque era muy sociable, no encajaba nunca del todo. Hablaba contigo y te dabas cuenta de que dentro de él habitaba la soledad», relata.

En la vida adulta de Havel se distinguen dos grandes etapas. La primera es artística. Al terminar sus estudios y el servicio militar, en 1960, comenzó a trabajar en el mundo del teatro, como tramoyista al principio y después como director y dramaturgo. Mientras enlazaba éxitos teatrales se unió al Club de Escritores Independientes en la Primavera de Praga, el movimiento que desencadenó que la Unión Soviética invadiera el país en 1968. Havel fue represaliado, pero en 1977 promovió la Carta 77, firmada por 300 intelectuales que reclamaban la democracia. El proceso hacia la caída del régimen comunista ya era imparable y Havel descollaba ya como la figura de la nueva Checoslovaquia.

Nombrado presidente de la República Checa el 29 de diciembre de 1989 y confirmado el 5 de julio de 1990 para dos años más por la Asamblea Federal surgida de las elecciones democráticas de junio, Zantovsky califica de «salvajes» aquellos años en que un nuevo país democrático estaba gobernado por un hombre de arte. «Lo malo es que no tenía experiencia en la administración y la gestión. Pero la gran ventaja de provenir del mundo del teatro era que Havel sabía trabajar con contrastes y entrar en la dinámica de la Historia», explica el autor de la biografía.

Los primeros años del Gobierno Havel supusieron una euforia en el país que el propio presidente pronto quiso rebajar. «Él se dio cuenta de que todos los sueños no se iban a poder cumplir», apunta Zantovsky. La crisis económica de principios de los 90 hizo el país conociera el desencanto, pero tampoco se hundió en el pesimismo y acabó convirtiéndose en una nación «normal». «Hemos dejado de pensar que teníamos que hacer todo de manera perfecta y ahora somos equiparables, en lo bueno y en lo malo, al resto de la Unión Europea», sostiene el escritor.

División de Checoslovaquia

En esta época, sin embargo, llegó el momento más doloroso de la presidencia: la división de Checoslovaquia. «Intentó defender un estado común, decía que la separación no era el camino correcto. Pero cuando vio que la división no tenía vuelta atrás, intentó, y logró, que fuera pacífica. No se rompió ni un cristal, y no era fácil: solo había que ver lo que ocurrió 200 kilómetros al sur, en Yugoslavia», asevera Zantovsky. Havel dimitió tras la separación, pero en 1993 aceptó ser el primer presidente de la recién creada República Checa. Permaneció en el poder hasta el 2003, ya como referente ético tanto en el país como en el exterior, aunque políticamente discrepó de los primeros ministros con los que cohabitó.

Sus problemas de salud aceleraron su adiós. En 1996 le fue extirpado un tumor en el pulmón derecho y desde entonces, fue hospitalizado en reiteradas ocasiones. El 8 de marzo de 2011 sufrió una infección respiratoria aguda que acabó con su vida.

Havel se casó dos veces, primero con Olga Splichawba, hasta 1996, cuando ella falleció, y en 1997 con Dagmar Veskronova. Con su primera mujer conformó una pareja peculiar. Sin ser un mujeriego, Havel fue infiel a su esposa en varias ocasiones, pero siempre se lo contaba. «Su lema era vivir con la verdad, aunque pesara». De ahí su famosa respuesta al papa Juan Pablo II cuando visitó la República Checa en 1995. «Bienvenido Su Santidad entre nosotros, pecadores».

Al contrario que con otros referentes políticos, el legado de Vaclav Havel es sólido. «Recuerdo su funeral. Todo el país se volcó porque sabíamos que era un político con miras amplias, que se sentía personalmente implicado en los problemas de los ciudadanos y que no utilizaba la política solo para disfrutar del poder y enriquecerse. Muchos jóvenes lo ven como un ejemplo. Existe, sin embargo, una parte de la sociedad que ahora se siente atraída por el populismo y que rechaza a Havel porque lo asocia con el liberalismo», certifica Zantovsky.

Zantovsky compartió con el líder la experiencia de la caída del régimen comunista y en 1990 se convirtió en portavoz, secretario de prensa y asesor del político. Desde esta atalaya privilegiada considera a Havel como alguien casi predestinado a un lugar importante en la historia de su país y del mundo. «Era una persona que se sentía muy responsable. Desde niño supo que sus actos tenían consecuencias y que lo llevarían, sin término medio, a un duro castigo o a ser presidente», cuenta Zantovsky. Esta extraña niñez lo marcó para siempre. «No era una persona como los demás. Aunque era muy sociable, no encajaba nunca del todo. Hablaba contigo y te dabas cuenta de que dentro de él habitaba la soledad», relata.

En la vida adulta de Havel se distinguen dos grandes etapas. La primera es artística. Al terminar sus estudios y el servicio militar, en 1960, comenzó a trabajar en el mundo del teatro, como tramoyista al principio y después como director y dramaturgo. Mientras enlazaba éxitos teatrales se unió al Club de Escritores Independientes en la Primavera de Praga, el movimiento que desencadenó que la Unión Soviética invadiera el país en 1968. Havel fue represaliado, pero en 1977 promovió la 'Carta 77', firmada por 300 intelectuales que reclamaban la democracia. El proceso hacia la caída del régimen comunista ya era imparable y Havel descollaba ya como la figura de la nueva Checoslovaquia.

Nombrado presidente de la República Checa el 29 de diciembre de 1989 y confirmado el 5 de julio de 1990 para dos años más por la Asamblea Federal surgida de las elecciones democráticas de junio, Zantovsky califica de «salvajes» aquellos años en que un nuevo país democrático estaba gobernado por un hombre de arte. «Lo malo es que no tenía experiencia en la administración y la gestión. Pero la gran ventaja de provenir del mundo del teatro era que Havel sabía trabajar con contrastes y entrar en la dinámica de la Historia», explica el autor.

Los primeros años del Gobierno Havel supusieron una euforia en el país que el propio presidente pronto quiso rebajar. «Él se dio cuenta de que todos los sueños no se iban a poder cumplir», apunta Zantovsky. La crisis económica de principios de los 90 hizo el país conociera el desencanto, pero tampoco se hundió en el pesimismo y acabó cnvirtiéndose en una nación «normal». «Hemos dejado de pensar que teníamos que hacer todo de manera perfecta y ahora somos equiparables, en lo bueno y en lo malo, al resto de la Unión Europea», sostiene el escritor.

En esta época, sin embargo, llegó el momento más doloroso de la presidencia: la división de Checoslovaquia. «Intentó defender un estado común, decía que la separación no era el camino correcto. Pero cuando vio que la división no tenía vuelta atrás, intentó, y logró, que fuera pacífica.

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