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El escritor madrileño Luisgé Martín.
De cucaracha a persona

De cucaracha a persona

Luisgé Martín escribe unas "memorias sodomitas" en las que cuenta el proceso doloroso que supuso vivir su homosexualidad sin complejos

Antonio Paniagua

Sábado, 1 de octubre 2016, 01:25

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Luisgé Martín ha escrito con las vísceras el cruel sufrimiento que supuso vivir su homosexualidad. De niño, cuando descubrió que sus compañeras de juegos no le decían nada, rezó a Dios para que enderezara su sexualidad. Imploró a la divinidad para que le gustaran las chicas. Se sometió a una terapia conductista para readaptar su comportamiento a los estándares sexuales de la masculinidad imperante. Se sentó en el diván de un psicoanalista. Pero su aflicción no cedió. El amor del revés (Anagrama) son unas memorias sodomitas, como las llama el escritor. En ellas Martín cuenta su desbordada promiscuidad y repasa algunos de los dos centenares de amantes que tuvo. Una vida turbulenta que se apaciguó cuando contrajo matrimonio con su compañero Axier.

En 1977, a los quince años, cuando supe de forma definitiva que era homosexual, me juré a mí mismo, aterrado, que nadie lo sabría jamás", argumenta. Por eso se ha sentido muchos veces como una cucaracha, solo que al revés. Ha experimentado una metamorfosis inventida. El empezó sintiéndose un insecto repugnante que, con mucho dolor y pasados los años, se convierte en una persona. Esa mutación culmina cuando hace uso del matrimonio homosexual.

Martín, que ha escrito una autobiografía con fuste literario, se retrata como un adolescente que se encastilla en el silencio, que para esconder la turbación que le producen otros compañeros adopta máscaras de virilidad exacerbada. Gasta un lenguaje soez para demostrar que es todo un hombre. Lo importante es que nadie dude de su hombría, a pesar de que siente un calambrazo cuando roza deliberadamente la bragueta de un amigo.

El muchacho que empezó Filología, tocado por el amor a la literatura, era muy dado a ilusionarse hasta la locura con amores imaginarios. Son amores indestructibles porque no están sometidos ni al roce no al fracaso ni al desengaño, asevera.

De joven era remiso a frecuentar los bares de ambiente. No quería confinarse en lo que consideraba un gueto. Además yo no buscaba sólo el apareamiento, quería amar a alguien, aspiraba a un estado superior, acostarme con alguien a quien quisiera. Quería evitar ese tópico lleno de falsedades de que en los bares de ambiente no iba a encontrar a nadie como yo, que buscara lo mismo que yo.

Ese anhelo por el amor romántico no era una forma de sublimación. Entonces era muy pazguato. En esa época llegué a rechazar las proposiciones sexuales de dos chicos porque tenían parejas estables. Con el tiempo Martín se percató de que era tal como se había imaginado. Cuando por fin frecuentó con asiduidad los clubes que durante tanto tiempo se resistió a visitar, descubrió que esos locales estaban llenos de gente como él. Entonces ya no hizo ascos a los reductos gais. Si había que pisar los cines porno por donde rondaban los homosexuales, allí estaba él.

El libro ha entusiasmado a su colega Fernando Aramburu. Es de un desnudamiento minucioso, reflexivo, que a mí no me ha parecido en ningún momento obsceno ni, como se ha dicho por ahí con liviandad, ingenuo. La segunda razón es la literatura, aquí sostenida por una prosa adecuada al tema, bien trazada, rica en matices, propia de un escritor maduro.

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