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Giuseppe Grassonelli, alias 'Malerba' en una sala de seguridad.
Malerba, el sicario ilustrado

Malerba, el sicario ilustrado

Giuseppe Grassonelli publica en España sus memorias: cómo se convirtió en un asesino que hizo la guerra a Cosa Nostra

Antonio Paniagua

Lunes, 20 de junio 2016, 14:35

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Giuseppe Grassonelli, alias 'Malerba', lleva media vida entre rejas. Le condenaron a cadena perpetua por ser el capo del clan mafioso Stidda, que se lio a tiros en una guerra de familias rivales. Era el verano de 1986. Hacía calor, mucho calor, en Porto Empedocle (Sicilia). A Grassonelli, que entonces tenía sólo 21 años, comenzó a hervirle la sangre cuando los de Cosa Nostra asesinaron, entre otros, a su abuelo, a su tío y a su mejor amigo. ¿Qué hacer? Podía huir, pero esa opción significaba aplazar una muerte segura. Así que decidió seguir la tradición y ajustar cuentas al estilo mafioso; emprendió una enloquecida y sanguinaria carrera por liquidar a sus adversarios.

Entre 1987 y 1992 despachó al otro barrio a más de trescientos tipos, mafiosos todos. Mataba a cara descubierta, hasta que alguien de su propia organización le delató. En prisión se licenció en Filosofía y se aficionó a la escritura. Con los años, en colaboración con el periodista televisivo Carmelo Sardo, escribió sus memorias. Lo insólito es que con ellas ganó en 2014 el Premio Leonardo Sciascia. Se montó un escándalo enorme. ¿Era ético dar un galardón de esas características a un criminal? Ahora es el momento de juzgar ese dilema porque se acaba de publicar en España el libro con el que Grassonelli cuenta su historia: Malerba. Vida a muerte en Sicilia, que llega a las librerías gracias a la editorial Malpaso.

La juventud de Grassonelli es de todo menos aburrida. A los 16 años se marchó de Sicilia y se afincó en Hamburgo. Gracias a su destreza en el póquer, sus compinches y él aprendieron a desplumar incautos y a engañar a los habituales de los casinos. Sin embargo, un 21 de septiembre de 1986, recién cumplido el servicio militar, estaba de visita en Sicilia cuando se desató una masacre en la que cayeron varios de los suyos. Con lo que sabía de desvalijar al prójimo con las cartas, hizo dinero, montó su propia banda y se dedicó a vengar la muerte de su familia. "La venganza, el rencor hacia aquellos que me arrebataron a las personas que amaba, me hacía sentir que hacía lo correcto, pasando por alto cualesquiera que fueran las motivaciones que empujaron a unos criminales a eliminar brutalmente a mi familia", argumenta Grassonelli.

Renunció a su defensa

Desde el momento en que fue apresado por la Policía, a los 27 años, Malerba supo del sabor acre de la derrota. Renunció a su defensa y admitió su culpa, lo que al principio le obligó a soportar un régimen carcelario inmisericorde: 22 horas de aislamiento al día.

Casi un cuarto de siglo en la trena dan para hacer muchas cosas. A Malerba le dio por empollar a Sartre, Camus, Nietzsche y Hobbes. Aquello le gustaba. Era como redimirse a través de la ética. Aunque siempre se le dio mejor jugar al póquer que estudiar, no era un mal alumno. Qué remedio. De niño memorizó al dedillo las tablas de multiplicar porque su padre, fiel al refrán de que la letra con sangre entra, casi le vuelve idiota a sopapos. Aun así, cuando empezó a purgar condena era casi analfabeto.

Malerba un apodo que se puede traducir por mala hierba o hierbajo encontró el valor para contar su historia. Lo que no le convierte en un chivato. Grassonelli nunca ha colaborado con la justicia ni es un arrepentido al uso que intercambia delaciones por rebajas de pena y una nueva identidad. Un día fue a verle a la cárcel un juez que le propuso todas esas cosas y hasta un sueldo. Sólo tenía que darle nombres de políticos. "Yo no tenía nada que ofrecerle. Dejé que hablara y, tal como vino, se fue", dice en su autobiografía.

Un preso rehabilitado

Malerba se considera un preso rehabilitado, no tanto por la política penitenciaria como por su propia voluntad. En su relato se trenzan la venganza, el miedo, el juego, el dinero, el sexo y los tiroteos. "Sí, he sido un criminal, un desalmado, pero no tenía alternativa, no conocía otra salida", confiesa. En la Sicilia de los años 80, el Estado se hallaba ausente y la mafia no era otra cosa que una perpetuación del feudalismo en tiempos modernos.

El premio a Grassonelli levantó muchísima polvareda. Un asesino estaba a punto de hacerse con un galardón que llevaba el nombre de Leonardo Sciascia, un escritor que se significó por denunciar los largos tentáculos del crimen organizado y la ley del silencio que impone la mafia. Uno de los miembros del jurado, Gaspare Agnello, dimitió en señal de protesta. Lo cierto es que por un solo voto, Grassonelli arrebató la XXVI edición del premio Sciascia a Caterina Chinnici, hija de Rocco Chinnici, un juez asesinado por la mafia en 1983.

Más allá de juicio moral que merezca el personaje, lo cierto es que su libro es una historia terrible y conmovedora, unas formidables memorias que se leen con la avidez con que se devora una novela negra.

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