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Al Pacino.
Al Pacino, el hombre y el mito

Al Pacino, el hombre y el mito

El intérprete que puso rostro a Michael Corleone, Tony Montana y Serpico alcanza los 75 años en plena forma

Óscar Bellot

Sábado, 25 de abril 2015, 07:17

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Todo campo artístico tiene sus puntales, nombres cuya sola mención provoca un respeto reverencial entre sus compañeros de profesión. En el ámbito de la música están Bob Dylan o Bruce Springsteen. En el de la literatura, Leon Tolstói, Fedor Dostoievsky, William Shakespeare o nuestro Miguel de Cervantes. En el de la pintura, genios ya desaparecidos como Picasso o Van Gogh, cuyas obras cotizan al alza décadas o incluso siglos después de su muerte. En el del cine, Orson Welles, James Stewart o Katharine Hepburn. Pero si alguien puede arrogarse semejante estatus hoy en día dentro del séptimo arte, ese no es otro que Al Pacino, heredero directo de leyendas como Marlon Brando, y no sólo porque éste le dejase el negocio en la trilogía que encumbró al neoyorquino, 'El Padrino', sino porque, como en el caso de aquel, el hombre que este sábado cumple 75 años está a la altura del mito.

Mujeriego, bebedor, políticamente incorrecto, inclasificable Pero, sobre, todo, un auténtico vendaval interpretativo que ha cobijado bajo sus alas a algunos de los personajes más emblemáticos de las últimas décadas en el firmamento cinematográfico. Tony Montana, Tony D'Amato, el teniente Vincent Hanna, Serpico y, por encima de cualquiera, Michael Corleone. Todos ellos están grabados a fuego en la memoria de cualquier cinéfilo que se precie de serlo. Y ninguno sería capaz de imaginarlos con otro rostro que no fuese el de este viejo zorro del Bronx cuyas arrugas testimonian una vida de excesos en la que únicamente ha sido fiel a una amante: la actuación.

Para ella nació Al Pacino en el seno de una humilde familia de Nueva York de ascendencia siciliana. Aunque eso, desde luego, era difícil de imaginar con semejantes orígenes. Su infancia no fue fácil. Sus padres se divorciaron cuando apenas contaba con dos años. Se crió en un edificio próximo al zoológico del Bronx bajo la atenta mirada de su madre y sus abuelos. Procedían estos de Corleone, una localidad de Sicilia que el mundo descubriría gracias a la maestría de un triunvirato de lujo que ascendió al Olimpo merced a una novela de Mario Puzo: Francis Ford Coppola, Marlon Brando y el mencionado Al Pacino.

El descubrimiento de un genio

Hay quien podría pensar que lo sucedido después estaba escrito por el destino. Nada más lejos de la realidad. Creciendo en semejante escenario, las posibilidades de que Al Pacino hubiese descarrilado sin soñar siquiera con tocar las estrellas eran máximas. Las tentaciones de darse a la mala vida se multiplicaban. El joven, al que sus compañeros apodaban Sonny, anhelaba con dedicarse al béisbol. Las clases le interesaban más bien poco. Sus notas eran pésimas. Sus encontronazos con los profesores, tantos que acabaron motivando el abandono de sus estudios. Tan solo congenió con una docente, que atisbó en el lo que andando los años sería de común conocimiento para el resto del mundo: el pupilo que tenía ante sus ojos disponía de unas soberbias cualidades para mimetizarse en otros.

Aquella mujer se encargaría de encauzarle, y Al Pacino aún tiene para ella algunos de sus más sentidos agradecimientos. Otros se los reserva para quienes le inocularon las virtudes del 'método'. Fue en el Actor's Studio donde se convirtió en un actor profesional. Antes había tenido que soportar trabajos con míseros salarios y todo tipo de humillaciones. Había caminado sobre el alambre hasta que Charles Laughton le dio su primera oportunidad en el Herbert Berghof Studio. Pero la academia de arte dramático que fundarán allá por 1947 Elia Kazan, Robert Lewis y Cheryl Crawford era otro mundo. Tutelado por Lee Strasberg desde 1951, el Actor's Studio moldearía a gigantes de la gran pantalla como Paul Newman, Montgomery Clift, James Dean o Steve McQueen. También a otros que siguen sentando cátedra hoy en día con cada una de sus apariciones en la pantalla. Es el caso de Robert De Niro, Dustin Hoffman o el propio Al Pacino. Y, por encima de todos, Marlon Brando.

Una trilogía tan grande como la vida

De Brando aprendió Al Pacino lo poco que aún precisaba para dar rienda suelta a su inmenso talento. Curtido en Broadway, donde se estrenó en 1969 con una obra que le valió el premio Tony, debutó ese mismo año en la gran pantalla con un pequeño papel en una cinta hoy ya olvidada, 'Yo, Natalie'. Tres años después, su nombre llenaba ya titulares de prensa. Un milagro obrado por la extraordinaria repercusión de 'El Padrino', la cinta de Coppola sobre el mundo de la mafia que figura en la mayoría de listas de las mejores películas de la historia. Fue en ese filme basado en la novela homónima de Mario Puzo donde colisionarían una estrella que lo era desde tiempo ha y su más digno sucesor.

Brando, inmenso en el papel de Vito Corleone, manejaba un emporio cimentado sobre la sangre de sus víctimas. Hacia él trataba de atraer a un díscolo Michael que intentaba escapar del destino, El asesinato de don Vito haría baldíos todos sus anhelos, sellando su futuro. La degradación moral de Michael y la orgía criminal que desataría a raíz de la muerte de su padre y de su primera esposa, acribillada a balazos por sus enemigos, constituye uno de los más poderosos ejercicios interpretativos nunca vistos. Para cuando concluía la trilogía -Coppola hubo de plegarse a dirigir una tercera entrega, acuciado por los problemas económicos en que le habían sumido el fracaso de 'Corazonada' y 'Cotton Club'-, Michael Corleone era la personificación del mal. Aunque este no fue nunca tan seductor.

Más allá de Michael

Michael Corleone es una de las patas sobre las que se asienta el mito de Al Pacino. Pero ni mucho menos la única. No menos monumental fue su caracterización de Tony Montana en 'El precio del poder' (Brian De Palma, 1983), papel que logró tras superar en el casting a Bruce Willis y Tom Cruise. Cuesta imaginar que ese título pudiese ser, como hoy sucede, un filme de culto de haber pasado por otras manos que no fuesen las del neoyorquino. Y qué decir del John Milton de 'Pactar con el diablo' (Taylor Hackford, 1997). Escalofríos provoca recordar el sufrimiento a que sometía su personaje a los de Keanu Reeves y Charlize Theron.

Casi irónico resulta que con semejante andadura, el Oscar se lo diesen por un largometraje tan edulcorado como 'Esencia de mujer' (Martin Brest, 1991). Al Pacino salía por fin vencedor de una ceremonia, la de 1992, en la que tenía dos rivales tan dignos de la estatuilla como el Robert Downey Jr. de 'Chaplin' o el Denzel Washington de 'Malcolm X'.

Desde entonces, Al Pacino ha seguido siendo una máquina incombustible que ha regalado memorables interpretaciones -'Un domingo cualquiera' o 'El mercader de Venecia', por citar dos de las más logradas- al tiempo que sentaba cátedra sobre los escenarios y daba rienda suelta a una de sus mayores obsesiones: la obra de William Shakespeare.

Entre los textos del bardo y el espectro de Michael Corleone camina el actor a sus 75 años, imbuido de la misma pasión que en sus inicios aunque su rostro no pueda ocultar -tampoco lo intenta- los efectos de batallas del pasado. Con él afronta nuevos retos, el más reciente de los cuales le ha llevado a ponerse a las órdenes de Barry Levinson en 'La sombra del actor', una película que llegó a la cartelera este viernes y en la que se mete en la piel de un sexagenario intérprete sumido en una profunda depresión tras un compendio de malas críticas.

Pero a diferencia de Simon Axler, el personaje urdido por Philip Roth en 'La humillación', la novela en la que se basa la cinta de Levinson, la idea de la retirada no parece pasar por la cabeza de este hombre que, cumplidos ya los 60 años, incrementó la familia con la llegada de los gemelos Anton James y Olivia Rose, fruto de la relación que este Casanova cuya nómina de romances incluye a actrices como Jill Clayburn, Diae Keaton o Penelope Ann Miller, mantuvo con la también intérprete Beverly D'Angelo. Larga vida al dios Pacino.

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