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Una visitante del Prado contempla un bodegón pintado por Clara Peeters.
El Prado dedica su primera exposición a la obra de una mujer

El Prado dedica su primera exposición a la obra de una mujer

La historia del Arte borró del mapa a Clara Peeters y a otros cientos de mujeres durante más de cuatro siglos. Desde ayer y hasta el 19 de febrero de 2017 se puede disfrutar de su monográfico en la pinacoteca madrileña

Francisco Apaolaza

Martes, 25 de octubre 2016, 10:25

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Clara Peeters lo tenía todo para ser invisible. Era pintora en el siglo XVII, cosa difícil. Sobrevivir artísticamente bajo el yugo masculino suponía una tarea ardua que necesitaba de toda su fuerza, sus convicciones y su ingenio. La historia pasaría por encima de ella. O quizás no. En una de esas jornadas de pintura, mientras creaba uno de sus bodegones, en los reflejos de los adornos de una preciosa y enorme copa dorada decidió pintarse seis veces a sí misma con la paleta en la mano. Fueron seis miniaturas, despreciables incluso al primer vistazo, pero allí estaba ella, minúscula, velada, decidida, cuidadosa y determinada a ser alguien. Después, la historia del Arte la borró del mapa durante más de cuatro siglos con otros cientos de mujeres, hasta ayer, cuando su pequeña imagen se pudo observar en uno de los primeros museos del mundo. Clara Peeters, de la que no se sabe prácticamente nada, es la protagonista de la muestra con sus obras que abre sus puertas en Madrid desde ayer hasta el 19 de febrero de 2017, la primera que la pinacoteca dedica enteramente a una pintora en toda su historia.

La historia que ayer dio un giro fenomenal comienza en 1607 en Amberes. Esa es la fecha del primer cuadro de la artista. El comisario de la muestra, Alejandro Vergara estima que tendría 17 o 18 años porque en esa obra «estaba aprendiendo». El último cuadro se fechó en 1621. Eso es todo lo que se sabe con certeza, además de las 40 obras que de ella se conservan en todo el mundo, cuatro de ellas en el Museo de El Prado, que posee la colección más numerosa de la misteriosa artista.

El hecho de que fuera mujer apunta a que quizás Peeters perteneciera a la aristocracia, o quizás naciera en una familia de pintores. Existe muy poco material sobre ella y parte del que hay cae en errores y contradicciones. La muestra lleva prendida una anécdota. En los años 60, una pareja norteamericana de amantes del arte llegaron a El Prado, cayeron sobre uno de los cuadros de la pintora y se interesaron por ella. Al volver a casa, buscaron información sobre la artista y no la encontraron. Ese vacío dio lugar años más tarde a la creación del Museo de la Mujer en el Arte de Washington.

Peeters se dedicó con exquisito gusto a pintar bodegones, un género que entonces se consideraba aún menor. Vergara sostiene una hipótesis que describe con acierto el mundo en el que vivió Peeters: pintaba bodegones porque trabajar en estudio con modelos desnudos y humanos le hubiera traído problemas. Los cuadros son enciclopedias de la vida de la época. En una de las tablas, por ejemplo, la artista ha plasmado el primer bodegón de pescado de la historia, que «habla de muchas cosas: de los tres días de ayunos semanales en la época...». Todos los significados se han desplegado en el museo, como si los objetos que pintó hubieran vuelto a la vida con la figura valiente, misteriosa y engañosamente pequeña de Peeters, con la que ayer se hizo justicia en Madrid.

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