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MARTA PÉREZ GUILLÉN
Sábado, 23 de agosto 2014, 09:07
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Que conecta con el público eso lo saben hasta las columnas del Teatro Romano, testigo de su buena interpretación en unas diez ocasiones. Que sus personajes se mantienen en la memoria de los afortunados que lo han visto hacer, también. El extremeño José Vicente Moirón regresa metido en la piel de un Edipo contenido.
¿Cómo lleva ser cabeza de cartel?
Esta ya es la tercera vez. Una responsabilidad tremenda, y una satisfacción muy grande. Cada vez que pisas la arena del Teatro de Mérida, es como si lo hicieras por primera vez. Sientes lo mismo. La misma inquietud, los mismos nervios, los mismos agradecimientos, es como entrar en otra dimensión. Es el teatro en estado puro, teatro en vena. Y la responsabilidad muy grande, porque te sientes un privilegiado. Piensas, estoy dentro de un Festival Internacional de Teatro, con un público que quiere ver una tragedia, la nuestra en este caso. Y con el peso que supone hacer el personaje protagonista. Por supuesto con un elenco de actores detrás, que sería imposible hacerlo sin ellos. Con una inquietud de siempre. Pero de manera canalizada, no quiero perder el rumbo y por eso quiero estar muy concentrado estos días
¿Cómo es su Edipo?
He apelado a la humanidad del personaje. Edipo no es un militar, es noble viene de la realeza. Porque se supone que es hijo del Rey de Corintio, de Póligo. Y aunque él ha vivido esa vida regia, se fue pronto de casa para evitar la profecía y maldición que los dioses le vaticinaron. Marcha al exilio, comiendo lo que encontraba, viviendo en los campos, hasta que resuelve el enigma de Tebas. Y se encuentra de golpe con que se tiene que casar con la reina Yocasta y gobernar ese país, sin ninguna referencia más que la de su padre. Él lo hace desde la humanidad, desde la cercanía. Se hace amigo de su pueblo. Por eso el pueblo le venera, porque sabe que está con él. Y por eso el pueblo le habla, lo idolatran porque ya los salvó en una ocasión de otro castigo divino. Pero el que tienen ahora es muy gordo, el de la peste. Él no sabe que hacer, pero su pueblo confía tanto él que decide emprender una investigación, la del asesinato de Layo. Él no conocía ese hecho que ocurrió hace más de quince años. Le va la vida por ayudar a su pueblo. Proclama un castigo si no le hacen caso, y él es víctima de su propio castigo. Veo a un personaje muy humano, muy rico en emociones y en sentimiento. Le quitas la arrogancia que puede tener por ser un rey, y quizás es eso lo que me ha costado. La contención del personaje, porque soy muy visceral en escena. Me gustan los personajes muy apasionados, y este lo es pero desde otra perspectiva. Es un personaje que apela más a la razón, a la reflexión, es un intelectual. Es muy listo, muy inteligente.
¿Cómo fue la génesis de este proyecto?
La idea fue mía. Le presentamos el proyecto a Jesús Cimarro. Le interesó desde el principio y nos pusimos las pilas. Es una gran oportunidad, en el escenario más hermoso, pisar de nuevo la arena del teatro, con esta tragedia que es la tragedia de las tragedias. Está perfectamente construida. Sófocles ahí, me deja sorprendido. A mi y a toda la compañía. Es muy compleja, tienes que hilar muy fino. No se equivocó en nada Sófocles. Y se podría haber perdido en ese jardín. Porque nosotros en la lectura, en el trabajo de mesa, intentando entender cómo era la trama, decíamos, "aquí hay una arista". Y no, no es una arista. Está, es la trampa, está ahí para que te creas que es una trampa, pero diez minutos después la resuelve. Y de manera magistral. Está llena de medias verdades, y eso es lo que hace que sea un argumento imprevisible. El público piensa que conoce Edipo. Yo al menos, creía que lo conocía.
¿Qué pensó al leer la versión de Miguel Murillo?
Creo que todos pensamos, que era una obra perfectamente contada. Miguel Murillo lo ha hecho muy bien, el adaptador del texto. Pensamos que era sencilla y qué equivocados estábamos. Es muy compleja. Los personajes, todos pasan por una montaña rusa de emociones. Hay de todo. En mi personaje está la duda, el enfado, la traición, la locura. El sentirme utilizado por el destino. El ser víctima de los dioses. Y después lo peor, encontrarse con que él ha provocado todo esto. Que es el culpable sin quererlo. No es fácil mi personaje, como tampoco lo son los papeles del resto. Es una función que en la lectura nos pareció muy sencilla, pero luego al ponerla en pie, piensas que por algo es una tragedia y un referente. Y es por su complejidad.
¿Cuál es el secreto de las compañías extremeñas para calar hondo siempre en el público?
Creo que es el respeto que tenemos al escenario y el amor por el teatro que existe en esta tierra. Lo habrá en otras comunidades autónomas, y no lo pongo en duda. Pero en Extremadura es así. El equipo con el que contamos en Edipo es maravilloso. Ver a los actores disfrutar tanto, los que llevan la producción, los ves entregarse y es sensacional. La escenografía que llevamos son volúmenes que pesan y en los ensayos, en cada repetición, yo pensaba en el coro, que son los que mueven esas cajas durante la función. Pensaba, tendrán que estar agotados. Todos lo estábamos, pero ellos doblemente. Y aún así estaban entregados. Sentimos agradecimiento ante la oportunidad de pisar el teatro. Conocemos al público, sabemos lo que Mérida espera e intentamos dárselo. Creo que esa es una de las claves y quizás el secreto del triunfo aquí. Y yo creo que al público también le gusta ver a los actores extremeños en el teatro.
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