Borrar
¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?
Sara Baras, en el centro, junto al cuerpo de baile, en el estreno de 'Medusa, la guardiana', la segunda obra del Festival de Mérida. :: josé manuel romero
Baras transforma en cine el flamenco

Baras transforma en cine el flamenco

La compañía de la bailaora isleña firma una sugerente 'Medusa' en la que falla la palabra

CELESTINO J. VINAGRE

Viernes, 11 de julio 2014, 09:16

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Desconozco si los cincuenta pensionistas que alegran sus cuerpos estos días de julio en el Balneario de El Raposo, cerca de Zafra, y que la noche del miércoles decidieron subirse a un autobús para venir a Mérida salieron contentos tras ver a Sara Baras en una explicación diferente de la mitología griega. Apuesto a que sí. En cambio, se puede asegurar sin dudas que estaban felices como unas castañuelas cuatro alemanes sentados en la cávea ima alta del Teatro Romano que, al terminar el espectáculo, aplaudieron (de aquella manera, eso sí) y hasta se rieron durante unos segundos.

Ese sentimiento de reconocimiento y alegría es lo que mostraron la inmensa mayoría de los 1.700 espectadores que acudieron al estreno de 'Medusa, la guardiana', el último montaje de la genial bailaora andaluza y otra sorpresa para el público en el inicio del Festival de Mérida. Y, al igual que sucedió con la ópera 'Salomé', un cambio de guión sobre lo considerado como previsible que agrada más que desentona, aunque en el caso de 'Medusa, la guardiana', el montaje, que no llega a la hora y veinte minutos de duración, deje algún aspecto más chirriante que 'Salomé'', básicamente el recurso de introducir un narrador en la obra.

La ortodoxia de la danza flamenca se actualiza o se transforma no en su ejecución sino en su puesta en escena porque, definitivamente cumpliendo con lo anunciado en la previa, esta 'Medusa' de Baras se convierte en el trabajo más teatral de la artista andaluza, donde la música convencional, y no solo la de guitarra y percusión, dibuja una prolongada banda sonora.

A sus 43 años, ha transformado el flamenco en 'flamencomascope' (permítanme la patada al diccionario para compararla con el cinemascope y su transcendencia en el séptimo arte).

Cinco mujeres y cuatro hombres conforman el cuerpo de baile en intervenciones que por momentos dan la impresión de estar viviendo un trailer cinematográfico o secuencias de un filme mitológico. Todo, además, bajo una peliculera luna llena de verano.

Aciertos y lastre

Una manera no solo para intentar sobresalir sino, dicho sea de paso, para ganar adeptos, para hacer más popular el flamenco. Por amor al arte y al bolsillo porque a nadie se le escapa que si a la mayoría de los espectadores que acuden al Festival se les hace una encuesta, puestos a gastarse 20 euros en una función, preferirían ver teatro antes que danza flamenca.

Esta 'Medusa' de la compañía de Sara Baras, avisados quedan los puristas de los tablaos, no es un zapateado permanente, ni palmeros que no dan abasto, ni cansinos 'olé y olé'. No. Medusa, su historia, se intenta ejecutar desde una panorámica de cine que supone una aire fresco en la danza flamenca porque los artistas lo son no solo por cómo hacen su trabajo sino por su capacidad de innovar.

Y en esta historia de la hermosa y luego fea, bondadosa y luego monstruosa sacerdotisa de Atenea que petrifica a los hombres, la innovación aparece a raudales y el público, que siempre es muy agradecido en Mérida, correspondió de todo corazón. El gran lastre del espectáculo, quien lo iba a decir en el Teatro Romano de Mérida, es la palabra, un texto que se ha encajado con calzador, sin duda con buen propósito pero con desafortunado resultado.

El papel de la conciencia de Medusa se introduce para, en teoría, clarificar la historia y avivar las neuronas de la comprensión al respetable, pero no cumple esa función. Encarnado por el actor Juan Carlos Vellido, chirría más que agrada. Confunde más que aclara. Distorsiona más que allana el terreno. Afea más que da lustre a la obra y, encima, en el día del estreno, el volumen del sonido de las intervenciones finales de Vellido descontroló los tímpanos de los espectadores. La culpa de que no encaje la palabra, hay que matizar, no es del propio Vellido, que firma una correcta interpretación, sino de lo que tiene que decir.

Sara Baras puso lo de siempre, esto es, pasión y belleza coreográfica, pero añadió un equipo imponente en el escenario, maravillosamente austero; un trabajo musical de Keko Baldomero descomunal y un vestuario increíblemente acertado, tanto en el blanco virgen del inicio del espectáculo como en el fantasmal negro funerario del tramo último.

La escenografía final, recordando casi a una película muda, resulta brutal. En ella queda también para la memoria visual la petrificación (se quedan literalmente como estatuas) que sufren los bailarines durante minutos al mirar a Medusa. Una imagen llamativa.

Todo para contar como Medusa, símbolo de pureza y hermosura, sacerdotisa del templo de Atenea, es violada por el dios del mar, Poseidón, y Atenea la castiga (a ella, no a Poseidón) enviándola al destierro transformándola en una bestia con serpientes en su cabeza y con otra pena incorporada: convertir en piedra a todo aquel que la mire. El joven Perseo, al final, consigue decapitarla. ¿Se puede entender todo esto a través del montaje de Sara Baras? Resulta conveniente ir predispuesto, saber de qué va la película (nunca mejor dicho), pero sí, se puede entender y hasta disfrutar si nos olvidamos del comentado texto.

La gaditana, que dice que ha teatralizado como nunca con este espectáculo, es Medusa en el Teatro Romano pero también recuerda a La Pepa, Juana la Loca, Mariana Pineda, Carmen..., los personajes que desde hace años han originado montajes que han apuntalado su carrera como referente de la danza flamenca. Ahora, en clave de mitología griega, esta Medusa 'flamencomascope' engancha aunque -y decir esto sea un crimen-, la palabra estorbe más que ayuda en las vetustas piedras romanas de Mérida.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios