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Ramiro Pinilla, en el jardín de 'Walden', la casa que ayudó a construir. :: josé luis nocito
«Soy feliz»
RAMIRO PINILLATODA UNA VIDA

«Soy feliz»

Es el decano de los novelistas españoles. Escribió textos para colecciones de cromos, ganó el Nadal, logró la fama a los 80 años y ahora lo tiene todo y vive como siempre deseó

CÉSAR COCA

Domingo, 6 de julio 2014, 18:50

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Ramiro Pinilla acaricia a uno de sus gatos en la puerta de casa. El decano de los novelistas españoles, ganador del Nadal, el Nacional de Narrativa, dos veces el premio de la Crítica y el Euskadi y un puñado de galardones más, confiesa que hace lo que ha querido hacer toda la vida. Lo dice en su refugio, una casita en la localidad vizcaína de Algorta con un pequeño huerto, llamada 'Walden', como el ensayo de Thoreau en el que narra los dos años vividos junto a un lago, en un escenario natural que, aseguraba, es el único que garantiza una existencia en libertad. Ese era también el sueño de Pinilla, un narrador vocacional que escribió textos para colecciones de cromos, cuidó de sus hijos gracias a una invalidez permanente que lo retiró de la vida laboral con poco más de 40 años y se convirtió en un escritor de culto después de haber permanecido en la semipenumbra literaria durante varias décadas. Ahora, ya nonagenario, ha descubierto que la vejez no proporciona ningún tipo de sabiduría especial. En cambio, él ha conseguido algo mucho más importante. Lo dice con una sonrisa franca y la tranquilidad de quien no debe nada a nadie: «He alcanzado una fama literaria que no esperaba y tengo amor... Soy feliz».

  • Nace

  • Estudia

  • Literatura.

  • Reconocimiento.

- Alguna vez ha comentado que es hijo de una de las pocas mujeres que trabajaban en una oficina a comienzos del siglo XX.

- Sí. Había nacido en Zaragoza y a los 18 años llegó a Bilbao y empezó a trabajar en una casa de importación donde conoció a mi padre, que era de Madrid.

- A usted la Guerra Civil le cogió al principio de la adolescencia. ¿Cómo la vivió?

- Tenía 13 años y todo cambió. Mi padre vivía por encima de sus posibilidades. En eso era un adelantado (se ríe). Desde que yo tenía un año pasábamos el verano en una casita sobre la playa, en Algorta, y en 1936 el inicio de la guerra nos pilló allí y nos quedamos casi un año, hasta que las tropas nacionales entraron en Bilbao. Me acuerdo de que los tres primeros días hubo pan blanco, pero luego volvimos al pan negro y al racionamiento. Hubo años de hambre... y en mi familia los ingresos se redujeron mucho.

- ¿Tiene algún recuerdo de disparos o bombardeos?

- Cuando sonaba la sirena, mucha gente de Algorta se refugiaba en unas cuevas que había entonces en la playa. Una vez, mi madre nos llevó y cuando estábamos cerca de una de esas cuevas vimos aparecer un 'stuka' alemán que disparó una ráfaga de ametralladora.

- ¿Pasó miedo?

- Fue cosa de unos segundos, tan rápido que no llegué a sentir miedo. Recuerdo que nos tumbamos en la arena, junto a algunos soldados, y las balas pasaron cerca. Otro recuerdo de aquellos días es el de la gente que se marchaba. Había una chica algo mayor que yo, muy guapa, que se fue con su familia y unos meses después regresaron todos menos ella. Había muerto de tifus.

- Estudió Maestría Industrial y Náutica. No parecen estudios muy relacionados.

- Primero hice Maestría Industrial porque para encontrar un empleo en el País Vasco lo mejor era estudiar algo relacionado con metales. Al acabar, un amigo y yo nos matriculamos en Náutica porque nos dijeron que nos convalidaban muchas cosas, y así fue. Enseguida hice mis primeras prácticas en el 'Mar Rojo', un barco de carbón tan viejo que había días de mala mar que retrocedíamos en vez de avanzar.

- ¿Cómo fue la experiencia?

- Horrible. Tardamos un mes en llegar a Buenos Aires y estuve todo el tiempo mareado, aunque terminé por acostumbrarme. Al llegar, lo primero que hice fue buscar una tienda de música porque llevaba un encargo de mi hermano: entré y lo primero que vi fue un enorme retrato de Gardel, que era mi ídolo, el cantante que me había acompañado en todos mis procesos sentimentales, en las alegrías y las penas.

- ¿Cuánto tiempo estuvo navegando?

- Dos años en total. Uno en el 'Mar Rojo' y el segundo en otro barco. Lo suficiente para comprender que esa vida no era para mí. Cuando dije a mis padres que lo dejaba se llevaron un disgusto, porque aquí se pasaba mucha hambre y si estabas navegando tenías la posibilidad una o dos veces al año de comprar comida en alguno de los destinos y enviarlo todo a casa en una gran caja de madera.

- ¿Tenía ya la vocación de escritor?

- Ya escribía antes, pero con 23 ó 24 años me compré una 'underwood' pequeña en Palma de Mallorca y eso fue un impulso definitivo a esa vocación. En casa tenía una máquina grande, de oficina, y había escrito algunos cuentos con ella. Uno ganó un concurso de Radio Bilbao. El premio era un vale para comprar un par de zapatos. Se lo di a mi madre.

En la fábrica de gas

No eran años fáciles para casi nadie. Hay una escena que refleja muy bien esas dificultades: a comienzos de los cuarenta, muchas noches se reunían en casa Ramiro, su hermano y sus padres y sentados a la mesa metían cromos en sobres. «Pagaban una miseria, pero ese dinero nos venía muy bien», explica. Luego, tras la mala experiencia de la navegación, llegarían años de horario interminable de trabajo para poder sacar adelante a la familia que acababa de formar.

- Había entrado a trabajar en la Fábrica Municipal de Gas por un enchufe. Un hermano de mi madre tenía un buen cargo allí y me metió. El gran peligro de encontrar un trabajo era que te casabas (se ríe), y tras vivir en una casa humildísima compramos este terreno muy barato y con una segunda hipoteca empezamos a levantar la casa.

- A la que le pone un nombre tan literario y simbólico como 'Walden'. ¿Por qué?

- Poco antes se había creado en Bilbao la Biblioteca Norteamericana. Allí conocí a Thoreau y Faulkner. El primero me ratificó en mis ideas 'selváticas'. El segundo me descubrió cómo quería escribir.

- Pero ya escribía...

- Sí. A mediados de los cincuenta había ganado un concurso de novela corta organizado por la Universidad de Deusto. La publicó en doce entregas una revista de la misma Universidad. Y también había hecho, por encargo, una biografía de Valentín de Berriochoa. Fue una época de mucho trabajo, porque salía de casa a las ocho de la mañana y volvía a las diez de la noche. Por la mañana trabajaba en la Fábrica de Gas, luego comía en casa de mi madre y por la tarde iba a Fher, donde escribía un cuento y el texto lo repartía entre 80 ó 100 cromos.

- ¿De qué escribía?

- A veces, cuentos. Otras, resumía argumentos de películas de Marisol y de otros. Hacía todo lo que me pedían, pero nada tenía que ver con la literatura.

- Hasta que gana el premio Nadal, que habían recibido antes Delibes o Sánchez Ferlosio, entre otros. ¿Cambió algo en su vida?

- Poco. Fue una historia curiosa. Nadie me conocía y los periodistas 'secuestraron' literalmente a mi padre en Bilbao, ya de madrugada, para que les trajera hasta mi casa. Ya vivíamos aquí, en una casa sin terminar y sin permiso municipal. Incluso hubo un tiempo en que teníamos que coger la electricidad de la casa de un vecino, con un cable que iba sobre la carretera y que iba cediendo cada día. Yo pagaba las dos facturas, la del vecino y la nuestra. Era un tiempo épico, como del Oeste. Al día siguiente del premio iba en tren a trabajar a Bilbao y la gente leía la noticia y comentaba: «¿Pero quién coño es este Pinilla?»

- ¿Qué hizo con el dinero del Nadal?

- Pagar unas deudas, terminar alguna obra que teníamos pendiente en casa, comprar un tocadiscos que había fabricado un vecino -y que salió muy malo-... Durante un año vivimos algo mejor, pero el dinero se fue volando.

- Una década después queda finalista del Planeta con 'Seno'.

- Pocos días después de anunciarse el fallo, un miembro del jurado escribió que, como otras veces, mi novela era mejor pero la ganadora ('Condenados a vivir' de José María Gironella) resultaba más comercial. El día de la concesión del premio, Lara me animó a escribir. En un momento de la conversación, noté que me metía algo en el bolsillo. Eran 5.000 pesetas y no entendí por qué lo hizo. Cuando un mes más tarde me llegó el cheque del premio, me las había descontado. Y, contra la norma, mi novela se publicó seis meses después que la ganadora.

- ¿Cambió algo su forma de escribir tras la muerte de Franco?

- No. Siempre he escrito lo que he querido. Mi conciencia ha ido al margen de todo, sin elementos exteriores que la coartaran. He ido construyendo mis ideas y no he rectificado. Uno de los grandes ejes de mi obra es el amor a la libertad.

Horticultor, editor, padre

A la hora de las fotos, el autor de 'Las ciegas hormigas' y 'Verdes valles, colinas rojas' se adentra en la pequeña selva de su huerto. Antes, cultivó aquí mismo patatas, tomates y pimientos. Una ocupación singular para un escritor que, tras la muerte de Franco, se embarcó en la aventura de formar una editorial llamada Libropueblo que editaba a precio de coste y vendía los libros en la calle. Para entonces, era un jubilado prematuro a consecuencia de un desprendimiento de retina que cegó para siempre uno de sus ojos.

- Con poco más de cuarenta años, estaba jubilado. Pude cuidar a mis hijos y eso es un privilegio del que pocos hombres disfrutan.

- Pero, pese a ese privilegio, estuvo unos cuantos años sin escribir apenas nada.

- No fue algo que eligiera. Durante años no tuve tiempo. Además, el Nadal me había dejado un poco aturdido. 'El salto', una novela posterior, tenía una dependencia enfermiza de Faulkner. La enfermedad de mi mujer, la conciencia de que me faltaba una voz propia, todo se juntó para que escribiera mucho menos.

- ¿No lo lamenta ahora?

- Hice lo mejor que podía haber hecho. No estoy arrepentido porque me ha gustado siempre más vivir que escribir. Lo que he vivido no lo cambio por nada.

- ¿No ha tenido nunca amigos escritores o artistas?

- He vivido siempre solitario, alejado de un mundo que me ha parecido muy falso. Una vez coincidí en una reunión con Blas de Otero, a quien admiraba mucho, pero no quise conocerlo porque su obra podía caerse por la persona.

- ¿Alguna vez piensa en la posteridad?

- Si dijera que no, mentiría. Todo el mundo piensa en el recuerdo que dejará en sus hijos, por ejemplo. Pero no tengo preocupación alguna por mi fama literaria...

- ¿Teme a la muerte?

- No le tengo ningún miedo, pero me marcharé muy apenado. He tenido mis grandes tragedias, pero la vida me ha gustado.

- ¿Qué le pide a la vida?

- Llegar a los 120 años como hasta ahora. Soy un hombre feliz. Aunque podía haber hecho mejor algunas cosas y seguro que, como todos, tengo algunas manchas.

- ¿Hay algún sueño que le gustaría ver cumplido?

- No he tenido grandes metas en mi vida porque pienso que en la sencillez está la felicidad. He alcanzado una fama literaria, mis libros se aprecian más de lo que pude haber esperado nunca... Yo pensaba que algo podría hacer en el mundo de la literatura, pero no tanto. He logrado todo eso y tengo amor, así que soy feliz.

- Es el decano de los escritores españoles...

- Desde hace unos veinte años, soy siempre el mayor en muchos sitios. Es malo por la edad, pero bueno porque significa que aún sigo vivo.

en Bilbao, el 13 de septiembre de 1923.

Maestría Industrial y Náutica y navega durante dos años. Después empieza a trabajar en la Fábrica Municipal de Gas de Bilbao, al tiempo que escribe textos para colecciones de cromos de la editorial Fher.

Gana el Nadal en 1960 con 'Las ciegas hormigas'. Aunque ya había escrito algunas cosas, era un perfecto desconocido para el gran público. El libro merece también el Premio de la Crítica. Fue finalista del Planeta con 'Seno' en 1971. A finales de los setenta, promueve la editorial Libropueblo, que vendía libros a precio de coste, distribuidos en la calle.

Crítica y público lo redescubren hace una década, cuando publica la trilogía 'Verdes valles colinas rojas', con la que gana el Nacional de Narrativa, el premio de la Crítica y el Euskadi, que volverá a conseguir en 2012 con 'Aquella edad inolvidable'.

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