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Marta Gibello colocando los cacharros junto a la variante por la que no dejan de pasar coches. :: L. Cordero
La pareja que vive a la intemperie en la variante de Cáceres pide ayuda por el frío

La pareja que vive a la intemperie en la variante de Cáceres pide ayuda por el frío

Él tiene 80 años, hace cinco sufrió un infarto y ahora está sondado al sufrir cáncer de próstata

Sergio Lorenzo

Cáceres

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Domingo, 11 de febrero 2018, 11:15

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«Por favor, no me ponga los apellidos. Si mis hijos saben que estoy viviendo así, les da algo», ruega Fernando al Diario HOY, que acudió a verle por la llamada de una lectora. Decía que era increíble que el Ayuntamiento permitiera que estuvieran viviendo a la intemperie este hombre y su compañera. «Él está enfermo y ella está pidiendo al Ayuntamiento que les ayuden, pero no le hacen caso. Y ahí están pasando frío y llenos de mierda, con la cantidad de pisos sociales que están vacíos», indicaba la lectora en su llamada.

Francisco recibe al visitante con educación y enseña donde viven: un habitáculo pequeño, al lado de la variante urbana de la antigua N-630 (hoy llamada avenida del Ferrocarril, donde se encuentra a un lado la mediana superficie de AKI y al otro el barrio del Perú), por la que no paran de pasar vehículos a cierta velocidad, aunque está limitada a 50 kilómetros por hora.

El lugar en donde viven está limitado por un cercado hecho con somieres de cama y alguna puerta; no falta sin embargo el adorno de flores de plástico y se puede ver todavía hasta un pequeño árbol artificial de Navidad. Hay poco espacio en el sitio cercado, a la izquierda una hoguera que humea con cierta debilidad y a la derecha un minúsculo sitio en el que resguardarse: una caseta de transformador de luz, en donde no cabe más que un colchón. Ahí duerme Fernando con su pareja, Marta, con cuidado de no tocar las cajas con cables.

«Tenemos una función, la gente nos ve y eso les consuela a ellos de lo mal que lo están pasando»

Fernando cuenta que nació hace 80 años en Valencia y que estuvo trabajando de ebanista decorador. Dice que era bastante bueno en su trabajo, «puede preguntar a los franciscanos de la calle Margallo y a la Iglesia de Fátima, en donde les arreglé muebles».

Trabajó en Madrid, en donde estuvo casado y allí viven sus hijos. Se separó y se vino a la localidad cacereña de Alía, en las estribaciones de los Ibores. De allí, hace unos diez años, se vino a vivir a Cáceres, «me gustó y me quedé», asegura sin dar muchas explicaciones.

En la capital cacereña conoció a Marta, que tiene 52 años; primero estuvieron viviendo de alquiler hasta que les desahuciaron y, hace poco más de un año comenzaron a vivir pegados a la variante y sus coches. Fernando explica que la vida se empezó a complicar cuando sufrió un infarto hace cinco años, y ahora está con una sonda por culpa de la próstata. Marta apostilla que lo que tiene es cáncer de próstata.

Fernando en el habitáculo en el que llevan más de un año
Fernando en el habitáculo en el que llevan más de un año L.CORDERO

Marta Gibello es de Cáceres, su familia tenía la farmacia Castell de la Plaza Mayor. Ella padece una discapacidad psíquica y tiene una hija, pero no recibe ninguna paga. Los dos son pareja desde hace diez años. Fernando reconoce que tiene una pensión de 600 euros al mes.

«A nosotros nos gustaría vivir de alquiler, como antes, pero no podemos pagar más de 200 euros. Por eso vivimos aquí, sin luz y sin agua. El agua la cogemos de una fuente cercana. La verdad es que hay gente muy buena y nos dan leña para que no tengamos frío».

Tiene las manos llenas de mugre, totalmente negras, y reconoce que con la enfermedad no es un sitio adecuado para vivir, «se me puede infectar lo de la bolsa y ponerme mucho peor».

Marta acaba de ir al Instituto Municipal de Asuntos Sociales (IMAS) y asegura que no le hacen caso. «Estos días está haciendo mucho frío y lo único que pedimos es que nos dejen un sitio en donde pasar al menos unos días, un sitio temporal, hasta que termine el frío», lamentaba el pasado miércoles.

Ella pide un sitio para protegerse de las bajas temperaturas de este mes de febrero y poder cuidar mejor a Fernando, mientras que él dice que le gustaría tener un piso por Marta, para que no pene tanto. Cada uno piensa en el otro. Y en los demás. «Por mí... me da igual. Yo lo siento más por ustedes que vienen y tienen pena al ver cómo estamos. Lo siento por ustedes».

«De todas maneras», añade él «también tenemos una función, porque la gente nos ve, y muchos dicen, 'mira, nosotros estamos mal, pero mira a estos que viven ahí, al lado de la carretera, estos están mucho peor que nosotros'. Y eso les consuela a ellos de lo mal que lo están pasando. Somos su consuelo».

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