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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
El corral y la plataforma en la que se juega.

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El corral y la plataforma en la que se juega. Salvador Guinea

Esta noche el dinero vuela en Zarza de Montánchez

DESDE LA MOTO DE PAPEL ·

Sergio Lorenzo

Cáceres

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Domingo, 1 de octubre 2017, 09:07

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El fotógrafo Salvador Guinea me lo dijo hace unos días (creo que el miércoles 13 de septiembre). Lo dejó caer como el que no quiere la cosa:

–¿Tú sabes que aquí al lado, en un pueblo, está uno de los casinos más antiguos de España y, si me apuras, de Europa?

–Estás de coña, claro – le dije mientras continué fabricando palabras.

–De eso nada. Hay 15 días al año que en Zarza de Montánchez se vuelven como locos, y todo el mundo, hasta los niños, se ponen a apostar dinero en un juego antiquísimo que algunos dicen que se remonta al origen de los tiempos y otros, con los pies más en la tierra, aseguran que lo jugaban los soldados en la Edad Media. Si quieres te llevo. Ahora empiezan esos 15 días. Juegan para celebrar a su Cristo de las Maravillas. Comienzan la víspera de su día, el 14 de septiembre. Siempre han jugado dinero en el pueblo. No han podido con ellos ni Franco, que prohibió apostar en los juegos de azar.

Cuando terminé de juntar letras, ya por la noche, me quedé en la Redacción buscando información en el Servicio de Documentación del Diario HOY, y descubrí una reportaje del 30 de septiembre de 1973 (Franco aún estaba por aquí) titulado así: ‘El juego de las bolas, una costumbre ancestral’. Se decía en el artículo: «Zarza es una especie de Montecarlo extremeño y llegan a jugarse cantidades verdaderamente importantes».

Ya en casa, en internet encontré un interesante trabajo de la antropóloga Silvia Pérez Simón, publicado en el año 2010. Señala en su trabajo que se juega en una plataforma en forma de bañera, de cemento y cal, que está cubierta de tierra todo el año, salvo los quince días del juego.

Desde hace siglos,quince días al año,aquí juegan dinero aLas Bolas hasta los niños

La plataforma tiene cerca de tres metros de largo y metro y medio de ancho, con una inclinación máxima de 50 centímetros. Hay unas personas que son las que coordinan el juego, que son reconocibles porque dan una ficha numerada a los que quieren hacer de banca y jugar contra los apostantes, y porque tienen una escoba con la que de vez en cuando limpian la superficie de la plataforma. Estas personas, en su estudio, son identificadas como Antonio Muñoz y su tío Blas Prieto.

El juego es muy sencillo. Cualquiera puede ser banca. Tras pedir y conseguir la vez, se pone dentro de la bañera de cemento, y la gente va poniendo sus apuestas al borde de la plataforma. La banca va casando las apuestas, poniendo la misma cantidad de dinero que se apuesta. Una vez que ha terminado, se procede a tirar ocho bolas de metal desde el borde menos profundo de la bañera. En la parte más honda hay un hoyo, y rodeándolo un cuadrado con una hendidura de unos tres centímetros. A la gente le gusta que las bolas caigan despacio, y pasen varias veces por la zona del cuadrado, en donde se suele quedar alguna bola. Al final se cuentan las bolas que hay en el agujero. Si son pares gana la banca y se lleva todo lo apostado, y si el número de bolas es impar, cada apostante se lleva su dinero más el que le igualó la banca. Cuando la banca gana, suele dar un euro al responsable de las bolas.

Es como una rudimentaria ruleta, en la que sólo se pudiera apostar a pares o a nones.

Vídeo. Antonio Muñoz limpia la zona de juego. Antropóloga Silvia Pérez.

Lo que hace más interesante al juego, es que muchas veces a la persona que hace de banca le sobra dinero después de cubrir las apuestas y quiere apostar ese dinero. Entonces, mostrando la mano cerrada con el dinero grita: «¡Hay gato!». Si alguien quiere apostar ese dinero, sin saber cuánto es, dice «¡Písalo!». El hombre que hace de banca pone el dinero en el suelo y lo pisa, para luego tirar las bolas. Si se ve más o menos el dinero alguno suele decir, «¡se le ve el rabo!», y si alguien descubre que la cantidad jugada es considerable avisa: «¡El gato araña!».

Con todo lo leído, acepté la invitación de Salvador Guinea y fuimos con unos amigos a jugar a Las Bolas a Zarza de Montánchez el sábado 23 de septiembre. Primero comimos el buen cochinillo del restaurante Plaza, en Torrequemada; después fuimos a correr en la pista de karts que hay a la salida de ese pueblo, y al anochecer llegamos a Zarza de Montánchez.

En esta localidad de 600 habitantes, en donde vive La Terrona, la encina más grande de España, hace cuarenta años había seis corrales en donde se podía jugar a las bolas, pero ahora sólo hay un sitio.

En la calle Alameda, a la izquierda del bar-discoteca Florida, hay un muro de poco más de dos metros de alto, con dos puertas que están abiertas. Al pasar por una de las puertas vimos un corral lleno de gente. Había dos plataformas para jugar a las bolas. En una jugaban los adultos y en otra los niños. Era asombroso contemplar como los niños se desenvolvían a la perfección apostando 20 céntimos o un euro.

–Pero, hombre... ¿esto es legal? – pregunte a Guinea.

–Mejor que jueguen aquí, a la vista de su familia, que por internet o con la ayuda de algún amigo de 18 años en las modernas casas de juego que hay ahora en Cáceres, que parece que hay una en cada barrio, en donde te dan la cerveza gratis para que apuestes. Estos niños aprenden a controlarse delante de su familia... y no veas lo que aprenden de matemáticas.

Nos decidimos a apostar como banca. Entramos con unos 60 euros. Hubo alegría cuando logramos dos pares y llegamos a tener más de 200 euros en las manos, pero seguimos jugando y, claro... perdimos. «Pero hombre – me dijo uno del pueblo –, no sabe usted que si gana dos veces seguidas hay que plantarse. Aquí es la costumbre».

Después de nuestra ‘aventura’ con Las Bolas, esta semana Guinea no ha parado de picarme.

–¿Sabes que Las Bolas terminan el primer domingo después de San Miguel, que se celebra el 29 de septiembre? Es decir: ¡Qué terminan este domingo 1 de octubre! La noche de ese domingo el corral no cierra. Suelen colgar un jamón y la gente come jamón y hacen las apuestas más fuertes de todo el año. Se han llegado a jugar hasta fincas. Se ven billetes de 100 euros, y ‘los gatos’ son de varios cientos de euros. Esa noche el dinero vuela en Zarza de Montánchez. ¡El dinero vuela! ¿Vamos? Venga, hombre. ¡Vamos a ir!

Yo le escucho y callo, mientras escribo esta página. Pasa gritando: «¡Hay gato! ¡El gato araña! ¡Hay gato!». Y yo le escucho, callo y escribo. A veces paro, miro a lo lejos y veo billetes de 100 volando hacia mí, y otras me veo saliendo del casino más antiguo de España con una mano delante y otra detrás.

Ya veremos qué pasa.

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