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Imagen normal del encuentro de los ríos Almonte y Tamuja desde la carretera de Monroy. :: hoy
Vuelven a surgir del agua la hornacina  y los puentes del s. XVI

Vuelven a surgir del agua la hornacina y los puentes del s. XVI

Hace cinco años produjo asombro el que al bajar excesivamente el nivel de agua del pantano de Alcántara, quedaran al descubierto tres joyas del siglo XVI, que normalmente están sumergidas: dos puentes y una hornacina

SERGIO LORENZO

Domingo, 29 de enero 2017, 09:44

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Hace cinco años produjo asombro el que al bajar excesivamente el nivel de agua del pantano de Alcántara, quedaran al descubierto tres joyas del siglo XVI, que normalmente están sumergidas: dos puentes y una hornacina.

El Diario HOY mostró las imágenes en primicia, y el descubrimiento causó sensación, siendo numerosas las personas que fueron a verlas. Volvió a llover y el agua acumulada en el pantano cubrió de nuevo el tesoro de piedra.

Han pasado cinco años y la situación se ha vuelto a repetir. La falta de lluvias ha hecho que otra vez se puedan visitar los puentes y la hornacina. Su visita es muy fácil. Están a sólo 15 kilómetros de Cáceres, en la carretera de Monroy. Al llegar al kilómetro 14 hay que estar atentos y dejar el coche bien estacionado antes de llegar al puente de la carretera. Desde allí las ruinas están a cinco minutos andando.

Estos dos puentes se hicieron para acercar más Cáceres y Plasencia. Se construyeron en el reinado de Carlos I, en 1530, y se aseguraba que por aquí se tardaba menos que yendo por Garrovillas de Alconétar. Este camino se llamaba el de Talaván o la Vereda Real de Castilla.

Quien pagó los puentes fue Francisco de Carvajal y Sande, un mecenas que vivía en Cáceres. En su libro 'Ayuntamiento y familias cacerenses' Publio Hurtado, escribe sobre él, que era arcediano de Plasencia y Calzadilla, además de canónigo de Coria, «tan rico y aficionado a las obras públicas y particulares, que de su peculio edificó la actual casa de los Carvajales, en la Plazuela del Duque; la capilla mayor de la parroquia de Santiago, dotándola de doce capellanes y uno mayor; los puentes sobre los ríos Tamuja y Almonte, camino de Talaván; y en 1543 la casa de la Enjarada, donde descansó el Rey don Felipe II, cuando vino a Cáceres de vuelta de Portugal en 1583. Y amén de ésto, muchas capellanías, obras pías y obras benéficas de distinta índole, dando lugar a que su memoria perdure como uno de los mayores bienhechores del pueblo cacereño, donde testó en 1554».

En el año 1846 Pascual Madoz describió así los dos puentes que ahora se ven: «se encuentra en la confluencia del río Almonte con el Tamuja, abrazando ambas corrientes de modo que son más propiamente dos puentes, y consta cada uno de un arco y dos ventanas a los costados, se hallan sin pretiles y a pesar de su regular elevación se ve cubierto de agua en las grandes crecidas de los dos ríos. Se les llama los puentes de Don Francisco, pues fueron construidos a expensas de don Francisco de Carvajal y Sande, natural de la villa de Cáceres». En medio de los dos puentes se encuentra la hornacina, en donde hay huellas de que tendría una reja, que era para guardar una imagen, que se sabe que era de San Francisco.

Por cierto, Publio Hurtado cuenta que Francisco de Carvajal y Sande fue el mediador en la donación al Obispado de lo que se consideraron importantes reliquias, que le dejó en un cofre su tío Bernardino López de Carvajal, que nació en Plasencia en 1456 y antes de morir en Roma en 1523 protagonizó una vida de película: fue rector de la Universidad de Salamanca; obispo de varias zonas de España e Italia; amigo de papas y reyes, fue nombrado cardenal; dos veces estuvo a punto de ser Papa y una antipapa, llegando a estar excomulgado para luego volver al redil de la Iglesia. Al parecer, en Roma robó para España reliquias, que entregó a su sobrino, que a los 15 años de su muerte, en 1538, entregó al Obispado, como decíamos. Publio Hurtado indica que entre las reliquias estaban: una espina de la corona de Cristo, un velo y el cilicio de Santa Catalina, una piedra de la celda de San Jerónimo, otra piedra de donde estaba la zarza que vio arder Moisés, y la más importante... un trozo de la cruz en donde murió Jesús. Se decía que era el trozo más grande que hay de los repartidos por el mundo, ya que medía medio palmo de alto, tres dedos de ancho y dos de grueso.

Durante tres siglos, hasta que desapareció misteriosamente, fue venerada la reliquia en una de las ermitas más curiosas de Cáceres, la que se encuentra a unos metros de la Plaza Mayor, escondida en el patio del Palacio de los Duques de Abrantes, ubicado en la esquina de la Plaza del Duque con la calle Santi Espíritu. Palacio que tiene un futuro incierto, ya que este año lo cerrarán las ocho monjas que viven en él, al dejar de ser residencia universitaria femenina.

Siguiendo con la hornacina que ahora se puede ver a 15 kilómetros de Cáceres... Hace cinco años hubo cierta polémica sobre si había que aprovechar el momento de sequía para sacarla de allí y colocarla en algún lugar de Cáceres. Mientras unos decían que sí y otros que no, el agua volvió a cubrir las piedras. Ahora la sequía está dando ocasión a continuar con la discusión.

Esperemos que la oportunidad no sea aprovechada por algún ladrón de objetos de arte.

(-¿No me criticarán por estar dando ideas a los ladrones? - Le pregunto al fotógrafo Salvador Guinea mientras voy escribiendo.

-No te preocupes. Hay un sesudo estudio de no se qué universidad de los Estados Unidos, en el cual se asegura que, en la lectura de prensa, está más que comprobado que los ladrones y sinvergüenzas sólo leen los titulares y pies de foto. No van más allá.

-Mejor. Ya me quedo más tranquilo.

Enhorabuena a los lectores que han llegado hasta aquí. Parece que se puede confiar en vosotros.)

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