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Jugadores del Fuente de Cantos en el Príncipe Felipe. :: lorenzo cordero
La columna fuentecanteña

La columna fuentecanteña

Sacrificio y disciplina caracterizan el pueblo y el club de fútbol

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 24 de octubre 2016, 08:17

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Para un columnista es mucho más fácil escribir sobre el Cacereño en Tercera División que en Segunda B. Porque cuando visitaba el Príncipe Felipe el Peña Sport, uno pensaba en Tafalla y solo la relacionaba con espárragos, pero si nos visita el Fuente de Cantos, te vienen a la memoria Zurbarán, la fiesta de la chanfaina, el colegio San Francisco Javier y el paté. Y a continuación, te preguntas cómo es posible que un pueblo que no llega a los 5.000 habitantes tenga tantas cosas, incluido un equipo de fútbol en Tercera.

Cáceres y Fuente de Cantos están unidas por la pedagogía. Fue en Cáceres donde los Padres de la Preciosa Sangre abrieron, en 1898, la primera casa de su orden en España. Esto fue así porque el cacereño Marqués de Ovando les legó la Casa del Sol, tras haber conocido durante su exilio en Turín la obra misionera fundada por Gaspar del Búfalo, canonizado en 1954 por Pío XII. Justamente un año antes de esta canonización, los misioneros cacereños de la Preciosa Sangre inauguraban en Fuente de Cantos el colegio de San Francisco Javier, que es hoy la referencia de la orden en España (además de la de Cáceres, tienen otra casa en el barrio madrileño de Orcasitas) con alrededor de 800 alumnos.

Cáceres y Fuente de Cantos comparten, además de misioneros, el color verde en las camisetas del club de fútbol. En 1945, ese verdor de las dehesas que rodean el pueblo asombró y enamoró a un danés que llegó a Fuente de Cantos para supervisar el montaje de una fábrica de harina. Se trataba de un joven descendiente de la familia Holm, que desde 1812 elaboraba foies y patés en Copenhague. Aquel ingeniero se enamoró de una muchacha del pueblo y se casaron. Así nacía la familia Sousa Holm (en Dinamarca, el apellido de la madre se pone primero), cuyo hijo pequeño, Eduardo Sousa, se hizo cargo del negocio de patés de su padre, llevó sus productos al Salón de la Alimentación de París (SIAL) y ganó el premio al mejor foie del mundo.

No está de más recordar también la excelencia pictórica del gran artista de Fuente de Cantos, Zurbarán, que con el paso de los años asombra cada vez más al mundo. Pero, más allá de estos brillos, Fuente de Cantos es un pueblo austero que sabe hacer de la necesidad virtud. La última vez que estuve allí, un vecino me explicó cómo se soportaba la crisis: «Aquí estamos acostumbrados a pasarlo mal. Haces picón y te ahorras en butano un dinerito. Cogemos aceituna y la cambiamos por aceite. Vas ahorrando de aquí y de allí. Con este jornalito, con las peonadas del ayuntamiento se ayuda a que las familias subsistan».

Debe de ser esa capacidad para subsistir y luchar la clave para que su equipo de fútbol se mantenga en Tercera División, compitiendo dignamente con clubes de grandes ciudades que multiplican por 20 y por 30 su población. El brillo, la disciplina y el sacrificio como esencia de un pueblo y de su equipo de fútbol. Les decía al principio que para un columnista es más fácil escribir contracrónicas en Tercera. Recuerdo que una vez me presentaron a un señor como columnista y él replicó que donde de verdad había columnistas era en Fuente de Cantos. Me extrañé ante un dato tan sorprendente y el caballero me lo explicó: «En el colegio de la Preciosa Sangre de Fuente de Cantos, si te portabas mal, te mandaban a una columna que había en el patio y te ordenaban quedarte pegado a ella, al relente, dos, tres o cuatro horas, dependiendo de la gravedad de tu falta. Esos sí que eran columnistas». De esa columna provendría la capacidad del equipo de fútbol para no descomponerse y luchar, a pesar de perder cuatro a cero y tener uno de los presupuestos más bajos de Tercera.

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