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Manuel Guerra posa en una zona próxima al Mar Muerto a la que les ha trasladado su empresa. :: hoy
Un cacereño en el polvorín de Oriente Medio

Un cacereño en el polvorín de Oriente Medio

«Tuve miedo, pero no dudas; era venir a Israel o seguir en el paro», relata Manuel Guerra, ingeniero de Obras Públicas

Manuel M. Núñez

Domingo, 31 de agosto 2014, 00:10

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Manuel Guerra, ingeniero cacereño de 36 años, lo tiene claro. No estaría en Israel, entre la frontera de Gaza y el Mar Muerto, si hubiese encontrado trabajo en España. El problema es que llevaba un año y medio en el paro y hace solo unas semanas le surgió la oportunidad de participar en el proyecto de una importante empresa multinacional (prefiere no dar a conocer su nombre ni explicar detalles sobre la actividad que desarrolla) en Dimona, en el desierto del Néguev.

Le gusta lo que hace, se siente integrado y recibe un salario acorde con su categoría profesional. El único inconveniente es que nadie le había entrenado para lo que está viviendo, justo en unas fechas en que se ha recrudecido el conflicto palestino-israelí. «En estos momentos relata a HOY, no le recomendaría a nadie venir. Si estoy aquí es por la situación laboral lamentable que se vive en España».

Un mes en Israel, en su primera experiencia laboral en el extranjero, le ha dado el bagaje suficiente para relativizar las cosas. Al menos lo necesario para tratar de tomárselo con toda la calma precisa. Si es que se puede hablar de calma cuando el día a día se desarrolla entre bombardeos, sirenas de aviso y una guerra que deja más de 2.000 víctimas en apenas semanas.

«Unos días antes de venir recuerda empezó la tensión por el asesinato de tres estudiantes israelíes. Justo el día que viajaba para comenzar en el trabajo se inició la ofensiva terrestre contra Gaza por parte de las fuerzas militares de Israel. Fue el 9 de julio. Dudas en venir no tuve nunca. Miedo, sí».

En la decisión de instalarse en el polvorín de Oriente Medio de este ingeniero de Obras Públicas tuvo y mucho que ver la crisis. Ni siquiera un titulado superior como él en una especialidad netamente técnica consiguió una salida en el mercado de trabajo durante casi dos años en España. Ha pasado por Huesca, Barcelona, Zaragoza, Logroño, León, Orense y más recientemente Sevilla, donde trabajaba su pareja.

Manolo, como le llaman sus amigos cacereños y sus paisanos de Alcuéscar, admite que tras la «infructuosa» búsqueda de trabajo le costó tomar la decisión de irse a Israel. «Más que por el conflicto incide por el miedo a lo desconocido, cultura, idioma... Pero ante la situación desesperante de no poder trabajar durante tanto tiempo y el desgaste psicológico que conlleva no tuve opciones. Era esto o seguir en paro».

Para tranquilidad de sus familiares, Manuel Guerra relativiza la situación. «Las posibilidades de que dentro de Israel te ocurra algo son mínimas». Y aporta un dato: «Solo han muerto tres civiles en este mes, mientras que en Gaza son 1.800 (la cifra sobrepasa ya los 2.000)».

Recuerda los primeros días allí como «muy intensos». El protocolo siempre es el mismo. Suenan las sirenas de aviso y «tienes medio minuto para llegar a la zona segura del edificio en el que te encuentres (shelter)». Asume este ingeniero por la UEx que mientras los propios israelíes lo aceptan con naturalidad, «para los españoles que estamos aquí es algo nuevo e inquietante». Pese a la normalidad que tratan de darle los afectados, «no terminas de aceptarlo tan fácilmente», aclara.

Guerra pone ejemplos concretos:«Cerca de la ciudad donde resido falleció una persona y cuatro fueron heridas. Residían en un poblado de beduinos, una zona de escasos recursos a las afueras. En este caso consideraron que no era núcleo urbano». Manuel había pasado 15 minutos antes por allí. Pese a todo, se consuela al saber que Israel «está protegido por uno de los escudos antimisiles más sofisticados». De hecho, parece conocer al dedillo el mecanismo de funcionamiento que tiene el sistema de seguridad. «Lo que hace es detectar la dirección del misil enviado desde Gaza. En caso de que la dirección sea un núcleo urbano lo contrarrestan. Envían tres misiles y lo explotan en el aire. En caso de que la dirección sea campo abierto, lo dejan que caiga».

Patatas El Gallo

Manuel Guerra, fiel aficionado del CPCacereño y habitual cada vez que puede en los partidos que se juegan en el estadio Príncipe Felipe, no pierde la conexión con la ciudad. «En este mes que llevo fuera lo que más echo de menos es a mi pareja y a mi familia. Y las patatas El Gallo», matiza con evidente buen humor.

Instalado en el área donde se ubica el reactor nuclear israelí objeto de los ataques de Hamás, este extremeño de sonrisa fácil, campechano y abierto ya sabe lo que es vivir en el corazón del histórico enfrentamiento árabe-israelí. Aunque con la tregua la intensidad se ha ido reduciendo («La tensión va disminuyendo. Esperemos que sea la definitiva», suplica), lo cierto es que Manuel y los compañeros españoles que trabajan en Israel son también víctimas de la situación. «Viendo que el conflicto iba en aumento, la empresa nos ofreció la posibilidad de trasladarnos a un hotel en una zona turística del Mar Muerto. Es más segura y tranquila», afirma. El exilio permite a Manuel aislarse un poco más. «Trabajo y hotel, nada más», corrobora con resignación.

La dirección les ha recomendado que viajen lo menos posible. Solo si «es estrictamente necesario y por supuesto nada de turismo», comenta Manolo Guerra, al que su segundo día de estancia en Israel sorprendieron las sirenas de aviso en el supermercado.

«La imagen de la gente corriendo al shelter, personas apiñadas, niños llorando... no la olvidaré nunca», revela.

Pese al escenario de bombardeos y de guerra Manolo no piensa aún volver a España. Al menos de momento. O en «ocho o diez meses».

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