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Rodríguez Plaza. El comandante Rodríguez Plaza, con una foto que hizo en Mostar. Estuvo en Bosnia en tres misiones distintas. :: Pakopí
La huella extremeña en la misión que cambió al Ejército de Tierra

La huella extremeña en la misión que cambió al Ejército de Tierra

El Ministerio de Defensa recordó el pasado miércoles el 25 aniversario del despliegue en Bosnia en el que participaron militares de Bótoa

Antonio Gilgado

Badajoz

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Domingo, 19 de noviembre 2017, 00:32

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El pasado miércoles ocho de noviembre, el Ministerio de Defensa, a través de su cuenta oficial de twitter, recordó la efeméride. Ese mismo día de 1992 llegó al puerto de Split un destacamento de legionarios para participar bajo el mando de las Naciones Unidas en la pacificación de Bosnia.

La misión, explica Defensa, cambió para siempre al Ejército español. Por eso quieren que no pasen por alto estas bodas de plata y animan a los militares que estuvieron allí a compartir recuerdos, fotos y vídeos. En total, 8.330 hombres y mujeres que se fueron relevando cada seis meses estuvieron en Bosnia.

Militares de Bótoa y del antiguo cuartel Sancha Brava participaron en cuatro relevos entre 1994 y 2001 integrados en una fuerza multinacional, la Unprofor, formada por 400.000 militares de 35 países.

A los militares de la Extremadura XI les tocó escoltar convoyes de ayuda humanitaria, repartir medicina entre la población, levantar pasarelas sobre los puentes destruidos en Mostar o proteger una zona de seguridad para que familiares bosnios y croatas pudieran reencontrarse sin temor a los francotiradores.

Estuvieron destacados en las poblaciones bosnias de Dracevo y Jablanica, cerca de Mostar, en un valle encajonado entre el río Neretva y las montañas. Paralelo al río, se construyó la carretera que lleva hasta Mostar. La sucesión de montañas, curvas, túneles y frondosidad de los bosques convertían a los convoyes que circulaban hacia allí en un blanco fácil, lo que impedía llevar suministros de cualquier tipo a la ciudad.

A la ruta del Nerevta se le llamaba la ruta de la muerte durante la guerra y más tarde la ruta de los españoles. Francisco Sánchez Rueda la conoce a la perfección. La recorrió muchas veces dentro de su blindado abriendo paso para que llegasen los camiones de la ONU. Cabo primero de Badajoz, partió del antiguo cuartel de Sancha Brava en abril de 94, con veinte años recién cumplidos. «Aunque formamos parte de la agrupación Córdoba, había muchos extremeños. De hecho, el entrenamiento previo lo hicimos en Cerro Muriano y en Badajoz». Francisco viene de familia militar y desde pequeño cultivó su vocación. Dos años después de convertirse en profesional se enroló en la misión. «Era la primera vez en mucho tiempo que la Infantería se iba fuera y podía parecer que no estábamos preparados. Pero la gente lo asumió con mucha profesionalidad. Nuestro trabajo allí dio mucho prestigio a España».

El destacamento que partió de Badajoz llegó a Dracevo, en la frontera croata. Aquello, recuerda Francisco, no era muy distinto a lo que había visto en los seis meses de entrenamiento previo. Muchos blindados y vehículos pesados de la ONU repartidos entre un amplio campamento de tiendas militares modulares.

Dracevo era la base, pero los servicios le llevaban con frecuencia hasta Mostar, al suroeste de Bosnia-Herzegovina y la quinta ciudad más grande del país.

El propio río Neretva ejercía de frontera real en la ciudad. El oeste era mayoritariamente croata y el este musulmán. En la guerra se destruyeron varios puentes, incluido el famoso Stari Most (puente viejo). En su primera incursión en Mostar, al asomar la cabeza por la escotilla del blindado, a Francisco le sorprendió la destrucción que tenía delante. La realidad, cuenta, supera la ficción. «Era un pasaje de película, todo destruido y lo sorprendente era que aún vivía gente allí, en auténticos agujeros». En una plaza desierta solo vieron a un coche destrozado y en el suelo un cadáver que nadie se atrevía a recoger por temor a que explotase otra mina.

La compañía de militares de Badajoz se movía con frecuencia entre Mostar y Dracevo, siempre controlando los 'check point', los puntos de control que montaban los cisnes negros bosnios o los croatas entre las ciudades para cerrar los corredores. Aunque a veces había falsos 'check point' que pedían comida o dinero a los cascos azules.

Los vehículos que llevaban, recuerda el ahora exmilitar, intimidaban más que los de otros ejércitos porque el tirador iba dentro, no se veía y podían sorprender a los grupos de resistencia, de ahí que abrieran muchos caminos peligrosos.

Ciudad minada

Ya en la ciudad de Mostar, la unidad extremeña se encargó de abrir veredas de paso seguro, identificando minas antipersonas escondidas que explotaban al mínimo contacto. El problema, recuerda, es que la señalización que ponían muchas veces desaparecía, bien porque se la llevaban de recuerdo militares o periodistas o porque tras dos años de guerra a muchos se les olvidaba. En la calle Santici, una vía estrecha con una acera controlada por bosnios y otra por croatas, se percataron de que tanto los de un lado como los de otro la cruzaban por encima de la zona minada. «Les dijimos varias veces que tuvieran cuidado, pero nos decían que nada, que todo controlado. Hasta que un día le explotó a uno en la pierna».

En los pocos más de seis meses que estuvo allí, Francisco aprendió a convivir con las minas -«no se ven, y muchas veces estaban camufladas en el suelo como si fueran juguetes para llamar la atención de los niños»- y los francotiradores -«cuando nosotros llegamos allí empezó la desmilitarización, había que respetar los corredores y los espacios controlados por la ONU. Les advertimos que no podían disparar sobre la zona ONU»-.

El cabo primero Francisco Sánchez Rueda, con una foto que hizo al reencuentro de todos los miembros de su unidad, habitualmente dispersos entre Mostar y Dracevo.
El cabo primero Francisco Sánchez Rueda, con una foto que hizo al reencuentro de todos los miembros de su unidad, habitualmente dispersos entre Mostar y Dracevo. PAKOPÍ

Un punto clave en esta misión fue el control en el famoso Bulevar, una de las arterias de Mostar que ejercía de línea de confrontación entre ambos bandos. El Bulevar terminaba en la Plaza Hit, desde donde se ensancha la ciudad. Allí, Francisco pasó muchas horas vigilando una tienda de campaña modular que servía como punto de encuentro para que familiares bosnios y croatas pudieran reencontrarse sin temor a los francotiradores. «Era como un territorio neutral, lo controlábamos nosotros».

El mismo sitio que durante años acogió los combates más cruentos se convirtió en una especie de zona de reencuentro. En reconocimiento a esa labor, las autoridades bosnias cambiaron el nombre en 2008 por Plaza España.

Miguel Ángel Rodríguez Plaza también guarda en sus libros muchas fotos de lo que ahora se llama Plaza España.

Fotógrafo aficionado e investigador militar, estuvo en Bosnia en tres despliegues distintos como personal sanitario. De octubre de 1994 a abril de 1995 como capitán, de agosto a diciembre del 97 y de mayo a octubre de 2001. En esta tercera misión ya como comandante. Ahora reconoce que siente mucha alegría por participar, mucha pena por lo que vio y añoranza por el tiempo pasado. Como personal sanitario, era de los que salía habitualmente a repartir medicamentos a la población bosnia.

Recuerda también la preparación tan exigente que se hizo en Menacho para la misión. «Fue un despliegue de élite y la prueba está en que después se reconoció con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia». Al participar en tres relevos, fue testigo de la reconstrucción del país. «En sitios donde la primera vez no había nada, en el siguiente despliegue te encontrabas ya con que habían abierto cafeterías».

Un ejemplo muy claro es el aeropuerto de Mostar, destruido por completo en 2004 y reconvertido luego en acuartelamiento. Tanto el comandante como el cabo primero coinciden en el apego que sintieron de la población local. «Nos daban lo poco que tenían». Ninguno de los dos ha vuelto a Bosnia, aunque ambos reconocen que tienen un viaje pendiente.

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