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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
Blanca Ambel. Estudió Bellas Artes en Cuenca y ha vivido en Francia. Ahora ha vuelto a Badajoz como gestora cultural de la galería La Chimenea. :: Pakopí
El Malasaña de Badajoz se diluye

El Malasaña de Badajoz se diluye

La hostelería y los bares de copas arrinconan a los talleres de pintura o escultura

A. GILGADO

Domingo, 26 de marzo 2017, 00:30

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Cuando Paloma Fernández se compró su casa junto a la rotonda de los Tres Poetas tuvo que taparse los oídos muchas veces. «Me decían que estaba loca». Corría el año 2000 y se enamoró de un edificio en ruinas. Se empeñó en restaurarlo y trasladar allí su taller.

Buscaba un sitio en el que pudiera abrir la ventana y ver el Guadiana, el Fuerte de San Cristóbal y la Alcazaba. «Inspira muchísimo».

No le importó vivir junto a edificios abandonados, convivir con el botellón de los fines de semana del paseo fluvial o la prostitución. «Cuando yo llegué, casi todas las chicas eran toxicómanas, luego vinieron las del Este y en la última época había muchas africanas».

El problema no eran las mujeres, sino muchos de los clientes que pasaban por allí a diario. Ahora, recuerda, todo ha cambiado mucho. El Casco Antiguo se ha consolidado como el hábitat natural para pintores, escultores, fotógrafos y artesanos. Pero en los últimos años, advierte Paloma, esa mutación se ha frenado, se ha quedado a medias. Últimamente se habla más de los conflictos del ruido y la fiestas nocturnas, que de los artistas.

Varios residentes, a través de una asociación, se han puesto en pie de guerra contra la masificación hostelera. El último enfrentamiento fue en carnavales a cuenta de las barras callejeras con música.

«Todo se ha parado bastante. Ves un edificio restaurado y al lado otro en ruinas. Faltan comercios. No todo pueden ser bares, al final echas a la gente y el barrio queda muerto», se lamenta Paloma.

Ahora participa junto a otros treinta vecinos del Casco Antiguo en una muestra colectiva de pintura, escultura y fotografía. Repiten la experiencia cada mes de marzo, coincidiendo con el patrón San José, desde hace diez años y es la mejor forma de reivindicar el papel que tienen los artistas como pobladores de una zona por la que nadie apostaba.

El fenómeno se ha repetido en otras capitales españolas con centros históricos llenos de edificios abandonados y costosas restauraciones. A Paloma siempre le viene a la cabeza la transformación de Malasaña, en Madrid. «Los artistas fueron los primeros en llegar, luego se sumaron los bares y los comercios, pero fueron ellos los que lo levantaron». En Badajoz, lamenta, esa tendencia se ha diluido.

Para mantener esa tendencia propone que los planes especiales municipales recojan también ayudas para que los jóvenes artistas puedan implantarse. Artistas que trabajan sin un sueldo fijo y que dependen de lo que venden necesitan, a su juicio, ayudas para soportar los alquileres y las obras de los edificios en los que se instalan. «Es una forma de hacerlo atractivo».

Como residente y artista, le emociona cada Noche en Blanco porque pocas veces se ve a tanto público interesado llenando los estudios y galerías del barrio.

En los últimos años ha trabajado en varios edificios históricos de la ciudad, como el techo de la casa José Luis Gómez en la calle de Gabriel -«estuve seis meses encima de un andamio»- aunque también se ha especializado en la restauración de muebles.

Su hija Blanca Ambel, también artista, es otra de las que aportó una obra a la exposición que se pudo ver en la Sala Vaquero Poblador de la Diputación de Badajoz hasta el pasado viernes. Tiene 30 años, estudió Bellas Artes en Cuenca y se especializó en Francia, a caballo entre el Pirineo Francés y París.

Confiesa que cuando empezó la Universidad asumió que nunca volvería a Badajoz. Entonces veía casi imposible vivir del arte en su ciudad. Sin embargo, fue precisamente una oferta laboral de la galería La Chimenea de la calle Joaquín Costa la que le trajo de vuelta. «Nunca pensé que podría encontrar un trabajo como éste en mi ciudad».. Como retornada se ha percatado de lo que se ha avanzado en el Casco Antiguo y de lo mucho que queda por hacer. Demasiadas fachadas oscuras. «Está muy bien que sean los artistas los que le den color».

El siguiente paso, espera, pasa por la respuesta del público. «Somos todavía una ciudad dormida en vida cultural. Falta que la gente se anime más a visitar exposiciones».

En la convivencia con la hostelería es de las menos beligerantes. «Son dos actividades que van de la mano». El despertar cultural que tanto demanda puede venir también por ese lado. Por eso participó en la exposición de Diputación. «Los artistas locales tienen que salir del microclima que se crea en el Casco Antiguo y abrirlo al resto de la ciudad».

En La Chimenea organiza exposiciones, mercados de arte y artesanía, presentaciones de libros o conciertos y ya se ha acostumbrado a la sorpresa de los que se acercan por primera vez. «Muchos repiten cuando nos conocen, por eso es cuestión de tiempo».

Otro de los que ha vivido en primera persona la conversión artística del Casco Antiguo es Jorge Juan Espino. Más de veinte años trabajando en el barrio. En su opinión, pasan desapercibidos por filosofía de trabajo. «Nuestra tarea es muy íntima, estamos escondidos en nuestros estudios. No somos una tienda espectacular que debe llamar la atención del público». Habla de un éxito en silencio que va a más. Por eso reclama una programación cultural más completa y de calidad. «La única forma de que se conozca nuestro trabajo es a través de exposiciones y de muestras colectivas».

Mira al futuro con optimismo. No tiene dudas de que se trata de un proceso irreversible y que llegará un día en que no haya tantos edificios abandonados y persianas cerradas. Si Paloma Fernández tenía como modelo el fenómeno de Malasaña en Madrid, Jorge Juan habla de lo que se ha hecho en Sevilla. En la capital andaluza, advierte, la transformación ha sido más rápida porque hay más capacidad económica. «Nuestro problema es que no tenemos tanto dinero y cualquier obra requiere de mucha inversión. Por eso todo va como a cuentagotas. Parece que no avanzamos, pero no tengo ninguna duda de que llegaremos a un barrio con una oferta cultural más potente».

En la última muestra han querido homenajear al fotógrafo Manuel Pedrero, otro de los nombres vinculados al Casco Antiguo. Falleció el pasado mes de enero. Como a Paloma Fernández, seguro que también se tuvo que tapar los oídos más de una vez. Sigue habiendo demasiados edificios por cambiar en el Casco Antiguo.

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