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Un viaje al pasado en 150 escalones

Un viaje al pasado en 150 escalones

En la torre de la Catedral se conserva el hogar del campanero y se guarda la maquinaria del antiguo reloj

Tania Agúndez

Lunes, 24 de noviembre 2014, 00:26

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Son pocos los que al pasar por el entorno de la Plaza de España se resisten a levantar su mirada hacia la torre de la Catedral. Su construcción terminó en 1542 y sus cinco siglos de historia avalan su importancia. Los 40 metros de altura, su imponente cuerpo y su uso se han convertido a lo largo del tiempo en todo un referente para los pacenses. Consta de tres plantas. Entre cada una de ellas existen unos 50 escalones. Subir los 150 peldaños que separan el nivel más bajo del campanario es un auténtico viaje al pasado de este gran templo.

Sin embargo, el Cabildo de la Catedral se ve obligado a mantener la torre cerrada al público debido a su estado actual. Tanto las instalaciones como las piezas que se custodian en esta parte de la iglesia se van deteriorando poco a poco por falta de fondos para cuidarlas. Gabriel Cruz, fabriquero de la Catedral, reconoce que las deficiencias que sufre el principal templo de Badajoz son múltiples y variadas. La más preocupante, explica, es la relacionada con los problemas de filtración en la cubierta. Pero no es la única. La situación en la que se encuentra la torre también le inquieta. «Nos gustaría poder tenerla lo más digna posible para ponerla a disposición de todas aquellas personas que quieran venir a visitarla, pero existen muchas dificultades», indica Cruz.

Para ello habría que llevar a cabo una profunda labor de limpieza y reparación del interior de la torre y hacerla accesible. «Ahora barremos y limpiamos periódicamente para que no se acumule la suciedad ni los excrementos de las palomas. Con los medios que tenemos tratamos de mantenerlo en condiciones aceptables, pero soy consciente de que necesita una intervención mayor. Sería bonito tenerlo preparado», sostiene Cruz.

Aspecto de fortaleza

La torre de la Catedral tiene un aspecto de fortaleza. Este efecto se consigue en el diseño de la base de esta construcción, ya que el zócalo sobre el que se levanta tiene forma de talud, y en el campanario, coronado con almenas. En su interior, un espacio desconocido por muchos ciudadanos, se conserva la que un día fue la vivienda en la que residía el campanero y se guarda el reloj fabricado por Odobey.

A la torre se accede por una puerta ubicada en la planta baja del templo, que se abre a la izquierda de la puerta principal. Este portillo se reconoce porque sobre el dintel se exhibe el escudo del Cabildo, representado por un cordero. «Es el símbolo de San Juan Bautista, a quien está dedicada la Catedral», recuerda Cruz.

Para subir al primer piso de la torre desde la planta baja hay que superar los primeros 50 escalones. En este nivel el campanero tenía habilitada su vivienda. Cristino Portalo, canónigo emérito, recoge en sus apuntes que se componía por tres habitaciones: cocina, comedor y dormitorio. Desde aquí se tenía acceso a los dos amplios ventanales de la torre. En uno de los habitáculos aún se puede observar los huecos por los que caían las cuerdas con las que tocaba las campanas.

Las estancias ahora están vacías y sirven para almacenar algunos materiales que precisa la Catedral. Además, el revestimiento de las paredes y la bóveda sufre desconchones.

El campanero se encargaba de hacer sonar las campanas y dar cuerda al reloj de la Catedral dos veces al día antes de que éste fuese electrificado en 1975. Hasta entonces era necesario ascender hasta la segunda planta, subiendo otros 50 peldaños. Allí era donde siempre se ha instalado toda la maquinaria de los relojes que ha tenido el templo y donde se ubican las dos esferas que componen el reloj. Actualmente en la sala permanecen expuestas las piezas del último reloj que estuvo en marcha en esta iglesia antes de que fuese sustituido en el año 2006 por el que en estos momentos está en funcionamiento.

Fue en el año 1892 cuando el francés Pablo Odobey fabricó el reloj que estuvo dando la hora en la Catedral hasta hace ocho años. Fue colocado en la torre por el relojero pacense Pedro Pérez. Se trataba de un complejo conjunto de piezas, engranajes y correa que con el tiempo se fue deteriorando. El aparato requería que el campanero subiera dos veces al día a esta planta para darle cuerda moviendo una manivela. Subía una pesa de 160 kilos a una altura de 10,50 metros. Cada vez era más el desgaste que sufría este sistema, los problemas que sufría el mecanismo surgían con más frecuencia y arreglar las averías era cada vez más difícil, por lo que el Cabildo decidió en 2006 poner un nuevo reloj.

El reloj de Odobey fue reemplazado por otro adaptado a los nuevos tiempos. El actual reloj es más moderno y funciona por medio de un diferencial. «Hay colocada una pequeña antena en un ventanal del prebisterio que conecta con el satélite y da la hora exacta con el resto de Europa. Cuando se llevaron a cabo estos trabajos, se aprovechó para electrificar el campanario con el objetivo de que el repique de campanas se pudiera manejar desde un cuadro de mando instalado en la sacristía de la Catedral», manifiesta Gabriel Cruz.

Cuando se efectuaron estas mejoras, la antigua máquina de Odobey quedó en desuso. «Las piezas que componían la maquinaria son de valor, así que decidimos mantenerla como elemento de museo», especifica el fabriquero. Ahora ese gran aparato se custodia en la segunda planta de la torre, junto con las placas conmemorativas que recuerdan las fechas de su fabricación (1892) y de su electrificación (1975). Junto a esta reliquia se guardan las dos esferas de cristal originales del reloj. Se retiraron durante la actuación que se realizó en 2006 y se pusieron otras nuevas de metacrilato.

Aunque se mantienen a salvo en la torre, lo cierto es que estos antiguos objetos acumulan polvo sin que nadie pueda contemplarlos como parte de la historia de la Catedral. «Nos gustaría que estas piezas pudiesen ser musealizadas. En un principio la idea era habilitar un pequeño museo en esta sala de la torre, para lo que se necesitaría acondicionar la estancia». Además, existe otro inconveniente: las escaleras. Hay muchos peldaños y la escalinata es muy estrecha. «Para llevar a cabo este proyecto habría que buscar una fórmula para que fuese accesible, y es complicado», lamenta Cruz. Por esta razón, otra posibilidad que se baraja es trasladar la maquinaria del viejo reloj a otra zona de la Catedral a la que puedan llegar sin problemas los ciudadanos que estén interesados en conocerla.

Desde la segunda planta se accede subiendo otros 50 escalones al último cuerpo de la torre. El campanario cuenta con nueve campanas, la más antigua data del siglo XVI. Presenta diversas peculiaridades que lo hacen único. Este nivel no cuenta con cubierta, lo que supone una mayor exposición a las inclemencias del tiempo. Además, en el centro de la amplia terraza, de unos 10 metros de lado, se encuentra la caseta del campanero en la que aún se guardan los elementos que se utilizaban para tocar las campanas. La puerta de esta instalación está rota, lo que hace que muchas palomas se metan en su interior. «Para evitar que se degrade vamos a cambiar la puerta. Ya ha sido encargada», asegura Cruz.

Otra singularidad que revaloriza más si cabe esta infraestructura son las privilegiadas vistas que se contemplan desde el campanario . Desde esta altura de la Catedral se domina toda la ciudad, la misma que mira cada día hacia la torre que se ha convertido en un símbolo local.

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