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GLORIA CASARES
Miércoles, 16 de noviembre 2016, 07:57
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Por primera vez ayer muchos almendralejenses vieron a la Virgen de la Piedad vestida de luto. Un bello manto negro, en el que los hilos dorados lucían más que nunca, y de su cadera colgaba un fajín negro. La patrona de Almendralejo estaba de luto, igual que muchos vecinos de la ciudad, por el fallecimiento de Tobías Medina Cledón, el párroco que llegó a la ciudad en la iglesia de la Purificación, pero que décadas después nunca se querría ir «para estar cerca de la Virgen de la Piedad».
Así lo dijo en sus últimas entrevistas. Por ello, cuando dejó de ser director del santuario de la Patrona no quiso marcharse y agradeció que le prestaran un piso en la calle Mérida para poder estar cerca de ella.
Allí pasó sus últimos meses, hasta que su débil estado de salud le obligó a trasladarse a una residencia de religiosas en Badajoz, donde el pasado lunes encontró la muerte a los 86 años de edad.
A las pocas horas de fallecer, regresó a Almendralejo, donde durante la mañana de ayer cientos de almendralejenses, amigos, feligreses y admiradores, quisieron darle el último adiós en la capilla ardiente que se instaló junto a su adorada Virgen de la Piedad. Ya por la tarde, sus restos mortales fueron trasladados a la parroquia de la Purificación, donde una veintena de sacerdotes concelebraron una eucaristía en su honor y ante la atenta mirada de los amigos de verdad que quisieron acompañarles y de la familia.
En Almendralejo, además de amigos, deja una obra cultural importante. La más destacada, el Museo Devocional, que día a día se va llenando de más obras de carácter religioso y que recibe cada año a miles de visitantes. También propició la coronación canónica de la virgen de la Piedad y posibilitó la restauración de su santuario. Pero ello sería después de lograr la restauración de la parroquia de la Purificación, una acción más de su incansable energía, tesón y buen carácter. En su casa de Almendralejo también escribió alguno de los libros que ha firmado y es que don Tobías, como se le conocía en la ciudad, era, además de un buen hombre, un hombre culto y comprometido.
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