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La baza comercial del sin transgénico

Los organismos modificados genéticamente autorizados para su comercialización son completamente seguros para el consumo humano. Lo verdaderamente preocupante es que a estas alturas el algumento de no transgénico todavía pueda ser una baza comercial

ANÁLISIS AGRARIO JUAN QUINTANA

Lunes, 7 de mayo 2018, 08:30

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En estas últimas semanas, desde organizaciones pro transgénicos se ha puesto en cuestión la estrategia de algunas industrias alimentarias de utilizar el mensaje 'sin transgénicos', para potenciar las ventas y diferenciarse de la competencia. En concreto, la Fundación Antama, organización que desde la ciencia arroja luz sobre esta materia, ha criticado a Estrella Damm por este tipo de promoción de su cerveza, y a Pascual por hacer lo propio con su leche de soja. En primer lugar, hay que dejar claro que ambas empresas o cualquier otra tienen derecho a utilizar este mensaje, siempre que sea cierto, lo que hay que presuponer, ya que de no ser así sería un fraude.

La cuestión es si es correcto o no destacar una no característica, entre la infinidad de ellas que podrían mencionar. Caben pocas dudas de que se trata de una estrategia de marketing que no tiene que ver con un planteamiento corporativo en contra de los transgénicos. En todo caso, es muy cierto que estos mensajes trasladan a la sociedad y enfatizan un mensaje negativo sobre los también llamados organismos modificados genéticamente (OGMs). La realidad es que los OGMs autorizados para su comercialización son completamente seguros para el consumo humano tal como lo han ratificado todas las autoridades de seguridad alimentaria de los diferentes países y espacios económicos. Pero sobre todo, lo demuestran las más de tres décadas desde que se creó la primera planta transgénica, una planta de tabaco, y las dos décadas desde el primer alimento transgénico, un tomate, sin que se haya detectado un solo caso en que la salud de las personas se haya visto perjudicada por su consumo.

Dicho esto, el consumidor es libre de rechazarlos y de no querer incorporarlos a su dieta, de la misma manera que buena parte de ellos preferirían frutas y hortalizas a las que no se les apliquen fitosanitarios o no hayan sido abonados con fertilizantes inorgánicos. Da igual que las autorizaciones garanticen la seguridad de su fabricación, aplicación y control, da igual que la ciencia los avale.

En todo caso, los dos ejemplos mencionados tienen su explicación y no es tan absurdo el enfoque que le han dado, a pesar de que nos chirríe a los que defendemos la moderna biotecnología agraria y alimentaria. En el caso de las cerveza, en otros países organizaciones ecologistas han acometido intensas campañas contra algunas cerveceras que supuestamente utilizaban derivados del maíz en la elaboración de algunas marcas. Es cierto que el maíz representa una ínfima parte del producto y solo en algunas cervezas, que como es bien sabido se elaboran fundamentalmente con cebada, lúpulo y agua, pero comercialmente la posibilidad existe.

Sin embargo, en España nunca han saltado las alarmas por este tema. Por ello resulta llamativa la campaña de publicidad de esta marca, ya que en nuestro país ha puesto en el foco a todo un sector, que hasta la fecha no había entrado en el siempre complicado debate transgénico. En todo caso, un problema que debería dilucidarse dentro del sector y de las patronales afectadas.

El caso de la leche de soja es muy diferente. Más del 80% de la soja mundial es transgénica, y datos al margen, si hay un producto asociado a los transgénicos, es precisamente esta proteaginosa. Por ello, tiene mucho más sentido que Pascual quiera desmarcarse de cualquier prejuicio que puedan tener los consumidores sobre esta materia y adquirir una ventaja competitiva sobre otras marcas.

Lo verdaderamente preocupante es que a estas alturas de la partida el argumento del no transgénico todavía pueda ser una baza comercial. Un síntoma de la incapacidad de la industria y de la ciencia para explicar más y mejor la inocuidad de cualquier transgénico que esté en el mercado. O bien se espera a que el paso del tiempo termine por educar y convencer a la sociedad o se hace una intensa autocrítica a lo realizado hasta la fecha y se plantea una estrategia de comunicación global, mucho más proactiva, mucho más ingeniosa y con muchos más recursos, que revierta el desequilibrio en la balanza.

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