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Antonio Gilgado
Miércoles, 26 de abril 2017, 23:26
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En Burguillos del Cerro ya pocos se acuerdan de los cien trabajadores que tuvo Grabasa o de los casi mil de Siderúrgica Balboa, en Jerez de los Caballeros. Ahora miran a la dehesa, al espárrago silvestre.
Tampoco supone una novedad. El pueblo es famoso por su prolífico prado lleno de esparragueras que se visten en otoño y aguantan hasta mayo.
Sin sombra donde cobijarse, los parados del pueblo encuentran en este herbáceo silvestre una forma de sostener la economía familiar.
Emilio Boza es el presidente de la asociación de empresarios y pone datos a la nueva realidad. Más del 20% de las familias del pueblo, calcula, consiguen algunos ingresos estos meses a base de ordeñar el campo con el cuchillo. Ayuda, sobre todo, al eslabón más débil del descalabro laboral de la comarca: parados con décadas de experiencia en las factorías que ahora sobreviven con subsidios muy escasos. Salir al campo a coger espárragos es para muchos lo más parecido a un jornal.
Adolfo Díaz perdió su puesto de trabajo en Balboa hace tres años, fue de los primeros en salir, ahora se ha reconvertido en empresario.
Un día se preguntó si no habría alguna forma de sacarle más rendimiento a la dehesa. Esa misma pregunta se la hizo después a su amigo David Álvarez y la pregunta les llevó a una pequeña planta en la que recogen, limpian y preparan los espárragos que otros recogen en el campo. La comunidad de bienes que han montado es mitad arrojo, mitad constancia.
A David y Adolfo le salieron postillas en los nudillos de llamar a tantas puertas. Nadie les supo explicar con claridad cómo podían comercializar los espárragos. Casi dos años de peregrinaje por gestorías, asesorías y despachos de la Junta en busca de un camino claro.
El espárrago silvestre no tiene una regulación propia y se pueden contar con los dedos de la mano las empresas que lo venden con registro sanitario, facturas y bajo el epígrafe de actividad empresarial.
Su mercado habitual es el de la economía sumergida. Sorteos en los bares, venta a tres o cuatro euros el manojo a alguna frutería o en los puestos de mercadillo. Pero Adolfo y David querían dar un paso más. En la economía sumergida no se puede crecer y ahora son el punto de encuentro de todos esos parados que quieren sacarse un dinero extra. Algunos días, pasan más de veinte por su pequeña nave de la calle Arias Montano de Burguillos. Algunos con más de diez kilos.
A cada uno le pagan dos euros por cada kilo de espárragos que dejan. Demasiado barato para una cosecha que no sigue una línea fija de cultivo. La culpa, explican, la tienen las partidas que entran desde Marruecos, que han tirado los precios en esta campaña.
A cada 'proveedor' le anotan el nombre, la fecha, hora de entrega y la finca del pueblo por la que han recolectado.
La información permite garantizar la trazabilidad del producto, que se coteja periódicamente por un farmacéutico.
Con el material registrado, después se encargan de seleccionarlos para venderlo. Primero se separan por tamaños y los sumergen durante quince minutos en agua fría con cuatro gotas de lejía alimentaria. Escurridos y aclarados para eliminar la tierra, Adolfo y David van formando ramilletes de un kilo y llenando las cajas. Cada manojo lleva el registro sanitario y el número de lote y los datos de la empresa.
Con la mercancía lista para la venta, a David y Adolfo les toca madrugar cada día. Se levantan a las tres de la mañana para estar en Sevilla sobre las seis de la mañana y repartir por las fruterías de la capital andaluza. Allí, cuenta Adolfo, tienen pasión por los espárragos. Suelen llevar cada dos días 150 kilos a Sevilla. Empezaron vendiendo a tres tiendas y ya van por más de veinte.
Su rentabilidad pasa por saltar a los mayoristas y almacenes y llevarlos directamente al frutero de barrio.
Esta segunda campaña está siendo algo más complicada que la del debut.
A estas alturas ya saben que no llegarán a los ocho mil kilos del año pasado. «Lo de Marruecos no está haciendo mucho daño», insisten.
El tiempo tampoco ha acompañado. Los primeros espárragos suelen asomar en octubre -siempre que llueva algo en septiembre- y este otoño todo ha ido más tardío. La esperanza ahora se centra en la última ventana invernal de hace dos semanas, que puede alargar hasta septiembre la cosecha. «La gente dice que como apriete ahora el calor van a espigar con cuatro o cinco centímetros».
A pesar de las dificultades, mantienen el optimismo. Creen que su proyecto tiene mucho recorrido y esperan seguir creciendo cada temporada.
El objetivo es aglutinar a todos los esparragueros que se mueven por el pueblo y venden en la economía sumergida para manejar mucho volumen de mercancía. «La gente está siendo fiel, el que viene una vez suele repetir y eso nos anima a seguir». Ya tienen más doscientos esparragueros fichados.
El caso de David y Adolfo es el ejemplo del que se sirve Emilio Boza, el presidente de la asociación de empresarios, para insistir en explotar todas las opciones que ofrece la dehesa. En el cajón de la asociación tienen un proyecto que cerraría el círculo. Una transformadora de espárragos para venderlos precocinado. De momento, no hay ningún emprendedor interesado en arriesgar.
Para este tipo de iniciativas se necesita gente como Antonio Requejo, un emigrante retornado. En octubre se quedó con la gestión de la antigua estación de tren reconvertida en hotel de trece habitaciones. Guía turístico en Londres durante décadas, ahora acoge a los ingleses que vienen a España. Por muy lejos que uno se vaya, confiesa, al final siente la necesidad de volver al origen. Apuesta por la cocina de vanguardia en su local para atraer al turismo internacional y siempre tiene al espárrago como protagonista. Vuelta al origen.
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