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ANTONIO TINOCO
Jueves, 15 de septiembre 2016, 08:15
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Si uno entra en el despacho de Atanasio Naranjo en las instalaciones de su empresa Tany Nature, en la Entidad Local Menor de Zurbarán, lo entiende todo. No es que allí estén expuestos sus logros empresariales, de esos que tanto gusta desgranar a las publicaciones financieras y a los 'yuppies', y que para explicarlos utilizan los mismos verbos y adjetivos que los que se emplean para contar las epopeyas. Todo lo contrario: en ese despacho no hay cifras sino un puñado de fotos, otro puñado de citas -de Marañón, de Cicerón-, un globo terráqueo y, por supuesto, Atanasio Naranjo, quien da la impresión al periodista de ser alguien que ha sabido sacar provecho de muchas cosas en la vida, entre ellas de sus lecturas, porque a lo largo de la conversación cita a unos y a otros -Antonio Machado, Winston Churchill-, con la pertinencia con que se sirven de las citas los hombres prudentes.
Y de entre todos los objetos de su despacho, una foto sobresale. Es de un labrador inclinado sobre un surco con la visera calada. De él destacan sus pies, descalzos y reventados por el trabajo, y el cigarro en la boca. Su presencia en el despacho es tan singular que el periodista no se sorprende cuando, al preguntar por la imagen, Atanasio Naranjo -ese hombre que es dueño de un conglomerado de 26 empresas que dan empleo a 1.750 personas todo el año y más de 3.000 durante meses de temporada; exportador a 37 países; primer productor mundial de ciruelas, paraguayos, nectarinas y melocotones con 60.000 toneladas anuales de comercialización; líder en América, Europa y el sur de África y, desde agosto, con un pie en China...-. Ese hombre, ante la pregunta sobre la foto, dice con la naturalidad de quien tiene las cosas pensadas: «Ese señor es el que mejor me representa. No es una imagen de mi padre, pero es una foto igual a la que se podría haber sacado de mi padre. Mi éxito radicará en no olvidar ni un solo día que ese señor de la foto soy yo».
-¿En esta foto está su vida?
-Está mi vida, mi familia, mis orígenes. La realidad es que es la foto de un colono de Valdivia. Y mi padre fue uno de los primeros colonos de Valdivia. Ser de los primeros significaba que no nos dieron casa, sólo parcela, de tal manera que vivíamos al principio debajo de un peral. Mi padre puso debajo del peral una cuerda y un toldo, como si fuera una tienda de campaña canadiense, y ahí nos vinimos a vivir mi padre, mi hermana, mi madre y yo. Estuvimos viviendo hasta los 9 años bajo el famoso peral. Cuando me preguntan que desde cuándo soy agricultor digo que desde los 14 meses. Para mi padre era un ambiente muy hostil, pero para los niños era estupendo: vivíamos en bolas, libres, al lado de una acequia... Todo eso, y mucho más: la dignidad del trabajo agrícola, la defensa de lo rural., está en esa foto.
-¿La parcela no dejó nunca de ser un medio hostil para su padre?
-Nunca. Mi padre no tenía vocación agrícola. Era parcelero por necesidad después de la posguerra. Toda su ilusión era que mi hermana y yo abandonásemos cuanto antes la agricultura y el pueblo. En ese aspecto no era un bicho raro: eso que sentía mi padre era lo que sentía la mayoría de la gente. Había que huir y tus padres te alentaban. Por eso muchos jóvenes de Valdivia terminaron en Getafe, Alcorcón o Bilbao. Él quería que estudiásemos para escapar de la parcela. Por eso, con otros agricultores y con el cura del pueblo, creó una academia en la que había sesenta alumnos.
-Pero usted le salió rana.
-Yo no quería estudiar, pero al mismo tiempo quería saber. A los 13 años estaba destripando terrones y ordeñando vacas. Entonces hice un curso de formación profesional agrícola. Y ahí descubrí esa cita de Cicerón: «La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo, y la ocupación más digna para todo hombre libre». La cita es importante para mí porque marca una diferencia muy profunda con respecto a lo que decía mi padre de la agricultura.
-Y entre seguir lo que le decía su padre o lo que decía Cicerón, usted eligió a Cicerón. ¿Fue un rebelde?
-Elegí a Cicerón, sí, pero para no perder a mi padre, porque la referencia era mi padre. Fui un rebelde y a la vez conservador, lo cual es compatible porque entiendo la revolución como la evolución constante. Al elegir a Cicerón me rebelé, pero en el fondo lo que buscaba era demostrarle a mi padre que lo que había hecho en su vida era lo suficientemente digno como para que se sintiera orgulloso. Esto podría resumir lo que pretendía cuando empecé y lo que sigo pretendiendo ahora: dignificar a mi padre, lo que hizo, lo que trabajó, para lo cual aplico lo que llamo 'las tres ces': cabeza, corazón y cojones. Por ese orden.
-Pero usted se fue del pueblo, que era uno de los anhelos de su padre.
-Me fui para volver. Con 17 años le dije a mi padre que me dejara irme a Madrid, pero para aprender de qué manera se vendían nuestros productos, porque nosotros hacíamos buenos productos pero no teníamos cómo comercializarlos. Quizás mi primera intuición empresarial fue darme cuenta de la importancia de la cadena de valor.
En Legazpi
-Trabajó en el mercado madrileño de Legazpi. ¿Qué aprendió?
-Aprendí lo solo que está uno en la gran ciudad, donde nadie te habla aunque coincidas en un ascensor, a diferencia de Valdivia, donde la conversación vecinal es constante como en cualquier otro pueblo. Aprendí que quería volver a Extremadura a hacer lo que otros hacían en otras partes de España: comercializar fruta, no solo producirla. Y aprendí también que fuera de nuestra región se tenía un concepto de nosotros como de gente no apta para hacer negocios y crear empresas. Un ejemplo: yo a los 21 años era jefe de planta de Merco. Había un grupo de catalanes y de gente de fuera que compraban empresas extremeñas. Recuerdo que el gerente de una de estas grandes empresas, dijo: «Merco ha fichado a un chaval de 21 años que es bueno». Entonces, otro empresario catalán que participaba en la conversación, apostilló: «Pero tiene un defecto: es extremeño».
-¿Alo largo de su experiencia empresarial le ha perseguido ese sambenito al que alude de que los extremeños no pueden ser buenos empresarios?
-He sentido muchas veces que los empresarios extremeños hemos traicionado los planes que en otras partes de España tenían para Extremadura como tierra fundamentalmente productora y nada más. Y, sin embargo, aquí hay un fuerte aliento emprendedor. Hay empresarios extraordinarios, que han roto todos los esquemas y que son un ejemplo para los empresarios españoles porque han surgido como fruto de la cultura del esfuerzo, la imaginación y el talento.
-¿Su peripecia empresarial responde a ese esquema?
-Humildemente, creo que podemos representar la cultura del esfuerzo y la de abrir caminos, aunque al clásico de Machado 'Caminante, no hay camino; se hace camino al andar', le añado una apostilla de Juan Roig, que dice: 'Se hace camino al andar si se sabe a dónde vas'. Nosotros empezamos en el año 86 con un entusiasmo a prueba de bombas y sabíamos qué queríamos hacer, a dónde queríamos ir. Yo capitalicé el paro y presenté mi proyecto al Banco de Crédito Agrícola, que era la única herramienta financiera que teníamos los agricultores por aquel entonces. Me aprobaron el proyecto. Incluso me dijeron que era el más bonito que habían tenido entre manos. Me concedieron una subvención de 900.000 pesetas y un crédito de cinco millones al 11% de interés. Necesité diez millones más y me ayudó decisivamente Banca Pueyo con un crédito al 2,5% de interés. Nunca lo olvidaré porque mi único aval fue ser hijo de Vicente El Cabito. Recuerdo que no podía mirar a mi padre, que me decía con las manos en la cabeza 'hijo mío, te vas a arruinar'. Pero no solo era mi padre el que pensaba que era una locura. Eran otros empresarios a los que, cuando yo les explicaba mis planes, me decían 'Pero Atanasio, lo que tú pretendes hacer es lo que tiene fulanito, que es de Lérida, o zutanito, que es de Valencia'. En realidad me estaban diciendo eso que hablábamos antes de que siendo extremeño a dónde me creía yo que iba. Incluso la Universidad de Extremadura me decía que lo que yo pretendía hacer no se podía hacer en esta región.
-¿Qué era lo que usted quería hacer y lo que no se podía hacer según la Uex?
-Era osado: lo que quería hacer era la revolución del sector de los frutales de hueso. Entre los años 70-80 la fruticultura en Extremadura estaba muerta. Habíamos pasado de 17.000 hectáreas de cultivo a 2.000. Las variedades procedían de otras partes de España y Europa. Nosotros empezamos por cambiarlo todo: el sistema de riego, el de la conducción, las variedades, las especies, los portainjertos, los mercados.
Estar en Extremadura
-¿Hubiese sido más fácil en un lugar diferente de Extremadura?
-Extremadura tenía ventajas: un microclima, agua abundante, mano de obra que sabe tratar la fruta. En contra, que tenemos muy pocos picos de calidad para dedicarse a la fruta en fresco y que estamos lejos de todas partes. Eso de que somos el centro de un triángulo entre Sevilla, Madrid y Lisboa es un invento. Con todo, nosotros nunca nos planteamos no estar en Extremadura porque surgimos con la voluntad de ser como ese hombre de la foto, un parcelero de las Vegas del Guadiana, que encarna cuatro conceptos que lo definen: es rural, es agrícola, es social, y es extremeño. Bajo esas premisas, y por defenderlas, nacimos. Yo no busqué un negocio; yo busqué una vocación: hacer lo que hacía mi padre de forma diferente. El otro día hacía balance y me preguntaba si después de ser una empresa internacional con grandes mercados en tres continentes, podíamos responder a esos cuatro conceptos: ¿seguimos siendo rurales? Hombre, estamos en un pueblo de 900 habitantes; ¿somos agrícolas? Hemos pasado de 4 hectáreas a 2.400 propias y otras tantas de otros productores; ¿somos sociales? Hemos pasado de ser un parado que capitalizó el desempleo a 1.750 trabajadores, además muy repartidos por el territorio extremeño; ¿somos extremeños? Todo lo que se puede hacer en Extremadura, se hace. Y la cabeza, el corazón y los cojones siguen aquí. La respuesta es que seguimos manteniendo nuestras señas de identidad y con la misma ilusión. Hace unos años, un amigo me felicitó la Navidad con una cita de Gregorio Marañón que desde entonces es una guía para mí, que dice: «Vivir no es existir, sino existir y crear; saber gozar y sufrir, y no dormir sin soñar. Descansar es empezar a morir».
-Parece que se resiste a descansar. Ahora habla de que su reto es conseguir, desde el punto de vista de la comercialización de la fruta, 'un año de quince meses'. ¿En qué consiste?
-Muy sencillo: quiero comercializar todo el año, incluso solapando campañas con otros productos, como si hubiera un año de quince meses. Nosotros producimos frutas que se comercializan de mayo a septiembre. Si trabajamos en otras alturas y otras latitudes -estoy pensando también en la provincia de Cáceres-tendremos otros picos de producción en otra época. A ello añadimos otros productos como el espárrago, los kakis o los cítricos. algunos se solapan como si el año tuviera quince meses.
-¿En ese plan se inscribe la compra de cuatro fincas en Andalucía? ¿Es porque tienen fruta temprana?
-Allí estamos con nuevas variedades, que estarán a pleno rendimiento el año que viene y que madurarán antes. Entonces seremos el primer productor de Andalucía.
Los hijos
-Tiene tres hijos. Dos de ellos están trabajando en Tany Nature. ¿Lo han tenido más fácil por ser los hijos del dueño?
-No. El protocolo familiar dice que deben acabar una carrera, dominar idiomas, hacer un máster de especialización, trabajar al menos cuatro años con éxito fuera de la empresa y que sólo se incorporarán a ella si hay alguien, que no sea de la familia, que los quiere en su equipo. Los dos mayores han cumplido eso. El pequeño tiene ahora 24 años; ha hecho Biotecnología y está haciendo ahora el doctorado. Tiene la ilusión de dirigir el departamento de I+D de la empresa, pero no sé qué quiere hacer en el futuro. Tendrá que ganárselo.
-¿Usted no ha fracasado nunca?
-Hace unas semanas di una conferencia a unos jóvenes de una escuela de negocios. Uno de ellos preguntó. '¿Nos puede contar sus fracasos?' Yo, a mi vez, pregunté '¿Cuántos días tengo para hacerlo?'. Mire, el fin de cualquier empresa es ganar dinero y cuanto más mejor. Pero no se puede hacer de cualquier modo. Y es imprescindible no perder el foco. Ha habido una época en España en la que nos creímos supermanes. Mi experiencia es que las empresas deben crecer, pero no engordar. Y en esa época en que todos nos creíamos supermanes, nosotros engordamos. En 2005 ya éramos líderes en Europa, América y el sur de África. No podíamos crecer. El reto que se nos planteaba entonces era hacer lo mismo con menor costo para ganar más dinero. Y pusimos la mirada en la tecnología. Fichamos a un especialista del equipo de aquel famoso 'súper-López' de la Volkswagen, que nos dijo lo que esperábamos oír: que la solución estaba en la robótica para la recolección de la fruta. Coincidió que tuvimos dificultades para encontrar recolectores. En consecuencia, pusimos a disposición de este hombre un equipo de ópticos, informáticos, biólogos. Iba todo tan rápido que sacamos el proyecto de la planta piloto y la pusimos en la de desarrollo. Ocurrió, sin embargo, que nuestros clientes, que son de alta gama y que esperan un producto único, de gran calidad y recogido con mimo, empezaron a pensar: 'A Tany le ha sentado mal el crecimiento'. Echamos marcha atrás cuando nos dimos cuenta de que nos estaban abandonando los mejores porque ya no éramos la empresa social, que cuidaba la recogida. ¿Qué nos sucedió? Que habíamos perdido el foco.
-¿Ese ha sido su mayor fracaso?
-Ese, entre otros. Nos fuimos a Marruecos. Y tampoco lo supimos gestionar. En otro momento, nos dijeron: 'dedíquese a lo que hace todo el mundo, que es comprar suelo y venderlo más caro'. También nos metimos ahí y creamos una empresa inmobiliaria. Y fracasamos. Foco. Foco. Foco. La agricultura es lo nuestro, y a la agricultura, cuya principal característica es la paciencia, no se le puede traicionar. Hemos aprendido que lo demás, para nosotros, es grasa: nos engorda.
-Y ahora, si echa la vista atrás y observa lo conseguido desde que empezó en 1986, ¿su conclusión es que ha logrado el éxito?
-Tengo dos conceptos de éxito: por un lado, hacer algo que sirva a la sociedad. Y también el éxito como lo entendía Winston Churchill, para quien era 'La continuidad de los fracasos sin perder la ilusión'. Si esto es el éxito, soy un hombre de éxito. Aquí tenemos la ilusión del primer día, que es la de no olvidar que somos el parcelero de la foto.
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