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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
José Luis Donaire, oficial de tanatorio en el Cementerio Jardín de Alcalá de Henares.
El dolor maquillado

El dolor maquillado

El tránsito entre el fin de la vida y la asimilación de la muerte suele ser una travesía complicada de surcar, especialmente para los allegados de los que se van

Alberto Ferreras

Domingo, 14 de agosto 2016, 00:19

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Desde tiempos ancestrales, desde los sumerios hasta la época actual, pasando por judíos, griegos, romanos entre la vida y la muerte existe un paso en el que el tiempo parece detenerse en la mayor parte de las culturas. No hay una pauta. Sólo una especie de shock que envuelve a familias, amigos, allegados El tránsito puede ser de tan solo unas horas, días e incluso semanas, aunque todos esos periodos de tiempo son de muy difícil gestión emocional.

Un lugar frío para dar calor

  • La sala de autopsias del Cementerio Jardín de Alcalá de Henares ofrece sensaciones contrapuestas. Por un lado, la propia mesa de autopsias, pila, paredes y suelo, dan una sensación muy poco confortable. Por otro, las protecciones de ojos y máscaras para los técnicos colgadas en una pared, y en una vitrina próxima, herramientas quirúrgicas y alguna otra cuyo cometido no es indispensable que conozcamos los profanos, aunque es imaginable por sus características. Entre todo ello, distintos packs de maquillaje que a todos nos resultan conocidos, cepillos, peines y algunos otros objetos y productos más específicos de reconstrucción cutánea y corporal. Sin duda un lugar no deseable para visitar, pero necesario para que unos profesionales intenten proporcionar bienestar a quienes permanecen al otro lado de un pasillo esperando para despedirse de su persona querida. Un lugar frío y aséptico concebido para intentar dar calor.

En un intento de hacer más llevadero lo inevitable, se busca acompañar en la despedida al difunto que nos abandona de una manera tenue, sedante y psicológicamente lo más equilibrada posible. En nuestra cultura, ver al exánime a través de un cristal, cuando las circunstancias así lo permiten, en una sala privada, palia en cierto modo el dolor emocional, pero para que eso tenga su efecto, existe un trabajo previo que en la mayor parte de los casos es tan desconocido como anónimo: la tanatopraxia.

Y esa tarea, en contra de lo que comúnmente se conoce y explica en artículos publicados, no es una única vía de actuación, sino que es desarrollada en varios grados por profesionales que, dependiendo del nivel de dificultad de cada caso, actúan con menor o mayor intensidad.

Por un lado se encuentra la mencionada tanatopraxia, es decir, la aplicación de un conjunto de técnicas que se emplean para la reconstrucción y conservación de cadáveres, ya sea temporal o de largos periodos, como es el embalsamamiento. Este proceso lo realizan generalmente médicos forenses en colaboración los denominados tanatólogos, profesionales cuyo cometido es dar acompañamiento durante y tras el proceso de pérdida que vive una persona.

Muy próximo a los procesos anteriores, aunque en un grado distinto de complejidad, se encuentra la técnica conocida como tanatoestética. Su práctica es la que se realiza en los tanatorios, mediante la aplicación de técnicas cosmetológicas. Con ellas se consigue que la presentación del cadáver sea lo más natural posible, y a la hora de mostrarse ante los más allegados, se intente que no sea una situación traumática para ellos, y mantengan una imagen agradable del difunto.

José Luis Donaire, oficial de tanatorio en el Cementerio Jardín de Alcalá de Henares, y experto en procesos de reconstrucción, explica que el material cosmetológico utilizado es como el que todos podemos tener en casa, aunque hay alguno más específico (piel artificial o crema de masa corporal, por ejemplo), dependiendo de la técnica y de la complejidad de la conservación o de la reconstrucción. En este sentido, Donaire añade: un cadáver pierde agua, pierde líquidos, por lo que se utiliza una crema que hidrate la piel más que a la de una persona viva.

Retrotrayéndonos unas décadas en el tiempo, los primeros que se dedicaron a cuidar de los cadáveres fueron los enterradores. En realidad, estos precursores de los tanatopractores realizaban todo el proceso, especialmente en poblaciones pequeñas. Recogían al difunto, lo transportaban, arreglaban, preparaban su velatorio, y lo enterraban. Siempre ha sido una profesión un poco tabú, y algunos de los que se dedican a esto no quieren hacer público que se dedican a esto. Nadie la quería, matiza José Luis Donaire. Hay poca vocación, sin embargo ahora cada día hay más demanda.

Y es que, por causa una vez más de la tan sufrida crisis económica, hay una deriva desde las especialidades de maquillaje a nivel profesional hacia el terreno de los decesos, sobre todo de expertos que provienen del mundo de la moda, cine o televisión. De ahí que, también en los últimos tiempos, hayan aumentado el número de escuelas que imparten cursos de tanatopraxia o tanatoestética, aunque la salida laboral se está empezando a resentir por al haberse incrementado considerablemente la de bolsa de trabajo.

Vocacional

Lo mío es vocacional, cuenta Ángela Casas, estudiante de tanatopraxia. Siempre quise acceder a un tanatorio y trabajar en él. Lo conseguí a través de la formación profesional. Lo veía como una labor muy importante y necesaria. Siempre tiene que haber alguien que lo haga. Pero venía con más miedo del que realmente tuve cuando llegué aquí. He pasado tres meses y he notado que me iba gustando cada vez más. Pero he encontrado dificultades a la hora de acceder a la profesión.

Por las manos de un tanatopractor pasan desde menores a personas ancianas. Lo más desagradable son las personas jóvenes y los niños. Hay veces que trabajando sobre los cadáveres se cae alguna lágrima. No está mal reconocerlo. Somos humanos, reflexiona Donaire en tono más íntimo.

Para este oficial de tanatorio, el reconocimiento es la satisfacción del trabajo bien hecho. Cuando la familia reconoce tu labor, te da las gracias, y te dice: qué bien está, parece que está dormido. Para nosotros ese es el fin: que parezca que está dormido.

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