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RAFAEL MOLINA
Lunes, 25 de enero 2010, 13:34
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Hubo una época en la que media docena de familias vivían en Monesterio de la fabricación artesanal de sillas de enea. En los ajuares de los casamenteros eran imprescindibles las cuatro sillas y la mesa camilla. En los bares, veladores y sillas de enea. A las costureras había que hacerles sillas más bajas para que pudieran realizar sus labores sobre las rodillas. Hasta el patio de butacas del cine de verano estaba formado por hileras de sillas de enea clavadas por el dorso con largas y finas tablas de madera.
De eso hace ya casi cuarenta años. Poco a poco la silla artesanal, aquella que se heredaba de madres a hijas, -por las que hubo más de una pelotera familiar-, han pasado a formar parte de la memoria de antiguos inviernos, sentados al resguardo del brasero de picón, y noches de estío, al fresco, compartiendo conversación de vecinos.
Cuando parecía que la profesión había llegado a su extinción, Victorino Guareño, hijo, nieto y bisnieto de silleros, acaba de resucitar el viejo taller de sus ancestros. Como otros tantos emigrantes extremeños, Victorino se marchó a Madrid nada más finalizar el servicio militar, y fueron sus hijos los que, una vez establecidos profesionalmente en Monesterio, le animaron a regresar a su pueblo. Allí continuó trabajando en la construcción hasta que llegó la crisis del ladrillo. Traspasada la barrera de los sesenta años y ante la difícil situación laboral del momento, Victorino, «hombre de pocos bares», decide que la mejor forma de entretenerse para ocupar su tiempo libre es reabrir el viejo taller que su padre conserva intacto en su domicilio familiar.
Artesanal
«Lo que se aprende con babas no se olvida con canas», afirma Victorino, que aprendió el oficio ayudando a su padre cuando era un colegial. Madera de pino, hojas de eneas que él mismo cura, y una decena de rudimentarias herramientas son más que suficientes para fabricar la silla de siempre, el modelo que aprendió de su padre, cuyas patas y brazos labra en un viejo torno a pedal con más de 200 años de historia.
Hoy, el viejo taller de Luciano, -su padre-, ha vuelto a tomar vida. Cuatro carteles en algún establecimiento público de Monesterio han sido más que suficientes para que quienes aún conservan sus viejas sillas de enea acudan a Victorino para que les haga un nuevo asiento. Aunque para el artesano lo de menos son los encargos. Para él lo más importante es disfrutar su tiempo con su heredada profesión. Pronto será abuelo, y nada le haría más feliz que su nieto conservara la trona de madera y enea que le va a construir. Al igual que la pequeña sillita que su padre le hizo cuando él era un niño y que todavía guarda con celo.
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