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La Invencible regresa a los Lores
SOCIEDAD

La Invencible regresa a los Lores

Un mecenas americano encarga a un artista inglés que recree con el pincel y el ordenador unos tapices únicos del XVI destruidos en un incendio. Reflejan la derrota de la flota española

IÑIGO GURRUCHAGA

Miércoles, 20 de enero 2010, 01:08

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La Grande y Felicísima Armada, al mando del duque de Medina-Sidonia, fue avistada por patrullas inglesas cerca de Cornualles en los días finales de julio de 1588. La flota comandada por el Lord Almirante Charles Howard partió como el rayo del puerto de Plymouth para hostigarla. Se disputaban el dominio de los mares con más de 200 galeones, carabelas y navíos de guerra. Los españoles, más pesados y con peor armamento. Los ingleses, con cañoneras más ágiles, capaces del disparo repetido.

Medina Sidonia avanzó hacia la costa norte del paso de Calais temiendo que se cumpliera su peor presagio: que no llegara a tiempo el duque de Parma con refuerzos. El 8 de agosto se dio la batalla en Gravelinas, donde la Armada salió dañada hacia el norte tras sufrir los audaces ataques de Francis Drake y protagonizar unas luchas artilleras que superaron considerablemente al horror de Lepanto.

La escuadra española se reagrupó para plantar cara a los ingleses, pero no pudo con un fuerte temporal. Al cabo de unos días, Medina Sidonia y sus capitanes decidieron abandonar la operación de conquista y regresar bordeando las islas británicas por el Oeste. Los deshechos de aquella expedición maltratada por una borrasca persistente y atroz regresaron como pudieron a puerto. Mientras, a Lord Howard le costó convencerse de que todo había terminado; de que aquella «combinación grande y poderosa como nunca se había visto» no volvería al combate ni a perseguir su empeño de remontar finalmente el Támesis, con el apoyo desde la ribera de tropas y artillería ya desembarcadas, para derrocar a Isabel I e imponer el gobierno de su Dios.

Y Howard, que se había educado con los duques de Norfolk, católicos perseguidos por Isabel, y que tuvo con su reina una relación tan estrecha como salpicada de disputas, conmemoró la gesta ya envuelta en mitos que aún perduran encargando a Hendrik Cornelius Vroom, celebrado artista holandés de escenas marítimas, diez tapices de 8,25 x 4,60 metros. Labrados por el artesano bruselense Franz Spiering, en ellos se ilustran episodios de la batalla que acababa de protagonizar y que marcó tan hondamente a la Inglaterra de su tiempo.

Los exhibió y custodió en sus casas hasta que en 1616 se los compró el rey Jaime I. Estampas de la vieja Cámara de los Lores, fechadas cuarenta años después, muestran los tapices de la Armada adornando sus paredes. Pero sufrieron otra mudanza. En 1801, tras la creación del Reino Unido de Gran Betaña e Irlanda, la Cámara debía ampliar el número de sus escaños y se trasladó a la Corte de Peticiones, donde de nuevo colgaron estas piezas únicas.

Fue el último lugar donde se pudieron ver. El 16 de octubre de 1834, dos hombres encargados de deshacerse de dos cargamentos de varas de madera, utilizadas por los viejos reyes para la contabilidad del dinero, se empeñaron en que el mejor método era quemarlas en las estufas de los bajos de la Cámara de los Lores, provocando un gran incendio. Las llamas destruyeron estas joyas artesanales. Al menos se salvó un registro que permitía hacerse una idea de cómo eran. Se guardó como un tesoro hasta que en 1839 y por medio de una ley se encargó al artista John Pine una serie de grabados para reproducir luego al óleo las obras originales de Vroom y Spiering. Se querían exhibir en el nuevo Palacio de Westminster, que tenía problemas de espacio. Lo encontraron en la parte alta de la Cámara del Príncipe, antesala de la nueva Cámara de los Lores. Allí había lugar para seis cuadros con estampas de la Armada, de un tamaño menor que los tapices (4,25 x 3,65 metros).

Pero la muerte del príncipe Alberto, marido de la reina Victoria y amante de las artes, contribuyó al abandono de un proyecto para el que tampoco había dinero. Quedaban los grabados de Pine y uno de los seis óleos -'La flota inglesa siguiendo a la flota española cerca de Fowey'-, que llegó a pintar Richard Burchett, destacado profesor en escuelas de arte, y contemporáneo de los clásicos ingleses del XIX, los prerrafaelitas. Cuando en 1907 se quiso completar la decoración de la Cámara del Príncipe, el óleo de Burchett fue una pieza esencial, pero nadie encargó los cinco restantes.

El dueño de los camiones DAF

Lo ha hecho en pleno siglo XXI un empresario americano de camiones. El pintor es Anthony Oakshett, que está completando la serie en un gran estudio improvisado en uno de los edificios del laboratorio agrícola construido en Wrest Park, una gran mansión señorial en el condado de Bedforshire, al norte de Londres.

Los tapices de Lord Howard regresarán al fin a la Cámara de los Lores. Que esto pueda ocurrir hoy se debe, en primer lugar, al mecenazgo de Mark Piggott, el acaudalado americano -la marca de camiones DAF es parte de su emporio- que tiene factorías en Reino Unido, donde ha vivido y desplegado la filantropía hacia la educación y las artes.

La segunda razón es la pericia con los ordenadores y en las disciplinas clásicas del dibujo y la pintura de Oakshett, un prestigiado retratista que ya ha reproducido obras clásicas para propietarios que querían mantener en sus paredes los cuadros que enviaban a las casas de subastas. Una visita a su estudio es adentrarse en una proyección extraordinaria de la informática de hoy sobre el arte del pasado. El programa Photoshop es el aliado imprescindible de esta gesta.

Oakshett comenzó por escanear los grabados, descomponerlos y crear una nueva retícula ampliada que permitiera trazar sobre el lienzo, con papel carbón, las líneas maestras de Pine. El óleo de Burchett ocupa un lugar central en el estudio, donde su equipo de ayudantes completa los bordes en los que el artista del XIX incluyó retratos de los protagonistas de la batalla naval de Gravelines.

Se recurre a artesanías tradicionales, como aplicar láminas de pan de oro, y al ordenador para identificar el exacto color de una enseña. El pintor, que espera terminar sus obras en esta primavera, supervisa la aplicación de las diferentes capas, investiga, con la ayuda de una comisión de expertos, el clima exacto de aquellos días de 1588, el color del cielo y las formas de los galeones españoles que, al ampliar la imagen de Burchett en los píxeles cibernéticos, se han revelado algo tramposas e incompletas. Y espera el momento en el que tendrá que dar cuerpo a los cinco óleos o aplicar los barnices que evocarán la textura de un tapiz. Oakshett dice que si él hubiese recibido el encargo original de Lord Howard quizás habría prestado más atención a las actividades de los hombres que protagonizaron aquella peripecia, a sus afanes en la mar y en la guerra.

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