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OPINIÓN

Museo de ciencias y la cultura emocional

JOSÉ PEDRO GARCÍA

Jueves, 14 de enero 2010, 01:06

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PARECE claro el concepto de cultura, también lo parece el de emocional, pero ¿cultura emocional? Por cultura entendíamos, así lo recuerdo del Instituto, «aquello que nos queda después de olvidar lo que hemos aprendido». ¿Se acuerdan? Las emociones son otra cosa. Son experiencias personales, procesos neuroquímicos que nos ayudan a adaptarnos al entorno. Algunos, como Aaron Sloman, defienden la necesidad de desarrollar emociones como elemento básico de supervivencia ante un mundo cambiante de porvenir incierto. Y es precisamente esto a lo que hoy nos enfrentamos, un sistema social basado en ciencia y tecnología, de una complejidad que a la mayoría se nos escapa y que no sabemos dónde nos conduce ¿Cómo no reaccionar emocionalmente ante esta situación, a veces esperanzadora, a veces apabullante?

Son abundantes los aspectos emocionales en la relación que los humanos establecemos con la naturaleza. Si bien quienes han contribuido al desarrollo de las ciencias naturales, con frecuencia, han presentado sus estudios y aportaciones desposeídos precisamente de esos aspectos emocionales. Necesitamos personas e infraestructuras adecuadas que nos animen a acercarnos a la realidad material que nos rodea, que nos ayuden a comprenderla, motivándonos, sorprendiéndonos, despertando nuestro interés por ella. ¿No sería esto una forma de cultura científica emocional, no sería el Museo de Ciencias el lugar adecuado para conseguirlo? ¿Por qué renunciar a un sitio donde aquellos que saben muestren sus conocimientos de forma motivadora a quienes no sabemos?

Y necesitamos saber, es más, nos apetece saber, queremos emocionarnos ante experiencias científicas tal como lo hacemos ante pinturas o esculturas. ¿Alguien se ha preguntado por qué los museos de ciencias no forman parte habitual de recorridos turísticos, o no se encuentran entre las propuestas turísticas más atractivas de agencias de viajes? Probablemente no nos hemos tomado suficientemente en serio el desarrollo de una cultura científica emocional. Muchos argumentan que no se acercan a estos museos porque la ciencia es difícil (algunos dicen que 'aburrida'), que no entienden, que ya olvidaron casi todo. Pero si se les preguntara qué saben del Simbolismo de Gustav Klimt, del Cubismo de Picasso o del Postimpresionismo de Van Gogh, es probable que algunos no pudieran explicar gran cosa, lo que no les habrá impedido visitar museos de estos pintores en sus viajes a Viena, París o Auvers sûr Oise.

¿Quieren nuestras autoridades fomentar la cultura emocional entre los ciudadanos? Nosotros, los extremeños sí queremos emocionarnos ante experiencias de electrostática adecuadamente presentada, sorprendernos ante imágenes de geometría imposible, como las de Escher, quedarnos embobados con la radiación electromagnética (luz), visible o fosforescente, descompuesta o reflejada., observar el lenguaje corporal y ver sus efectos sobre la comunicación humana, sentarnos bajo la bóveda semiesférica de un planetario y admirar el movimiento de estrellas y galaxias, su origen y su final. Y esta es una ínfima parte de las miles de emociones que un museo de ciencias puede trasmitir a quien lo visita. La sorpresa, la incertidumbre, el placer visual, lo sugestivo, lo escondido, lo estético de la naturaleza. ¿Por qué tenemos que renunciar a la cultura científica emocional? Nuevamente miramos a nuestros responsables políticos para pedirles que asuman sus responsabilidades, que den los pasos adecuados para que en Extremadura podamos decir que nosotros también apostamos por esta forma de cultura. ¿Para cuándo nuestro museo de ciencias? ¿A qué esperan para ponerse manos a la obra?

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