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ANTONIO J. ARMERO
Miércoles, 13 de enero 2010, 03:07
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Una puerta de acero, de seis metros de ancho por tres de alto, con una visagra que se ve desde trescientos metros, se abre igual que la puerta de un garaje. O que el ascensor de un hospital. Esto es: pulsando un botón. En el caso concreto del pantano de Cáceres, un botón redondo, verde claro, que tiene encima un pequeño letrero en el que poner 'abrir', que está unos pocos centímetros por encima de otro, del mismo color, en el que pone 'cerrar', separados los dos por un tercer botón, rojo fuerte, el de 'paro'.
La mecánica de las compuertas del Guadiloba no tiene nada de especial. Es un proceso mecánico de lo más simple, que podría iniciar un crío subido en uno de esos peldaños que les prestan a la entrada de los cines para que no les cuelguen las piernas. Lo difícil es el antes, el durante y el después. Eso sí es otra historia, lo suficientemente compleja e importante como para que un concejal, un técnico del Ayuntamiento y varios de Canal de Isabel II no le pierdan ojo desde hace días.
«Por las noches dejo el ordenador al lado de la cama, y si me despierto le echo un vistazo», cuenta uno de ellos. Lo que le devuelve la pantalla son los parámetros básicos del Guadiloba, los números gordos de la presa cacereña: cuánta agua hay embalsada, a qué altura sobre el nivel del mar llega el líquido, cuánto ha llovido en la última hora... Esas cifras son la base que desencadena el proceso del que la ciudad vive pendiente desde hace dos semanas.
Lo normal es que en el pantano no haya nadie por las noches. En la actual situación de alerta sí hay gente todo el día, pero en condiciones normales no hace falta, porque todo se controla en otro sitio, a quince minutos en coche. Ese lugar, en la subida a la ermita de La Montaña, y es la sala de telecontrol, en la ETAP (Estación de Tratamiento de Agua Potable), donde hay un trabajador de Canal de Isabel II las 24 horas del día y los 365 días del año. Si alguien aprecia una avería de agua en la calle a las cuatro de la madrugada y marca el teléfono de avisos, él contestará.
Ahí, en la sala de telecontrol, se sigue la evolución del Guadiloba en directo, gracias a la información que llega a través del linnímetro, un medidor de caudales magnético situado en la presa. Esa es una de las vías de transmisión de datos, pero no la única. Hay otros sensores. Y también un método más viejo, quizás el que cualquier profano en la materia tiene en mente: una escala métrica pintada en el muro de la presa. Con rayas y números en rojo y amarillo, sigue ahí, como un recurso más, combinado desde años con la tecnología más moderna.
La decisión final
Por un lado y por otro llega la información, que vale a los técnicos del Ayuntamiento y de Canal de Isabel II para valorar la situación y tomar decisiones. En última instancia, es siempre el gobierno municipal el que da la orden. Lo habitual es que la última palabra la tenga el edil de Infraestructuras, Miguel López, que antes de autorizar cualquier movimiento escucha a quienes más saben, o sea, los responsables de la empresa concesionaria y los técnicos municipales.
El lunes día 4 de enero, bien entrada la noche, el concejal dio permiso para que casi tres años después, el Guadiloba abriera una de sus compuertas. A las 23.30 horas, alguien pulsó el botón verde claro y los 6x3 metros de acero empezaron a moverse. Poco a poco. Despacio. De forma progresiva, para no causar una riada ni nada que se le parezca aguas abajo. Porque en este punto, sí hay notables diferencias entre la compuerta de un pantano, la puerta de un garaje o las del ascensor de un hospital.
Diez minutos
Las del Guadiloba tardan en abrirse del todo diez minutos. Cuanto más lento sea el avance, mejor, porque de ese modo, quienes manejan los mandos de la presa podrán hilar más fino. Cuanto más se abra la puerta, más agua saldrá. Es una cuestión matemática, una ciencia que interviene en el proceso de desembalse de forma decisiva. Todo él, podría concluirse, es una operación matemática. Las lluvias, el deshielo o la aportación de los cauces situados aguas arriba hacen que el embalse reciba una determinada cantidad de agua. Cuando entra, o se prevé que entre, más de la que cabe en el pantano, hay que soltar, porque si no, el líquido rebosaría la presa, saltaría por encima de ella.
Eso, que parece descabellado, ya ocurrió en 1997. Y la lección sirvió para que a las tres compuertas principales que tenía el Guadiloba desde su construcción se le añadieran otras tres. La norma dice que en el pantano cacereño hay que empezar a aliviar cuando el agua llega a la cota 359 (metros sobre el nivel del mar), o lo que es lo mismo, con el embalse entre el 93 y el 95 de su capacidad, que es de 20 hectómetros cúbicos.
Durante casi todo el día de ayer, la presa estuvo soltando agua ante la previsión de que continúen las lluvias, más de 25 litros para la jornada de hoy, miércoles, si se cumple lo anunciado. Al caer la tarde, mantenía abierta una compuerta al cien por cien y otra al cincuenta por ciento, y había aliviado ya 2,8 hectómetros cúbicos desde que fue abierta el día anterior a las 13.30 horas.
Por allí, entre compuertas, se movían el concejal Miguel López, un técnico municipal y varios de la empresa Canal de Isabel II, todos pendientes de esas grandes puertas de acero. Seis puertas seis, que podría abrir un niño, pero que mantienen a Cáceres atenta al cielo y a su pequeño pantano.
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