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Consuelo Boticario, esta semana, en la sede del Centro de la Uned en Plasencia. :: PALMA
«Tengo amigas que si sus hijos sacan malas notas los llevan de viaje para que no sufran»
Consuelo Boticario

«Tengo amigas que si sus hijos sacan malas notas los llevan de viaje para que no sufran»

Directora del Centro de la Uned de Plasencia, miembro de la Real Academia Nacional de Farmacia y de la Real Academia de Doctores, posee también la Medalla al Trabajo

JUAN DOMINGO FERNÁNDEZ

Sábado, 19 de diciembre 2009, 10:35

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-¿De estudiante hizo alguna vez una chuleta?

-(Risas). En el colegio desde luego era imposible hacer chuletas. Puede ser que en la Facultad de Farmacia, no recuerdo, puede ser... Había asignaturas que se aprendían con canciones, pero no he sido amiga de copiar.

-¿Cómo recuerda el Cañaveral de su infancia?

-Cuando yo era pequeña, como un pueblo industrial, con grandes fábricas y casi el doble de habitantes que tiene hoy. De niño todas las cosas nos parecen más grandes. Entonces era un pueblo con mucha vida por su situación geográfica y por la estación de ferrocarril, en la que había maestro, igual que en la villa de El Arco, donde ahora viven solamente dos familias. A la estación llegaban autobuses de toda la Sierra de Gata, de las Hurdes... Había un hostal de la familia Málaga que por la noche se llenaba de gente porque algunos trenes salían de madrugada y tardaban ocho horas en llegar a Madrid. Acabo de llegar de México, de dar una conferencia en la Universidad Autónoma de México y he tardado 12 horas, pero hace poco he ido a Nueva York y se tarda ocho horas, casi lo que yo tardaba de Cañaveral a Madrid.

-¿Hasta qué edad estuvo en Cañaveral?

-Mi familia tenía una fábrica de café y chocolate, aunque mi padre era abogado. Y yo estuve en el pueblo prácticamente hasta que a los 10 años me fui a Salamanca a estudiar Bachillerato.

-¿Y dónde lo cursó?

-El ingreso y 1º lo hice en el Instituto de Cáceres y después me fui a Salamanca, a un colegio de las religiosas Josefinas. Estuve interna allí y me examiné de reválida, del examen de Estado, en la Universidad de Salamanca.

-En los años de su niñez las mujeres iban con velo a la iglesia. ¿Qué le parece la polémica que existe ahora en Europa sobre el velo de las mujeres y las chicas musulmanas?

-El velo en la iglesia católica desapareció a raíz del Concilio Vaticano II. Yo creo que hay que tener respeto con todas las costumbres de cualquier pueblo, el pueblo musulmán y el que sea. Lo que no puede significar el velo es una especie de sumisión de la mujer al hombre. Eso es lo que hoy día me parece que está ya, en pleno siglo XXI, fuera de lugar. Somos distintos, pero iguales. Hay hombres muy inteligentes, igual que hay mujeres muy inteligentes. No debe estar una persona supeditada a la otra. Pero yo soy muy liberal y creo que en definitiva hay que tener respeto a las costumbres de todos los pueblos.

-Sus abuelos siempre fueron un referente para usted. Y también su padre ¿no?

-Sí, porque fíjate, mis abuelos, de la nada, se fueron a Francia a aprender a hacer chocolate. Y la fábrica de chocolate y de café de mi familia, que se llamaba La Arabia, era casi el número uno en España fabricando estos dos productos. Mis abuelos sin nada (eran hombres de inteligencia natural) consiguieron que la fábrica tuviera gran importancia hasta que llegaron las grandes empresas y las pequeñas industrias, digamos, se vinieron abajo.

-¿Cuánto tiempo estuvieron en Francia aprendiendo a hacer chocolate?

-Pues estuvieron un año, aproximadamente.

-¿Y cómo una familia se marcha, vuelve y así de pronto monta un negocio?

-Porque eran muy audaces, los dos. Eran distintos, pero se compenetraban bien. Montaron el negocio y empezó a irles bien. Tenían muchos empleados en la fábrica, que estaba industrializada, con todo eléctrico. Mis abuelos eran muy trabajadores y trataban a todo el mundo por igual. Y mi padre lo mismo. Siempre he visto que a cualquier obrero, especializado o no, se le trataba como a uno más de la casa.

-¿A quien Dios no le da hijos el diablo le da sobrinos?

-(Risas). Yo me vuelco con mis sobrinos, desde luego. Tengo trece sobrinos y saben que soy para ellos una tía predilecta porque al no tener hijos estoy todo el día con ellos.

-¿La Medalla al Mérito en el Trabajo es un galardón que compensa una trayectoria como la suya?

-La Medalla fue para mí una sorpresa porque no sabía nada de esto cuando recibí un día una carta del ministro, que era entonces Caldera, y me sorprendió. Yo nunca he trabajado para recibir medallas. Me parece que lo más bonito que se puede hacer en esta vida es crear cosas, y trabajando se pueden crear cosas y hacer bien a los demás. Yo trabajo porque me gusta. Si no, ¿qué haces todo el día? Siempre he sido una persona muy activa.

-Es licenciada en Químicas por Salamanca y se ha doctorado en Farmacia por la Complutense. ¿Nunca pensó en abrir una farmacia?

-Tuve una farmacia unos años en Madrid. Pero no tenía mucha vocación... Era menos comercianta que mis abuelos. (Risas). Sin embargo, me gustaba mucho la docencia, la investigación. Hice oposiciones a la Universidad y en el año 1982, cuando la ley de incompatibilidades, por ética, como estaba ya en la Universidad y era funcionaria, pues vendí la farmacia. Aunque no tendría por qué haberla vendido, pues hay muchos catedráticos de Farmacia y la mayoría de ellos tienen farmacia.

-¿Por qué le ha interesado investigar sobre el cáncer?

-La gente tiene miedo a decir la palabra cáncer. Sin embargo, es donde actualmente se está haciendo más investigación. Yo hago investigación básica, que va por delante de la clínica, porque cuando se aplica la clínica en un hospital, antes ha tenido que verse en un laboratorio. Muchos oncólogos dicen, y yo también lo creo, que el cáncer va a pasar a ser una enfermedad crónica y la gente se va a morir de otra cosa con su cáncer, porque cada vez se están haciendo mayores investigaciones en este campo. El cáncer es una proliferación celular, son células incontroladas que crecen; entonces, si se para esa proliferación, se logra detenerlo.

-¿Aceptó montar el centro de la Uned en Plasencia quizás porque estaba cerca de Cañaveral?

-Es así. Porque yo estaba de vicedecana en mi facultad, que era como decana de Químicas. El rector me dijo que se iba a crear un centro en Plasencia, y a mí me hacía muchísima ilusión, porque siempre me he sentido muy extremeña. Antes, cuando me has preguntado que cuánto tiempo he vivido en Cañaveral, pues se puede decir que aunque he vivido muchísimos años fuera, mi mente siempre ha estado en Cañaveral. Porque he sido de las que ha ejercido de extremeña. Son poquísimas las Navidades o el año en que no he pasado un mes en Extremadura. Ahí está la casa de mis padres, donde vamos siempre. Y con mis sobrinos disfruto cuando veo que a ellos les gusta venir a Cañaveral. Porque son las raíces.

-¿Cuántos alumnos tiene ahora la Uned en Plasencia?

-En Plasencia damos en este momento todas las carreras que imparte la Uned y tenemos 1.800 alumnos. Hemos empezado a impartir trece grados por el Plan de Bolonia. Estoy hablando entre Plasen cia y las extensiones: en Cáceres, Coria y Navalmoral de la Mata. Precisamente hoy he recibido un escrito y vamos a poner otra en Trujillo con el curso de acceso para mayores de 25 años, que es la niña de mis ojos, porque es donde más labor social se hace.

-Es miembro de la Real Academia Nacional de Farmacia y de la Real Academia de Doctores de España. ¿Le quitan mucho tiempo las reuniones académicas?

-No me quitan mucho tiempo porque solo hay reuniones un día a la semana y son por la tarde. La ventaja de ir a la academia es ver a otros académicos que son amigos y luego, estar al día de muchas materias, porque siempre nos tenemos que estar reciclando. Quien no se actualiza se queda anquilosado.

-¿Cambiaría su vida por la de una actriz famosa o por la de una escritora de éxito, por ejemplo?

-No, no cambiaría por ninguna, porque, además, aunque quisiera cambiarla sería imposible ¿no? Escribir me gusta mucho. Ahora mismo acabo de publicar un libro sobre innovaciones en cáncer que se va a traducir al inglés y con la doctora Cascales, que es también profesora de investigación del CSIF, acabamos de escribir Escribir me parece que es importantísimo, es la forma de perpetuarse y de hacer partícipe de tus conocimientos a otras personas.

-¿En qué cree que se diferencian los estudiantes de ahora y los que usted conoció cuando cursaba el bachillerato?

-Me parece que antes hacíamos más esfuerzo. Desde pequeña aprendí que había que hacer esfuerzos para llegar a una meta. Entonces estudiábamos con poca luz, porque había malas luces, y sin embargo hacíamos el esfuerzo. Ahora veo a mis sobrinos más pequeños todo el día con la máquina sumando, multiplicando... Cuando yo era pequeña, hacía las cuentas rápidamente, y mi padre alguna vez me llevaba al banco y les decía a los empleados: «Ponerle una multiplicación, a ver quién la hace antes mi hija o vosotros». Las hacía rapidísimo. Aprendí mucho. Iba paseando con mi padre y él me preguntaba: ¿Qué río pasa por París? El Sena. Y así todo. Me iba enseñando. Pero luego sabía que tenía que hacer esfuerzo. Hoy día, tengo amigas que si sus hijos sacan malas notas los llevan de viaje para que no sufran y dicen: «Pobrecillos, es que están muy tristes». Es verdad que otras cosas las tienen mejor. Por ejemplo, los niños manejan Internet sin que nadie les enseñe. Tú compras una televisión y te tienes que leer las instrucciones para saber manejar el mando a distancia; pero llega el pequeño, coge el mando y enseguida sabe manejarlo.

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