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J. R. ALONSO DE LA TORRE
Lunes, 14 de diciembre 2009, 10:40
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La peluquera de mi mujer se llama Geli, trabaja en el bajo de unos pisos de ferroviarios y le cobra 8 euros por peinarla. Pero el otro día tuvimos que ir a un acto en Lisboa, Geli no estaba a mano y mi mujer tuvo que entrar en una peluquería del Chiado. Le cobraron 20 euros por el arreglo, aunque el sillón daba masajes desde la rabadilla hasta el cuello y, sobre todo, no la peinaron, le hicieron un brushing. Hace 20 años, las ciudades grandes se diferenciaban mucho unas de otras. Ahora, solo se diferencian por el clima. En el centro de Lisboa, en el cogollo de Dusseldorf y en Oxford Street paseas estos días rodeado de luces, de gente y de Bershka, Zara, Pull & Bear, H&M, Hugo Boss y MNG. O sea, más o menos igual que en Cáceres o en Badajoz, solo que cambiando Hugo Boss por Cortefiel. Tomas café en bares de esos que todo el mundo llama minimalistas, pero que acaban pareciéndose los unos a los otros en el precio maximalista del café y en el sabor de unas galletas grandes que nadie llama galletas, sino brownies. Para comer, se anuncian por doquier unos menúes llamados brunch, que consisten en que puedes comer a cualquier hora en unos platitos muy monos unas fruslerías muy ligeras, o sea, como las pinchos de toda la vida, pero cambiando la jeta por el salmón ahumado. Los restaurantes son wok o take away, los cafés aseguran ser lounge y las zapaterías son shoes. Al final, vuelves de Lisboa o de Bruselas y si no fuera por el clima, no hubieras distinguido una ciudad de otra. Eso sí, llegas a casa, te pones en manos de la Geli y vuelves a ser tú, sin líos ni brushing.
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