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Jueves, 17 de septiembre 2009, 04:04
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El día comienza temprano para Isa Cánovas y Fernando García. Liberados de legañas y recién desayunados emprenden ruta en autobús hasta El Millar, un lugar que parece en mitad de la nada. Está cerca de Malpartida, en una llanura granítica en la que se descubrieron restos del Paleolítico Medio en 1.999. En un momento se sitúan en sus puestos: pican y desempolvan, en busca de piezas relevantes: en sus campañas de excavación se han hallado más de seis mil piezas de cuarzo. El Equipo de Investigación Primeros Pobladores de Extremadura retomó el domingo sus trabajos en Cáceres, e Isa y Fernando son dos de los jóvenes que forman parte de este grupo, en el que participan 25 alumnos. Ella es estudiante de Historia y él, un simple trabajador ávido de nuevas experiencias. Vienen de Sevilla y de Zaragoza.
El proyecto lleva ya cerca de una década, tiempo en el que poco a poco, se han ido vertiendo pistas sobre la riqueza arqueológica de la zona, y, además, han formado un interesante plantel de investigadores de dentro y de fuera de la región, que se han integrado en el proyecto. Extremadura ya tiene el primer Doctor formado en este equipo, y otros están en ciernes.
Antoni Canals, codirector de este proyecto e investigador del área de Prehistoria de la Universidad Rovira i Virgill de Tarragona, valora esta zona como un «punto en el que el equipo Primeros Pobladores pueda transmitir a los jóvenes que se interesan por la arqueología su propuesta pedagógica». El Millar es una escuela en donde se puede experimentar con los métodos de excavación. Propuesas como las de los campos de trabajo de los Primeros Pobladores brindan, en opinión de Canals, la posibilidad de «abrir el horizonte hacia una perspectiva más universalista de la ciencia». Este área, contemporánea a Maltravieso, la joya de la corona de la paleontología cacereña, no conserva restos animales, pero sí de las herramientas con las que eran sacrificados. «De vez en cuando sale algo más interesante que lascas y cuchillos y que nos ayudan a comprender la complejidad de esta zona». En El Millar hace dos años descubrieron un hacha bifaz de 300.000 años de antigüedad lo cual estableció una relación muy estrecha entre este yacimiento y Santa Ana, en donde también se llevan a cabo estos campos de trabajo.
En la Cueva de Santa Ana, en el interior del recinto del Cimov, el trabajo parece más duro. A base de martillos hidraúlicos van desmenuzando la roca de la superficie de la cueva. Aquí puede más la fuerza física, y el grupo es eminentemente masculino. En Santa Ana cabe la posibilidad de que se encuentren restos que pueden datar de un millón de años atrás. Para eso hay que llegar al nivel-1. «Es una cueva difícil, abierta durante muchísimos años porque los depósitos no se han sedimentado de forma ordenada», apunta Eudald Carbonell, que codirige este proyecto y el yacimiento de Atapuerca. «Restos salen muy pocos», reconoce. Es un proceso lento.
En Atapuerca tuvieron que pasar 15 años de excavaciones y trabajos hasta que se obtuvo el primer resto de homínidos. Será cuestión de insistir, de profundizar en una piedra que esconde secretos.
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