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J. R. ALONSO DE LA TORRE
Sábado, 23 de mayo 2009, 10:49
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A los 20 me equivoqué de fiesta y conocí a mi mujer. A los 30, me confundí de calle y me encontré a un tipo que me invitó a colaborar en un periódico. A los 40 me equivoqué de ruta, me descubrí miserable y aprendí a sortear las miserias. Ayer me salté la salida correcta de la autovía y descubrí una gasolinera estupenda. Siempre que me equivoco, encuentro estímulos. Cuando sigo la senda marcada, todo es confortable, pero previsible. Y lo previsto me anestesia. El cementerio está lleno de cadáveres políticamente correctos cuyas lápidas dicen que allí yacen, pero nada de ellos permanece. Soy tan ordenado, tan en mi sitio que cualquier arritmia me angustia. Pero es en el riesgo y en la contingencia donde se agazapan los mejores momentos de la vida: las sorpresas. Preparo tanto las excursiones que acaban siendo más entretenidas en el cuaderno de viaje que en el trayecto. No recuerdo nada de mis destinos lejanos, pero una tarde neblinosa me confundí en una rotonda, en vez de ir de Cañamero a Berzocana me fui a Navezuelas y descubrí una carretera de montaña tan bella que se ha aposentado en mi memoria. Ayer también erré. Salí de Mérida por la autovía, pero un chute de cafeína me llevó a tal estado de ensimismamiento que me salté la salida de Cáceres, seguí hasta Trujillanos, encontré una gasolinera Galp, entré y me enamoré del área de servicio: limpia, amplia, moderna, con una tienda fabulosa de motos Harley Davison y un café-restaurante precioso con menú a 8'50 y comedor luminoso y espectacular. Seguiré siendo rectilíneo y ordenado porque a estas alturas es difícil cambiar de manías, pero necesito equivocarme: no quiero yacer, quiero divertirme y permanecer.
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