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LAS TERRAZAS DE LOS MADRILEÑOS. Turistas y candeledanos toman el aperitivo el pasado sábado mientras en el balcón se secan los pimientos.|ESÈRANZA RUBIO
Candeleda, la Andalucía de Castilla
EL PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

Candeleda, la Andalucía de Castilla

El País que Nunca se Acaba también penetra en la provincia de Ávila, donde hay un pueblo, Candeleda, al que llaman la Andalucía de Castilla porque es de clima suave, tiene palmeras y naranjos y realmente parece verato. Alfonso XIII dijo que no había visto en España un pueblo de mayor contraste y belleza. Comprobémoslo.

POR J.R. ALONSO DE LA TORRE |

Domingo, 10 de mayo 2009, 11:20

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Huele a azahar. Pero no estamos en Sevilla. Ni en Badajoz. Huele a azahar y estamos en Castilla, ¡Qué raro! Una avenida flanqueada de palmeras lleva hasta una plaza llamada del Castillo, epicentro moderno de esta villa. En ella destaca una escultura de una cabra montés y un altillo con escalinatas plantado de naranjos y palmeras. Una cabra que vive a 2.000 metros y plantas que crecen a 400 ¡Qué raro!

Las guías turísticas llaman a este pueblo de muchas maneras, a cada cual más cursi y rimbombante. Que si la Andalucía de Castilla, que si el Levante de Ávila, que si el Vergel de Europa, que si el Techo de Castilla Son eslóganes de publicista barato, pero todos llevan algo de razón.

Porque, efectivamente, en este término municipal conviven el kiwi y el roble, el naranjo y el castaño, la palmera y la encina, la nieve y el sol de justicia y, sobre todo, aquí se encuentra la depresión más profunda de Castilla, en el pantano de Rosarito, a 252 metros de altura, y también la elevación más pronunciada: el Pico del Moro Almanzor: 2.592 metros de altitud.

De 5.000 a 15.000

Pero vayamos precisando geográficamente. Estamos en Candeleda, el primer pueblo de la provincia de Ávila según se sale de la comarca extremeña de la Vera. El municipio, además de contrastes vegetales y geográficos, limita con los términos cacereños de Talayuela y Madrigal de la Vera y con la provincia de Toledo. Tiene 5.145 habitantes censados, pero durante el verano y los fines de semana llega a superar los 15.000. Está rodeado de gargantas, bosques, la sierra de Gredos, las llanuras del Tiétar, reservas de caza

Como hemos llegado en sábado, el pueblo bulle de turistas. Aunque aquí, decir turista es decir madrileño. Hasta la responsable de la oficina de turismo vive en Madrid y se desplaza a Candeleda los fines de semana. Se llama Arancha y entrega una colección de folletos muy bien confeccionados que demuestran que en este pueblo el turismo lo es casi todo. Tanto que ha atraído al ex primer ministro británico John Major, que veranea aquí desde hace años.

La lista de famosos atraídos por Candeleda es amplia y Arancha la desgrana: «Pedro Almodóvar suele venir a un centro de turismo rural llamado El Mirlo Blanco. El torero César Jiménez tiene un complejo turístico con plaza de toros, restaurante, etcétera donde se celebran eventos. Carlos Sobera viene con frecuencia a casa de unos amigos, El periodista J. J. Santos está casado con una chica de aquí. Paco Camino vive todo el año en el pueblo. Daniel Guzmán, el de 'Aquí no hay quien viva' también es de Candeleda...».

Pero dejemos la mitomanía y vayamos a lo turístico. Paseemos. Se puede dejar el coche junto a la oficina de turismo, a la entrada del pueblo, ubicada en un antiguo secadero de pimentón, y caminar tranquilamente hacia el centro del pueblo. Esa tranquilidad no la hemos tenido por la carretera que nos ha traído desde Oropesa: una calzada francamente lamentable, complicada y mal asfaltada en la provincia de Toledo, pero estupenda al entrar en la provincia de Ávila. Parece ser que en el tramo toledano ya empiezan las obras.

El caso es que ya hemos llegado a la Plaza Mayor y el ayuntamiento se muestra lustroso, aunque lo más interesante es un museo del juguete de hojalata que atesora la colección de Luis Figuerola-Ferretti. Está en una preciosa casa de 1862 con balcones corridos repletos de macetas y entrar cuesta tres euros. En la plaza aparcan los coches y eso le resta encanto.

Para recuperarlo, podemos tomar la calle Amargura y meternos en el casco viejo de Candeleda. Deambulando, camino de la iglesia, descubriremos una calle larga y bella que sube al templo parroquial, gótico rural del siglo XV con un precioso retablo de cerámica del XVI. Esa calle de casas tradicionales de fachada entramada tiene 500 macetas colocadas a ambos lados en el suelo. Es la calle Iglesia: única, particular.

Volvemos a la plaza y cogemos ahora la calle Domingo Labajo para meternos en el meollo comercial y hostelero. Entre tiendas y hotelitos, nos lleva hasta la Plaza del Castillo. Aquí es donde está la movida turística. Bajo casas típicas donde se secan los pimientos, los madrileños toman el vermú en terracitas. Se ven tiendas chic como Montepicaza, donde te venden polos para jugar al polo, y los escaparates de la zona ofrecen Lacoste y Levis para los pijos de toda la vida.

Hablar gangoso

Es el típico ambiente de pueblo serrano para los de Madrid, donde uno llega y parece que le envuelven los tópicos y te dan ganas de hablar gangoso y soltar 'oseas' sin ton ni son. Eso sí, en el altillo inmediato, bajo las palmeras, los paisanos de toda la vida hablan de lo de toda la vida y en las calles cercanas, jóvenes sin más pretensión que la de ser jóvenes toman cañas baratas con raciones baratas de callos, de morros, de calamares, de paella, de alitas de pollo en bares que se llaman Jara, Manao, Lagartín

Por aquí está el centro cultural y la biblioteca. Además, está a punto de abrir un museo etnográfico y merece la pena ver el rollo jurisdiccional, situado junto a la ermita de San Blas, donde, por cierto, reposan los restos de san Bernardo de Candeleda, un santo que no ha sido canonizado en Roma, pero sí en Candeleda. En el pueblo se celebra mercadillo los lunes y en temporada de caza de cabras, los restaurantes están llenos de ex subsecretarios y ex ministros.

Dejamos el pueblo y volvemos al coche para acercarnos al santuario de Nuestra Señora de Chilla, patrona de Candeleda. Es una carretera de montaña que, a lo largo de siete kilómetros, recorre primero zonas de chalés y vegetación mediterránea. Después aparecen los castaños, los pinos y los robles. Dejan de verse casas y empiezan a cruzarse regatos y, al fin, tras siete kilómetros de ascensión y curvas, en plena sierra, con buitres planeando en lo alto y rumores de pájaros y aguas vivas, abajo, llegamos al santuario.

A mitad de camino, encontramos un restaurante campestre. Se llama El Rodeo. Paramos a comer. Hay un amplio aparcamiento con sombra. En el exterior, una agradable terraza invita a almorzar al aire libre. Dentro, un comedor con manteles y servilletas de tela y mobiliario sencillo también te acoge. Los comensales de dentro son de la zona, los de la terraza, de Madrid. Lo típico por aquí es el cabrito a la brasa y eso comen los clientes candeledanos. Pedimos chuletillas y ensalada y acertamos. Donde fueres haz lo que vieres.

Ya en el santuario, nos cuentan la leyenda de siempre, que tiene como protagonistas a los de siempre: la virgen y el pastor. Ella se le aparece a él, le encarga construir un lugar de culto y la ermita se erige. ¿El problema? Que el pastor era de Calera y los de este pueblo dijeron que la virgen era suya y la robaron hasta en dos ocasiones. Recuperada la imagen, la fiesta de la patrona, en septiembre, llena el lugar de miles de peregrinos.

El santuario merece la pena. Es de arquitectura sencilla, pero muy popular. Está rodeado de praderas con bancos y fuentes. Un merendero con terraza invita a sentarse, una garganta cercana invita a pescar libremente sin muerte y una pareja de recién casados, que se fotografía entre flores, invita a dejarse llevar por el instante y a disfrutar de este paradójico pueblo donde huele a azahar mientras ves la nieve.

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