Borrar
¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?
Uno de los colonos y su lote de ganado./HOY
Extremadura, tierra de colonos
etnografía

Extremadura, tierra de colonos

Una exposición sbore este fenómeno a lo largo de la historia y centrada, sobre todo, en la figura del colono y su familia, recorrerá hasta finales de junio varias localidades

|

Lunes, 23 de marzo 2009, 10:46

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Los Planes de Obras, Colonización, Industrialización y Electrificación de las Provincias de Badajoz y Cáceres llevados a cabo desde principios de los años cincuenta del pasado siglo vinieron, en parte, a hacer realidad esta frase del escritor y jurista ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos, frase extraída del Informe que, sobre el Expediente de la Ley Agraria, elevó al Consejo de Castilla en 1794: ¿Por qué en nuestros pueblos hay muchos brazos sin tierra y en nuestros campos muchas tierras sin brazos?. Acérquense unos a otros y todos estarán socorridos.

El deseo de rurizar y urbanizar los campos se afianza con la figura del Joaquín Costa quien, a finales del siglo XIX, consideró de vital importancia el interés de regenerar la España rural a través un ambiciosa política estatal aplicada en la construcción de grandes presas (los pilares de esa política fueron el Plan Gasset de 1902, continuado por los Planes de Obras Hidráulicas de Lorenzo Pardo de 1933 -en el cual ya aparece el pantano de Cíjara- y el de Peña Boeuf de 1939).

La visita que Franco cursó a Badajoz en 1945 puso al entonces Jefe del Estado ante una dramática situación: en esta provincia vivía casi medio millón de personas en la más absoluta de las miserias en tanto existían miles de hectáreas de erial que servían de pastizal para cabras y ovejas.

El Régimen Franquista no podía abordar, por motivos tanto políticos como económicos, expropiaciones a gran escala y, mucho menos aún, propiciar una ocupación de fincas pero era indispensable actuar con celeridad para evitar una crisis social y alimentaria.

La visita, en 1947, a los estados del Medio Oeste Americano de Martínez Bergé, uno de los más destacados ingenieros del Instituto Nacional de Colonización, dio con la clave para lograr que los intereses del Régimen fueran también los de los propietarios de las fincas: el Estado adquiría parte de las fincas de secano como tierras en exceso mientras los dueños de las mismas se reservaban la propiedad de los mejores terrenos. Tanto las partes adquiridas como las reservadas por los propietarios eran puestas en regadío y dotadas de infraestructuras tales como caminos, líneas eléctricas o telefonía. Además, los propietarios de las fincas iban a conseguir mano de obra cercana con un mínimo coste en forma de obreros agrícolas, braceros y yunteros que, a diferencia de los colonos, no recibían parcela alguna; sin embargo, el Estado les dotaba de una pequeña vivienda ubicada en el pueblo de colonización.

Por otra parte, estos complejos planes, en los que terminaron embarcados varios ministerios, tuvieron igualmente el objetivo de proporcionar el necesario aumento de producción eléctrica para iniciar el despegue de una industria nacional prácticamente desmantelada tras el Conflicto Civil. Por último, estos planes y, de manera especial, el de la Provincia de Badajoz, sirvieron al franquismo de escaparate para mostrar al mundo los deseos del Régimen de modernizar el sector agropecuario, sector sobre el que pivotaba entonces la economía del país.

La epopeya de los colonos

Los mismos rostros de tensa expectación que muestran hoy los emigrantes sudamericanos a su llegada al nuevo lugar de destino en España y los mismos interrogantes que portan éstos fueron los que seguro tuvo la primera generación de familias colonizadoras. Familias que partían hacia un destino nuevo para todas ellas con llevando a cuestas tan sólo su miseria. El objetivo era aprender, con celeridad, a producir sobre los nuevos terrenos puestos en regadío. Pero, antes, había que aprender a cultivar. Cierto es que buena parte de los colonos eran trabajadores del campo...en secano. Uno de los retos del Instituto Nacional de Colonización fue la de enseñar a los colonos, en el menor plazo posible, no sólo a dominar los cultivos de regadío, sino también a gestionar su minúscula explotación. Para ello el Instituto tuvo una nutrida plantilla de Ingenieros y Peritos Agrónomos que formaron, a su vez, a decenas de capataces agrícolas en la finca la Orden,en el término de Valdelacalzada. Éstos fueron los tutores a los que cupo la responsabilidad de formar a los colonos y orientar la producción anual de cada parcela.

A cada colono el Estado provisionalmente le entregaba, no sólo esa parcela, también una vivienda con amplio patio y dependencias para el ganado y el almacenamiento de aperos. Aunque, a su llegada al nuevo pueblo, muchos colonos y sus familias no encontraron la casa puesta, sino burdos barracones en los cuales tuvieron que hacer su vida los primeros meses de estancia en la localidad neonata.

Se les hacía también entrega a los colonos del ganado de tiro (bueyes o mulos), una vaca de leche, de las yuntas y los aperos de labranza. Durante cinco años cultivaban sus parcelas, que solían tener entre cuatro o cinco hectáreas.

Pasados los cincos años de tutela, aquellos colonos que continuaban en el tajo adquirían la propiedad tanto de la casa como de la parcela reintegrando al Estado, en dilatados plazos, el 60% del valor de ambas.

Un patrimonio singular

Además de las grandes obras públicas (sobre todos presas, canales, acequias y caminos) y de reforestación, si algo caracteriza el paisaje del colonato son los campos salpicados de casas aisladas y, sobre todo, de pueblos. Pueblos diseñados para producir (todos tenían su centro cooperativo), para orar (la iglesia y su campanario es el referente visual de estos pueblos al que se une la verticalidad del depósito de agua) y en los cuales el Régimen que los creó siempre estuvo presente (no faltaron edificios del Movimiento Nacional con locales para el Frente de Juventudes o la Sección Femenina o para la Hermandad Sindical de Labradores). Los pueblos contaron con las infraestructuras necesarias para desarrollarse: edificios administrativos, artesanías en las que se incluían desde ultramarinos hasta ferreterías-, edificios sociales en los que no faltaba un tele-club o una sala de proyecciones, consultorios médicos, escuelas, pistas deportivas, cuarteles de la Guardia Civil, cementerios....

Pueblos con rondas perimetrales y que eran circundados, a su vez, por bosquetes y cuyas calles principales se prolongan, como si de campamentos romanos se tratase, en la infinitud de las vegas. En ocasiones, nos encontramos con pueblos (es el caso de Vegaviana, Entrerríos o Lácara), en cuyo diseño se aprecia el esfuerzo creativo de arquitectos urbanistas como Fernández del Amo o Alejandro de la Sota.

Inicialmente fueron diseñados, desde los prototipos esbozados por el Instituto de la Reforma Agraria en 1932 hasta los primeros pueblos ejecutados durante los años cincuenta, a la manera de los poblados de colonización de la Italia fascista (bonifica) y teniendo al carro con tiro animal como módulo para trazar muchas de sus calles; sin embargo, los últimos poblados que se construyeron, ya en la década de los sesenta, se hicieron con el tractor como instrumento de trabajo. Este elemento, unido al aumento de posibilidades que aportaban los nuevos materiales de construcción introducidos por entonces en el mercado, posibilitaron una mayor libertad de diseño.

El colono y su exposición

La Consejería de Agricultura y Desarrollo Rural, desde al pasado mes de marzo hasta finales de junio, mantiene la itinerancia por algunos pueblos de colonización de una pequeña exposición sobre el hecho de la colonización a lo largo de la historia y centrada, sobre todo, en la figura del colono y su familia. Aunque somera, es una aproximación a la gran empresa agraria que quiso hacerse de Extremadura hace ya casi sesenta años teniendo al colono como recurso fundamental.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios