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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
Jose Ramón "Kanchaka", comerciante de la Casa Grande y empresario fúnebre de Montánchez, prepara costillas en su barbacoa estilo Mayor Oreja./ESPERANZA RUBIO
En Montánchez no se muere nadie
el país que nunca se acaba

En Montánchez no se muere nadie

PPLL

Lunes, 15 de diciembre 2008, 11:56

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A 705 metros de altitud, en las faldas del Monte Viejo, que casi llega al millar de metros (998): Montánchez. El pueblo tiene 2.200 años. Fue cuatro siglos musulmán. Despúes jugó a perdedores: se entregó al aventurero portugués Geraldo Sem Pavor y apostó por Juana la Beltraneja. En su patíbulo fue ajusticiado Rodrigo Calderón, protegido del Duque de Lerma, y sufrió la inquina de los portugueses, que quemaron Montánchez para vengarse de otros incendios. Pero Montáncez nunca ha perdido la gracia ni el gusto por la vida. Llegas al pueblo y nada más bajar del coche escuchas a una abuela que se contradice gritándole a su nieto travieso: «Maldito cristiano». Y al instante: «Hijo de mis entresijos». La abuela es delgada, fibrosa, enérgica, casi atlética. Es lo que tienen estos pueblos en cuesta y en sierra, que te mantienen en forma. En Montánchez había 2.141 habitantes en 2001. El censo del año pasado da 2.063. Pierde poca población. ¿Pero es por defunción o por emigración? «En Montánchez no se muere nadie y cuando alguien se muere, se muere en Cáceres»... Sentencia de funerario, de José Ramón Hernández 'Canchaca', que regenta la mayor tienda del pueblo: Galerías Casa Grande, un bazar que se ha hecho con el monopolio de las defunciones del pueblo. Antes había más decesos. En los años 60, sobre todo se morían niños. Sus entierros eran impresionantes. Lo recuerda Mari, una vecina: «Íbamos a buscar el cadáver los otros niños. Nos lavaban bien lavados, nos ponían el traje de los domingos, nos calzaban los zapatos negros de charol, nos mandaban a casa del niño muerto y cogíamos el féretro blanco por las asas para llevarlo al cementerio. Esas cosas no se olvidan». Pero ahora no se muere nadie. Y si se muere, se le vela fuera, a pesar de que Galerías Casa Grande presta el servicio completo: ataúdes desde 600 euros y sillas de Carrefour para que en el velatorio haya asiento para todos los deudos. Pero a pesar de las facilidades, la longevidad es santo y seña del pueblo. El prestamista y la joven Tanto como la Casa Grande. Hace 25 años visitó Montánchez el escritor Ramón Carnicer y en su libro «Las Américas peninsulares, viaje por Extremadura» dejó escrita su sorpresa al encontrarse con esta Casa Grande, que fue levantada en 1870 por Francisco Álvarez Flores, un prestamista local que poseía gran cantidad de oro. La casa tiene tres plantas, está adornada con paneles de terracota y es de interior lujoso con frescos, columnas y estatuas. Carnicer cuenta que el rico prestamista se casó con una mujer joven a la que sacaba 30 años. Tuvo un hijo con ella, pero el financiero murió al poco tiempo y su viuda heredó cuanto pudo acarrear. El caso es que se llevó el oro y dejó la casa, que ahora es propiedad de José Ramón Canchaca. En su tienda se vende de todo: desde el ungüento infalible contra las hemorroides que prepara su amigo Foxta, que ya conocimos en otro de nuestros viajes por El País que Nunca se Acaba, hasta la última novela del escritor local Pedro Piedi. Se llama «De Roma a Don Benito», opta al premio Planeta, es comunista, atea y anticlerical y cada vez que venden una, el autor y su marchante se gastan la ganancia libresca en jamón y vino en el bar Pito Gordo. Canchaca llegó hace años de Salamanca y ha tardado en extremeñizarse. Cuentan en el pueblo que una vez fue a Cáceres con los amigos, vieron un gato, un colega le dijo: «Sape, gato» y Canchaca le preguntó: «¿Es que conoces al gato? Como sabes su nombre: Sape». Desgrana el comerciante-funerario estas historias mientras prepara unas costillas en su barbacoa modelo Mayor Oreja: «Me la hizo un albañil amigo de un guardia civil que había sido guardaespaldas de Mayor Oreja, le había copiado el modelo y me hizo a mí una igual». Tanta grandeza y tanto pitorreo convierten a los montanchegos en ciudadanos singulares. Un famoso pintor hiperrealista de la realeza, el holandés Van der Wilde, que tiene casa y estudio en Montánchez, nos contaba en cierta ocasión que los de Montánchez son gente distinta. «Debe de ser el aire de la sierra». En busca de ese aire han llegado extranjeros y madrileños, gentes con ganas de tranquilidad y belleza que están comprando casas en el pueblo, donde ya hay un barrio al que llaman Guirilandia. Al propio Van der Wilde vienen a visitarlo Marina Castaño o las infantas de España. En la Wikipedia se recogen los hijos ilustres que ha dado Montánchez: siete curas, siete militares, un escritor y un catedrático. No se recogen allí los personajes ilustres más recientes como la pintora Petra Galán, que celebra exposición de su obra estos días en el pub La Fontana de Cáceres; el hombre orquesta Jimmy Blues, que se ganaba la vida en el Metro madrileño tocando al tiempo guitarra, armónica y panderetas, pero ha regresado al pueblo y lo mismo ameniza los bautizos que trabaja a jornal con su asno; Sara Solomando, presentadora del programa La Tarde de Canal Extremadura; Eleuterio El Resucitado, camarero que creyó volver a nacer tras ser corneado en los toros de Coria o el verdadero Francisco Franco, conocido por Fruti el frutero. Cuando Ramón Carnicer, que es leonés, llegó a Montánchez, se sorprendió al descubrir la casa natal de Antonio Senso Lázaro, montanchego que fue obispo de Astorga entre 1913 y 1941. Este obispo se despreocupó de que Gaudí acabara el palacio arzobispal astorgano y recibió la Cruz Blanca al Mérito Militar por sus servicios al ejército del otro Franco durante la Guerra Civil. La historia no tiene una página de oro para monseñor Senso, pero sí para un desconocido curita montanchego que se llevó con él, Melitón Amores, canónigo, dramaturgo y poeta de verso armonioso que educó en la lírica a letrados tan ilustres como los poetas astorganos hermanos Panero o el investigador y crítico insigne Ricardo Gullón. Además de por sus personajes con gracia y longevidad, Montánchez es famoso por sus jamones. Aunque eso es cosa muy sabida. Carlos V ya los apreciaba y nosotros, mientras nos cuentan historias, nos comemos uno de Tobías, de sus cerdos del camino de los molinos. En el pueblo hay nueve industrias jamoneras y llega otra de los gallegos de Coren. Aunque lo realmente importante es el ambiente que reina en 'La Suprema' mientras Begoña sirve desayunos una mañana cualquiera. Entran unos turistas vascos y se extrañan: «¿Es que hoy es fiesta?» Pues sí, en Montánchez todos los días son fiesta.

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