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SAGA DE CERAMISTAS. Juan Monge comienza a dar forma a un botijo típico en el torno de su taller con una colección de bellotas-hucha en primer término. / ESPERANZA RUBIO.
Salvatierra: huchas contra la crisis
EL PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

Salvatierra: huchas contra la crisis

Juan Monge hace botijos desde los 10 años. Pertenece a una saga de alfareros de Salvatiera de los Barros: el apellido Monge da nombre a media docena de talleres en el pueblo. Desde hace un tiempo, Juan moldea en el torno muchas huchas. Será la crisis, o como dice Juan: "Será para escaquearle las perras a Zapatero"

PPLL

Martes, 9 de diciembre 2008, 11:54

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Está despejado desde Cáceres hasta La Parra, pero empiezas a acercarte a Salvatierra de los Barros y un sombrero de nubes avisa de que te aguarda la lluvia. Se cumplen las estadísticas: Salvatierra es uno de los pueblos más lluviosos de Extremadura. No es de extrañar: está a 620 metros y justo al pie de Peña Utrera (815 metros), uno de los tres puntos más elevados de la provincia de Badajoz junto con la Sierra de Hornachos y Tentudía. El pueblo tiene 1.892 habitantes según el censo de 2007: ha perdido 81 desde el año 2000. El estudio nacional municipal de Caja España apunta que el año pasado contaba con siete bares (pocos para la media extremeña) y 48 comercios. En sus 5.263 hectáreas de pasto y encinares y 1.500 de olivar, y en el entorno, se ven jabalíes, árboles singulares y hasta ciervos que se escaparon de la finca de un rejoneador y parecen ser felices en estos montes. Hay bosquecillos con algún roble y bastantes castaños, y el vuelo circular de los buitres forma parte del paisaje. Aunque Salvatierra se apellide de los Barros, se encuentra separada de Tierra de Barros por la sierra. El apellido le viene al pueblo de estar rodeado de barreros o lugares de los que se extrae arcilla roja, el barro que caracteriza la historia de Salvatierra. Revisando las estadísticas de empleo, llama la atención que el 12'8% de la población se dedique a la industria. En nuestras rutas por El País que Nunca se Acaba, donde la media es del 11'7%, estamos acostumbrados a encontrar tasas de empleo industrial del 2'8% (Cabezuela del Valle) o del 1'7% (Arroyomolinos de Montánchez). Este dato indica que la actividad alfarera sigue marcando a Salvatierra de los Barros, aunque la cerámica ya no se use prácticamente en la cocina y el agua se enfríe en las neveras. Ya en 1791, un informe de la Real Audiencia precisaba que en el municipio había 29 alfareros. En los años 60 del siglo pasado, llegó a haber más de 50, superando en número de talleres a Talavera de la Reina. Las guías recogen que en el pueblo hay hoy 22 alfarerías y 26 ceramistas. Los orígenes de esta artesanía se remontan a la antigüedad -árabe y tal vez romana- con toques de emigración portuguesa desde centros alfareros tan importantes como Nisa o Estremoz en el siglo XVI. De hecho, en Salvatierra el apellido Nisa es común. Aunque lo apellidos de las sagas 'cerámicas' del pueblo serían Vázquez, Guillén, Vinagre, Morales, González, Bermejo (cinco talleres) o Monge (seis talleres). Juan Monge es uno de los alfareros más tradicionales de Salvatierra. Nos recibe en su taller, moldeando sin parar, rodeado de huchas con forma de cerdito o de bellota. Juan gobierna botijos (poner el pitoche), los enasa (hace a mano el asa y la coloca) y explica su destreza moviendo sus manos de piel finísima, suavizada por la arcilla. «Hay que hacer muchas piezas al día para comer. Ahora trabajo por encargo. Antes, por esta época, cocíamos botijos que se llevaban los arrieros por los pueblos a partir de mayo. Llegó a haber 120 arrieros, pero entonces era más fácil porque no hacían falta papeles. Ya quedarán solo tres o cuatro», detalla. Juan cuece en horno moderno, pero conserva el moruno, que se cerraba con ladrillo de adobe y había que vigilar la cocción sin dormir durante 48 horas. Esos días, el pueblo se llenaba de penachos de humo y los vecinos aprovechaban para cocer dulces y asar carnes entre los cántaros y para recoger las brasas del horno para el brasero. «Yo sigo gastando barro del pueblo. Lo hay del fuerte, amarillento, que da consistencia; luego está el barro rojo, que da plasticidad, y finalmente, el de tinta, rojísimo, que se usa para decorar. A veces uso barro casado: mezclo el del pueblo con otro de fuera». Aclara después que cierta pieza de forma fálica no es ningún encargo de sex-shop, sino un complemento para las peceras: en el barro cocido pegan los huevos los peces. Piezas macho y hembra Juan hace piezas macho, que son más cerradas, y las hembra, de aberturas más holgadas. Aunque la más curiosa es la maricona, un botijo estilizado y esbelto que se ha convertido en el símbolo de la cerámica de Salvatierra. «Los llamamos así, aclara Juan, porque en el pueblo a los hombres elegantes siempre les dijimos mariconas». En 1991 se abrió en Salvatierra el Museo de la Cerámica. Se puede visitar en horario de mañana y tarde; es didáctico, bonito, interesante y atesora no solo cerámica de Salvatierra, sino también algún resto arqueológico como un ara votiva romana dedicada a las diosas Ataegina (lusitana) y Proserpina (romana), que fue hallada por el periodista de HOY Joaquín Rodríguez Lara, natural de la vecina Barcarrota, pero casado en Salvatierra y el mejor guía para conocer su pueblo de adopción. Dejamos a Juan Monge en su taller y recorremos Salvatierra buscando otros encantos más allá de la cerámica. En el pilar de la Zarza y en la fuente de la Romana, los vecinos hacen acopio de agua, aunque un cartel avise de que no es potable. La de las fuentes se bebe y la del grifo es buena para cocer los garbanzos. Por la carretera de Salvaleón se llega al Mirador de las Corderas, que tiene unas vistas formidables. Un poco antes, se pasa por el Pozo de la Nieve. Es del siglo XVI, un modelo único en España y Bien Cultural desde 1990. En él se guardaba la nieve, que en los siglos XVI y XVII tenía usos medicinales. En muchos pueblos extremeños hay memoria o restos de estos pozos. La nieve se traía desde Gredos, viajando de noche y de pozo en pozo. Cada pueblo tenía un concesionario de la nieve y su importancia era tal que en Villafranca de los Barros llegó a haber revueltas porque subió su precio. Paseando por los alrededores del pueblo es común ver burros. Aquí es un animal totémico. Se cuentan historias como la de un matrimonio que viajó hasta Roma en burro. El viaje duró tres meses. Aunque para historia, la del castillo. Salvatierra fue reconquistada en el siglo XIII y los leoneses levantaron un castillo en lo alto de una loma. La fortaleza pasó al Ducado de Feria, de este al de Medinaceli y acabó en manos de un matrimonio inglés, que lo empezó a restaurar en 1972 y se fue a vivir a él. Su nuevo dueño, Anthony Denney, se convirtió en un personaje de leyenda. Bajaba poco al pueblo y por Salvatierrra corría la especie de que era espía. En el pueblo había mucha intriga y cada atardecer, las miradas se dirigían hacia lo alto. «Mira, ya es de noche, ya han encendido la luz los del castillo». Mr. Denney empezó a bajar a Salvatierra, pero falleció de un infarto y su cuerpo fue velado respetuosamente en el pueblo en casa de unos vecinos. Al poco, apareció en el Times de Londres una amplia necrológica en la que se contaba que era coleccionista de arte, fotógrafo de Vogue y, aseguran en Salvatierra, 'espía bueno'. Fue enterrado en el suelo, rodeado del barro rojo que da nombre al pueblo. Hoy se sigue mirando al castillo al atardecer: «Mira, ya ha encendido la luz la inglesa del castillo». Y cuando se visita el cementerio, siempre hay alguien que señala al suelo y avisa: «Mira, la tumba del inglés».

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