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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?
ENTRE DOS PAÍSES. Joaquín cruza el considerado puente internacional más pequeño del mundo, entre El Marco español y el pueblo portugués de Marco. / ESPERANZA RUBIO
Los pueblos gemelos de la Raya
EL PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

Los pueblos gemelos de la Raya

La Codosera: república independiente. Tan alejada de todo que su bar más famoso se llama El Quinto Coño y sus aldeas tienen nombres tan caribeños como Bococo

J.R. ALONSO DE LA TORRE

Lunes, 20 de octubre 2008, 15:24

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Si no fuera por un perrito que ladra nervioso, esto parecería una película lenta y melancólica de Manoel de Oliveira. El pueblo es blanco, chico, disperso y está rodeado de montañas; la luz es difusa, confusa, cenital, peliculera... No se ve un alma, no se oyen ni los pájaros y de pronto, como por ensalmo, suena una música de acordeón que parece incidental, como si la hubiéramos encargado para poner banda sonora al instante. La música empieza quedo y va in crescendo, pero no se sabe quién toca, ni de dónde sale. Aunque no nos extrañamos, por aquí todo es así, como de milagro. Estamos en Rabaça, una aldeíta portuguesa perdida en las estribaciones de la Sierra de San Mamede. Pertenece al ayuntamiento de Portalegre, pero para llegar hasta la capital del municipio tienes que recorrer durante media hora enrevesadas carreteras de montaña. A cinco minutos a pie desde Rabaça queda su pueblo gemelo, La Rabaza, una aldea extremeña del ayuntamiento pacense de La Codosera. Las dos rabazas están unidas por una carreterita construida en el siglo XXI, una ruta internacional que no recogen la Guía Campsa ni los mapas Michelín. Aquí nunca hubo aduana ni puestos fronterizos, solo la ronda rutinaria de guardias y guardiñas. Los pueblos, cada uno con su aroma de leyenda y su perfume de cuento, se llaman Esperança, Alegrete, Porto Espada, Vale de Cavalos... Pero antes de llegar a La Rabaza española, donde la carretera se empina y enrevesa para adaptarse a la sierra quebrada, hemos recorrido durante diez kilómetros una vega natural feraz, riquísima y, sobre todo, asombrosa por inesperada. La calzada recorre la orilla del río Gévora, kilómetros y kilómetros de fresnos y alisos, de maíz y verduras, de bosques de chopos, de manchas de álamos. En las cocheras de las casas se ven camiones de reparto de verdura prestos para ser cargados y partir hacia los mercados. Por este desconocido paraíso vegetal se llega al Puerto Mavarejo y después, La Rabaza española. Según te acercas al pueblo, distingues un edificio importante que despierta tu curiosidad. Es el restaurante Brasería Portuguesa, con su patio porticado, su césped, su terraza y, dicen los vecinos, una cocina estupenda, que no podemos certificar pues cuando llegamos está cerrado por vacaciones. Jolgorio en el bar Felipe Sorprende este restaurante de categoría en esta esquina mágica y lírica del mundo. Como sorprende que, frente al silencio con acordeón invisible de la Rabaça portuguesa, en la parte española reine el jolgorio en el bar Felipe y haya ambiente en las callejas de la aldea. Hay otro bar, llamado Petra, pero está cerrado, luego nos enteraremos de que el hijo de Petra es quien ha abierto la brasería tras regresar de Barcelona. Cuando decimos que en La Rabaza hay ambiente, nos referimos a que se ven algunos niños, un par de jóvenes, una madre, una abuela, su nieto... La abuela se llama Manuela y su nieto, Samuel. Cuando uno llega a una tierra distinta, y esta lo es, no sabe cómo serán recibidos los forasteros y hay que entrar dando rodeos: «Buenas tardes, ¿vaya ambiente que hay para ser esto tan pequeño!»... Pero enseguida se nota que las tierras de la Raya son cosmopolitas, habituadas a los forasteros, y los nativos se prestan a la tertulia sin ambages. «Aquí en La Rabaza habrá unas 22 casas, pero solo una decena están habitadas. Se trabaja en el corcho, en la madera, en el paro, lo que sale. Y el resto, jubilados», explica Manuela, que tiene una biografía que también parece escrita por un guionista especializado en argumentos fronterizos. Cuenta Manuela que ella nació en Alegrete (Portugal), pero se vino a La Rabaza con 15 años, cuando su padre abrió aquí un bar con ultramarinos. Se enamoró de un muchacho de Zamora y se unieron. Tuvieron tres hijos, pero su marido murió cuando ella tenía 34 años. «Como vivíamos juntos sin estar casados, me quedé sin nada al fallecer él por un accidente. A pesar de que la Guardia Civil y el cura enviaron informes sobre nuestra situación, no me dieron pensión. Años después me casé con mi actual marido y tuvimos otra hija que me ha dado este nieto», relata. Manuela Vaz Caldera, nacida en Portugal y nacionalizada española. Pareja de hecho cuando eso no se estilaba, pero amparada por un cura, que certificaba su conducta de cristiana buena, y por la Guardia Civil, que no se andaba con remilgos en estas tierras indefinidas donde todo ha sido siempre de aquí y de allá, sin dogmas, sin prejuicios, sin tonterías. La Raya, una república independiente de pueblos promiscuos, que un día fueron portugueses y hoy son españoles (Olivenza, en Badajoz, y San Felices de los Gallegos, en Salamanca) o viceversa: Lama d'Arcos, Cambedo y Soutelinho, hasta 1864 de Ourense y desde entonces, portugueses. La Raya, un sitio distinto plagado de pueblos dobles, de aldeas gemelas como Rio d'Onor y Rionor de Castilla (Zamora), estas Rabaza y Rabaça luso-pacenses o dos aldeas hermanas, separadas por un arroyo, que también se encuentran en el término de La Codosera. Hacia ellas vamos. Sus nombres: El Marco en la parte española y Marco en la portuguesa. Como la brasería de Rabaza estaba cerrada, antes de visitar los marcos, nos acercamos a comer a un lugar de nombre idílico: Esperança. En las casas de Esperança las chimeneas son grandes, muy grandes, como si las hubieran diseñado para protagonizar cuentos de deshollinadores e historias de Santa Claus. En las fachadas hay azulejos que retratan al perro de la familia y en un bar humilde llamado Eminela te sirven unas bandejas de marisco, de feijoada con chocos y de pollo asado que parecen imposibles. Tras la comida, llegamos al Marco portugués (una plaza y unas casas blancas), cruzamos el arroyo y, ya en El Marco, charlamos con Joaquín, otro ciudadano doble: nació en el Marco luso, pero se casó con la española Carolina de El Marco hispano, donde es razonablemente feliz con su nacionalidad española y su jubilación. También está viudo por un accidente que se llevó a su esposa. Ha trabajado en la aceituna y el carbón, no sabe leer, pero sí calcular: «En El Marco hay seis casas abiertas y un bar tienda; en Marco, doce casas y dos tiendas que venden café. Aquí, todos éramos contrabandistas. Cruzábamos el arroyo más arriba o más abajo, según los guardias. Por lo demás, ya ve, solo y viudo... Ponga usted eso en el periódico, a ver si me sale una novia». ¿Portuguesa o española?... «Bueno, qué más da».

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