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FERNANDO SAVATER GANADOR DEL PLANETA 2008 ÁNGELA VALLVEY FINALISTA

«Me presenté porque me daban como finalista hasta sin haber escrito nada»

El escritor donostiarra aprovecha su pasión por las carreras de caballos para novelar una intriga en 'La hermandad de la buena suerte'

IÑAKI ESTEBAN

Viernes, 17 de octubre 2008, 03:05

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Fernando Savater ha hecho de sus aficiones el material de buena parte de sus escritos. Reivindicó la novela de aventuras hace unos 30 años, cuando no estaba de moda hacerlo, y convirtió su pasión infantil por las carreras de caballos en uno de sus temas preferidos para artículos y ensayos. Ahora ha unido su gusto por las peripecias literarias y por la hípica en 'La hermandad de la buena suerte', la novela con la que ha ganado los 601.000 euros del Premio Planeta. -Usted plantea en esta obra las carreras de caballos como una metáfora de la vida. ¿En qué sentido? -Todo lo que es juego o competición supone crear una especie de maqueta de la vida, un terreno en el que se suceden una serie de incidencias. Los griegos llamaban al juego 'ágon', de agonía, lucha. Esa es la metáfora de la vida. Tenemos que esforzarnos en compañía de otros como compañeros o adversarios en un espacio y tiempo determinados, sometido a unas reglas. No puedes jugar donde quieras ni cuando quieras, como tampoco puedes meter un gol en el hall de tu casa, sino donde está la portería. En las carreras, cada jinete tiene que administrar el caballo que le ha tocado para sacarle el máximo rendimiento posible, y yo creo que eso tiene que ver con la manera en que manejamos la libertad humana. -¿Y cómo lleva todo eso a la novela? -A través de una serie de personajes que, bajo su punto de vista, cuentan unas historias que se van entrelazando. Al mismo tiempo, cada uno rememora también su vida, sus frustraciones, sus fantasmas. -Minutos después de que le concedieran el premio homenajeó a Baroja. ¿Por qué? -Porque me cura de la pedantería y eso me ha servido de mucho a la hora de escribir la novela. Si cuando me levanto me noto un poco pedante, leo tres o cuatro páginas de Baroja y se me pasa. -La trama gira alrededor de un yóquei desaparecido. ¿Qué interés tiene el millonario para hacerle aparecer? -Hay un gran caballo al que le vencen porque no le montó el jinete habitual. Es un caballo muy bueno, muy especial; tiene mucha cabeza, como decimos los 'hípicos' cuando es muy difícil de montar. Llega una gran copa y hay que encontrar a ese jinete que lo monta bien y que ha desaparecido. -En su autobiografía, 'Mira por dónde', aparece una foto suya, de niño, en el hipódromo de Lasarte y con unos prismáticos. ¿Hay algo de vuelta a la infancia en esta novela? -Las carreras han sido para mí una especie de eterno paraíso infantil. Como veo ese mundo desde fuera, lo idealizo y lo lleno de inocencia. Siempre me he encontrado bien en los hipódromos. A veces llego estresado y harto, cruzo la puerta, compro el programa y se me va todo. Es como si me habría tocado una varita mágica. -¿Quién le aficionó? -Mi padre. Empezó a llevarme a los hipódromos a los cinco años. Era el momento que teníamos los dos para estar solos, porque él trabajaba mucho. Yo tenía mucha relación con mi madre, que era la literata, la que me compraba los libros. Pero con mi padre me veía menos y sólo teníamos la oportunidad de estar juntos allí. Quizá por eso tengo esa idealización de las carreras. -¿Suele apostar? -Apuesto porque forma parte del juego, del rito. Pero poco, porque si apuestas mucho tú no ves la carrera, sino tu billete corriendo por la pista. Jugar es necesario porque así te lo tomas con más interés, pero no tanto como para que te impida ver la carrera. -¿Qué le ha supuesto la escritura de esta obra en el contexto de su vida pública? -Ha sido un año muy cargado. Hemos fundado un partido, hemos concurrido a unas elecciones contra viento y marea, sin apoyos y sin dinero. Hemos logrado sacar una diputada, y luego ha sido mi último año en la Universidad, ya que acabo de jubilarme. Entonces, durante una o dos horas me iba a ese jardín especial de la novela y ahí me olvidaba de todo y me evadía, me metía con mis personajes, con mis caballos, con el capricho de lo que yo quería que pasara, al contrario que la realidad, en la que tantas veces pasa lo que quieren los otros. -¿Lo de la jubilación es realmente jubiloso? -Siempre seré un educador porque lo he sido durante toda mi vida profesional. Pero uno puede seguir siéndolo sin tener que levantarse todas las mañanas para ir a la Universidad y sin tener que corregir exámenes. A estas alturas, creí que ya me lo iba mereciendo. -¿Por qué se presentó al Planeta? -En cierto modo, porque las quinielas me daban como finalista en los dos últimos años sin que yo me hubiera presentado. El año pasado me llamó mi hermana y me dijo: 'Oye, qué callado te lo tenías'. Como quedaba finalista sin haber escrito nada, pensé que si me presentaba, arrasaría. -¿Ha sido duro escribir una novela, una técnica que domina menos que el ensayo o el artículo? -Hombre, duro, no. Pero sí es verdad que he escrito desde la incertidumbre. Si me pongo a hacer un artículo, me siento y sé que va a salir a menos que se me caiga el techo encima. En la novela yo no tengo esa seguridad. ¿Saldrá o no saldrá? ¿Se me ocurrirá algo? Tienes que ir inventando sobre la marcha, y hay veces que te preguntas: ¿Qué hago ahora con este señor que lo tengo por ahí abandonado? ¿Lo mato? ¿Lo caso? -¿Qué va hacer con el dinero? -Lo administrará mi mujer, porque yo de eso sé muy poco. Lo importante del dinero es que te sirve para comprar tiempo, sobre todo para leer.

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