Borrar
«Zafra en sí misma es una perla, con brillo propio; un sueño ancaldo en la memoria con nítidos contornos, una ciudad blanca contra el firmamento azul inflamado de octubre»

Zafra

JESÚS SÁNCHEZ ADALID

Domingo, 5 de octubre 2008, 03:46

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Le llaman 'Sevilla la chica', y a mí no me gusta el apodo, aunque suene a piropo galante, o a guiño airoso; ni tampoco me satisface a pesar de que Zafra, en efecto, tenga una cierta querencia, un amor ancestral a la capital hispalense. Y no me gusta porque Zafra se basta y se sobra, y no necesita mirarse en ninguna otra, por admirable, magna o lustrosa, ni por afamada o universal que sea Sevilla. Zafra en sí misma es una perla, con brillo propio; un sueño anclado en la memoria con nítidos contornos, una ciudad blanca contra el firmamento azul inflamado de octubre.

Recorrer Zafra durante estos días significa contemplar las bellas y encaladas casonas, muchas de ellas señoriales, que descienden formando semicírculos desde la monumental presencia de la Candelaria, donde el barroco escribió, en la noble madera y el oro viejo de sus relieves, la furia de la fe orgullosa del XVI. Esta colegiata poderosa y grave, con vocación de catedral, lanza a los cielos su altanera torre de arcaicas campanas, cuya voz no envejece, y que prorrumpen cuando es su obligación en profundos y netos tañidos que llenan el aire limpio; brisa que desciende por las laderas del Castellar de imponente silueta que domina la distancia y unifica el paisaje, en la amalgama de la luz que funde la arquitectura y los campos dorados del temprano otoño.

Porque ir a Zafra -hermosa en cualquier época del año- es aún más emocionante cuando se vive todo el despliegue de la feria ganadera de San Miguel a primeros de octubre. Pero, antes de ir al recinto ferial, es obligado detenerse en el íntimo y recogido atrio que se extiende delante de la puerta de la fortaleza de los duques de Feria, hoy Parador Nacional de Turismo, donde se percibe el silencio que parece emanado de un templo. Para, después de un transitorio deambular y de pasar por debajo de algún arco misterioso, adentrarse en el súbito bullicio de la calle Sevilla, que te lleva en rápido y alegre paseo a la elegante Plaza de España, y contemplar extasiado los balcones cargados de flores sobre los soportales, los arcos y las típicas casas balconadas. Adentrándose luego en las entrañas del barrio antiguo, en las vecindades más escondidas que guardan la memoria mora, donde sorprende la mágica plaza Chica, silenciosa y casi siempre vacía, despejada, con cierta aura de claustro cenobial. Y si hubiera tiempo, perderse buscando sus conventos o recrearse ante el fausto elegante de un palacio convertido en hotel de ensueño.

Aun gozando de sosegados rincones en su ciudad, los segedanos son gente briosa y determinada, que se animan con afán lo mismo a la cultura, a los libros y la música «seria», que a la comida, la bebida, los toros, el cante y el baile. Zafra tiene una oferta cultural permanente que ya quisiera las capitales. Es toda una manera de ser, una especie de ímpetu vital resuelto a agotar la vida. Para mí, un descubrimiento que se me antoja surgido de un milenario mestizaje: árabe, cristiano, ultramarino, portuario, castellano, andaluz, mercachifle, artesano, campesino, ganadero ¿Quién sabe! Una amalgama, un todo, un paradigma extraño y a veces desconcertante en el corazón de la reciedumbre extremeña. «Churretines» dicen ellos que son, a mucha gala. ¿Y qué demonios significa eso? Ni ellos mismos lo saben, por ser tal vez una forma de nombrar lo innombrable; la manera de diferenciarse y de identificarse con su ser ardiente y a la vez introspectivo. Zafra es un lujo, eso es lo que es, y lo que supone en la realidad multiforme de Extremadura.

De vez en cuando me evado y me voy allí, a nada en particular; sencillamente a darme el gustazo de verme envuelto en aquella luz particular por la mañana, en completa soledad. Cierto es que tan exclusivo placer no se puede disfrutar en estos días; pues se trata de lo contrario: en la Feria de San Miguel toda la región está en Zafra y, como suele decirse, «te encuentras a todo el mundo». Pero también eso es una maravilla. ¿Qué bullicio, qué gentío !

En la Feria de Zafra se alían la seriedad, el progreso y el negocio con la fiesta y la alegría de vivir. A diferencia de otros lugares, como la susodicha Sevilla, donde la feria ya ni se acuerda de que un día fue «ganadera», a fuerza de embeberse en sí misma entre palmas, faralaes y manzanilla. Sin embargo, recorriendo el ferial segedano da gloria enterarse de los avances en la realidad ganadera, aunque uno no se dedique a esos menesteres. Allí se dan cita los más emprendedores propietarios de los recursos pecuarios, junto a la banca, los corredores y los mayores entendidos en ovejas, bovinos, caprinos y porcinos; sin que se le niegue un sitio a la cosa avícola, a la pasión cinegética o a lo que sea, tenga pelo o pluma.

Hay que ver lo que entienden en Zafra de comida, de vinos, de tapas En cualquier época -no hace falta que sea feria- se pueden hallar las mejores posibilidades gastronómica en sus múltiples restaurantes, mesones o sencillas tascas. Y por la tarde, ¿a los toros! Menuda plaza tiene Zafra. Y es que no le falta de nada

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios