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Grabado de Rodrigo de Holanda realizado en 1576 que recoge un momento de las obras de construcción de El Escorial. / COLPISA
El Escorial, un laberinto esotérico
SOCIEDAD

El Escorial, un laberinto esotérico

Varios autores cuestionan el carácter frío del mamotrético edificio y lo definen como «un nuevo templo de Salomón para la sabiduría y el gobierno universal»

MIGUEL ÁNGEL BARROSO

Domingo, 4 de mayo 2008, 13:41

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Sostiene Luis Racionero, superficial viajero (por confesión propia, y como tantos otros) en este laberinto pétreo, que «ni la personalidad enigmática, reticente y esquiva del rey constructor, ni la serena solidez clara de su obra, darían a pensar que El Escorial contuviese símbolos esotéricos o academias herméticas de sabios rozando inesperadas heterodoxias. En este panteón envuelto por un convento, el rigor petris es abrumador».

Sin embargo, El Escorial es mucho más que una mole dibujada con escuadra y cartabón bajo la sombra del monte Abantos, en la sierra de Guadarrama. Su aparente frialdad es una impostura. Todo es equívoco a primera vista. Las puertas que parecen entradas principales estaban destinadas a la servidumbre. El atrio que se abre majestuoso al Patio de Reyes se convierte, de pronto, en insólita y angosta entrada, oscura como una cueva, que da acceso a la gran basílica que nunca estuvo abierta al público. El palacio del rey, casi escondido en un extremo del edificio, en realidad se encuentra colocado en el centro de las comunicaciones, como la cabina de un piloto que que dirige una nave de gran poder. Porque el monumento fue concebido como un nuevo templo de Salomón para la sabiduría y el gobierno universal. «Tras la imagen del rey austero hay un fondo de esoterismo místico -continúa Racionero-. Es lo último que nos esperábamos de Felipe II».

La leyeda negra deconstruida

«Para comprender El Escorial hay que meterse en la cabeza y el corazón del rey», asegura Javier Morales Vallejo, autor de «El símbolo hecho piedra» (editorial Áltera). Según el hispanista George A. Kubler, la leyenda negra inventada en Holanda, Francia e Inglaterra como arma política se extendió y llegó a nosotros porque los propios españoles nos la hemos creído. Morales está de acuerdo.

Para su investigación, Javier Morales, doctor en Historia del Arte y en Filosofía, que ha dirigido diversos departamentos de Patrimonio Nacional y actualmente enseña iconografía y arte en la Facultad de Teología de San Dámaso, en Madrid, ha buceado en los escritos de Lulio -filósofo, poeta, místico, teólogo y misionero mallorquín del siglo XIII- que Felipe II leía con avidez y subrayaba, y de Jean L'Hermite -ayuda de cámara del monarca- y otros personajes del «círculo escurialense», como Fray José de Sigüenza, historiador de la orden Jerónima, bibliotecario y primer cronista del monasterio.

«El Escorial fue la obra de madurez de Felipe II. Comenzó a construirse cuando contaba 36 años y se finalizó veintiún años más tarde, cuando cumplía 57 de su edad. Desembolsó cinco millones de ducados y lo disfrutó terminado durante 14 años. Según Morales, «El Escorial es el molde en piedra de una conciencia hermética, sabia y profunda. Es la cara oculta y verdadera de Felipe II, que organizó su vida a escasos metros del Sagrario y de su sepulcro, en situación en absoluto triste, necrófila o morbosa como la pintó la leyenda negra, aunque solo comprensible desde la conciencia mística».

Hebraísmo escurialense

En el complejo panorama religioso español del siglo XVI tuvo una gran importancia la mística hebraica y la cábala, una de las principales corrientes del esoterismo judío, en esencia una «ciencia nueva» que busca en la Torá (el Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia) el significado del mundo y la verdad. Esa huella está presente en El Escorial de forma abrumadora. En las crónicas del padre Sigüenza aparece con toda claridad el paralelismo entre el templo-palacio de Salomón y el templo-palacio de Felipe II. De hecho, los gigantescos reyes hebreos que el monarca español ordena colocar sobre las puertas de la basílica son precisamente los constructores del templo de Jerusalén. La idea fue de Arias Montano, maestro de José de Sigüenza y uno de los símbolos del hebraísmo escurialense. En uno de sus libros aparece un grabado de Salomón con efigie de Felipe II rodeado de instrumentos.

Hay muchas más pistas. Por ejemplo, en el templo de Salomón el pueblo se quedaba en el atrio, desde donde podía divisar el altar. Nadie se sentaba a excepción del rey. En la basílica de El Escorial, sin bancos para sentarse, el pueblo sólo entraba hasta el sotacoro y tenía su función religiosa fuera, en el Patio de los Reyes. En ambos recintos estaba prohibida la entrada de animales. No perdamos de vista al arquitecto en este tramo final. Herrera escribió el «Discurso de la figura cúbica según el arte de Raimundo Lulio». El aposentador del rey llevará la geometría cósmica a través de la figura cúbica y de las esferas a la arquitectura y decoración de El Escorial.

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