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PROFESOR. Ibon Zubiaur posa en Tubinga, donde imparte clase desde hace años. / ALE ZEA
«El discurso racional puede ya poco contra la homofobia»
IBON ZUBIAUR ENSAYISTA

«El discurso racional puede ya poco contra la homofobia»

El autor, profesor en Alemania, ha publicado un libro sobre los pioneros del concepto de homosexualidad

CÉSAR COCA

Lunes, 28 de enero 2008, 02:43

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Ibon Zubiaur (Getxo, 1971) ha ido a los orígenes del debate filosófico sobre el concepto de homosexualidad. En su libro 'Pioneros de lo homosexual', selecciona textos de tres autores alemanes que en la segunda mitad del XIX y desafiando las convenciones y las leyes se atrevieron a defender de manera argumentada esa opción sexual. Zubiaur realiza una introducción a esos textos y pone de relieve que hoy, como hace siglo y medio, quienes no asumen la normalidad de la atracción entre personas del mismo sexo no aceptan los argumentos de la ciencia ni la filosofía.

-Hay testimonios de relaciones entre personas del mismo sexo desde la antigüedad. ¿Cómo se esperó hasta el siglo XIX para que definir el concepto de homosexualidad?

-Porque sólo a nuestra sociedad burguesa contemporánea se le ocurre que esos contactos respondan a una naturaleza diferente de un determinado tipo de personas. O que la mayoría de las personas tienda por naturaleza sólo al sexo opuesto. Hallamos esos testimonios en todas las grandes culturas, pero sólo la nuestra desarrolla una categoría identitaria a partir de esa preferencia sexual. Los conceptos de 'homosexual' y 'heterosexual' los introduce Karl M. Kertbeny en 1869.

-En el XIX algunos 'especialistas' dicen que los homosexuales tienen características específicas en sus órganos sexuales. ¿Cómo en el siglo del avance de la ciencia se pudieron sostener semejantes cosas?

-Es que también hoy abundan desvaríos de ese pelo: los 'especialistas' pueden decir tonterías como cualquier otra persona. Un discurso no es científico por el título o la profesión de quien lo enuncia, sino por estar sujeto a prueba y verificación.

-El liberalismo que se expande por entonces propugna reducir el papel del Estado pero mantiene una amplia regulación de la vida sexual. ¿Cómo se entiende una intromisión en un ámbito tan privado?

-En general, desde el siglo XIX se asiste a una creciente regulación de la privacidad. No sólo con respecto al sexo: el Estado puede hoy retirar la custodia a unos padres porque su hijo pesa cien kilos, por ejemplo. Los textos que presento ilustran un cambio de paradigma: si hasta el XIX el sexo antinormativo era competencia de teólogos y juristas (como pecado y delito, respectivamente), cada vez más se considera asunto de médicos y psiquiatras, casi siempre como patología.

Opción responsable

-En la Edad Media se dio una enorme promiscuidad. ¿No sirvió para considerar 'normales' las relaciones entre personas del mismo sexo?

-En cierto sentido, puede que fuera así. Cuando los tratados ascéticos y manuales de confesión coinciden en examinar el deseo hacia el propio sexo, es porque se considera una posibilidad 'normal' en cualquier persona (otra cosa es que su práctica pudiera llegar a costarle a uno la hoguera en caso extremo). Cuando el modelo dominante es que 'la carne es débil' y que todo el mundo puede sucumbir a la tentación en asuntos sexuales, se genera también una forma de tolerancia ante esas posibilidades diferente a cuando se consideran excluidas de antemano en las personas sanas.

-¿Qué actitud adoptó la Iglesia ante esa irrupción del debate homosexual en la agenda pública?

-Más o menos la que sigue manteniendo hoy día. Lo interesante es que la Iglesia católica en particular pone mucho empeño en sostener que la homosexualidad no es un destino innato sino una opción responsable, para así poder condenarla como vicio. Al mostrar en este libro cómo y por qué hemos llegado a creer que la orientación sexual constituye un rasgo estable, coincido con ellos en parte: hay quien se acuesta con personas de su propio sexo (o del otro) no porque su naturaleza le obligue a ello, sino porque le da la gana. Y lo encuentro estupendo.

-Desde el punto de vista de la filosofía, ¿está ya cerrado el debate?

-La filosofía y las ciencias humanas no han de cerrar debates sobre valores; más bien, deben abrirlos. Pueden mostrar que las relaciones homosexuales están presentes en todas las grandes sociedades y en el reino animal, que no hay diferencias entre quienes las practican y quienes practican el sexo heterosexual, que ninguna de estas prácticas afecta negativamente a la salud, que la sexualidad humana es diversa y plural...

-Pero hay quien sigue criticando todo eso con extrema dureza.

-Frente a la homofobia contumaz, el discurso racional ya poco puede, salvo oponerse a que se extienda a la legislación o a que genere discriminaciones en la vida real de las personas.

Totalitarismos

-¿El fin del sexo con objetivo puramente reproductivo ha afectado a la aceptación de la homosexualidad?

-Desde luego, constituye un paso esencial. Reducir la sexualidad humana a la reproducción es simplemente degradante. Para los que pensamos que la sexualidad es un ámbito de encuentro y de respeto, de enriquecimiento mutuo y de disfrute, cualquier fórmula entre personas libres es igual de válida.

-¿Por qué la persecución de la homosexualidad ha sido especialmente intensa en las sociedades regidas por gobiernos totalitarios?

-Todos los totalitarismos coinciden en negar la diversidad humana y en proclamar un modelo uniforme para la conducta de sus súbditos. Para muchos de entre quienes consideran que el modelo familiar tradicional es el pilar de nuestra sociedad (aunque hoy sea minoritario y otras sociedades conozcan modelos muy distintos), la diversidad sexual constituye la peor amenaza. De ahí las proclamas apocalípticas que venimos escuchando. Toda diversidad viene a ser antitotalitaria y todo totalitarismo tiende a sofocarla.

-¿Se entiende el mundo de manera diferente según la orientación sexual de cada uno?

-Directamente, desde luego, no. Otra cosa es que en un entorno en el que ciertas conductas o gustos son perseguidos, quienes comparten éstos desarrollen una sensibilidad común en más de un punto. Los gustos por sí mismos no conllevan una determinada visión del mundo, pero su persecución convierte a gentes muy distintas en heterodoxos. Así como la censura obliga a aguzar el ingenio, la imposibilidad de vivir libremente sus deseos sexuales parece haber estimulado los talentos artísticos de muchas personas o su conciencia política.

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