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Muere Bobby Fischer, el genio conflictivo

Enfermo, vivía desde hace unos años recluido en Islandia, país que le acogió después de numerosos problemas con las autoridades estadounidenses

DANIEL ROLDÁN

Sábado, 19 de enero 2008, 02:52

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La televisión islandesa tiene cosas curiosas. Emite ajedrez en horario estelar para que los telespectadores disfruten de una de sus principales aficiones. El 9 de diciembre de 2006, dos ajedrecistas disputaban una partida con normalidad hasta que el teléfono del estudio sonó: una voz grave mostró a los espectadores una jugada magistral para acabar en mate la contienda. Era Bobby Fischer, un genio introvertido, que realizó entonces una de sus últimas apariciones públicas. El ajedrecista más grande de todos los tiempos vivía recluido en Reykiavik, olvidado por el resto del mundo, y allí murió este jueves, víctima según unos de un cáncer de huesos, de una insuficiencia renal según otros. Tenía 64 años, el número de escaques de un tablero.

El país nórdico fue la última parada de una vida brillante en lo deportivo y desgraciada fuera del tablero. Desordenado, obsesivo, antisemita y maníaco paranoico, Fischer cerró el círculo de su vida en la isla donde logró parar al mundo en agosto de 1972. Neoyorquino de adopción (nació en Chicago el 9 de marzo de 1943), se ganó el derecho de enfrentarse a Boris Spassky, el icono de la URSS en esos momentos. El estadounidense venció el interzonal de Palma de Mallorca al danés Bent Larsen y a los soviéticos Mark Taimanov y Tigran Petrosian para poder enfrentarse al Gran Maestro. Logró 19 victorias consecutivas, sin tablas, un récord todavía imbatido, y sembró el pánico al otro lado del telón de acero, donde el ajedrez era una cuestión nacional.

Islandia, en el mapa

El duelo entre las dos potencias se celebró en Islandia, un país ajeno a la guerra fría ignorado por casi todos hasta la celebración del duelo. En la primera partida, el campeón del mundo dominó al insolente yanqui; en la segunda, Fischer no se presentó. Pero en la tercera, el genio que a los 14 años era dos veces campeón de Estados Unidos y a los 15 lograba el título de Gran Maestro venció. Las tablas dominaron la cuarta y la quinta partida. A partir de entonces, Fischer renació y sólo cedió una partida. En la vigésimo primera, el americano se fue al hotel a dormir mientras Spassky se estrujaba el cerebro buscando una solución.

El de San Petersburgo claudicó el 31 de agosto. Fischer ganaba con 7 partidas a su favor, 3 perdidas y 11 tablas. Estados Unidos festejaba el entorchado mundial como si hubiera tomado Moscú. Era una gran victoria moral que Spassky años después reconoció: «Era un creyente del ajedrez. Siempre buscaba la verdad en el tablero y nunca buscaba los efectos baratos».

El triunfo, en cambio, fue el inicio del fin para Fischer. Los demonios le dominaron como en los años 60, cuando pululaba por el quinto y el sexto puesto debido a sus abandonos de partidos o las incomparecencias. No volvió a disputar un duelo oficial y perdió el título en 1975 al no aceptar la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) sus condiciones.

Se retiró con 29 años. Después, desapareció del mapa. En 1992 participó en un paripé organizado en Yugoslavia. Un magnate ofreció una bolsa de 3,2 millones de dólares a Spassky y Fischer por enfrentarse en Sveti Stefan y Belgrado. Los dos jugadores aceptaron y el estadounidense volvió a ganar.

En las sombras

Sin embargo, la victoria le salió muy cara. Yugoslavia estaba bajo embargo internacional y EE.UU. consideró que Fischer lo había violado. Su propio Gobierno lo consideró un traidor y lo puso en la lista de fugitivos. Volvió a desaparecer otros doce años. En 2004 reapareció en el aeropuerto de Tokio, donde fue retenido en el control de pasaportes.

Después de quince meses de negociaciones, Fischer fue entregado al gobierno isñlandés bajo la condición de que nunca sería extraditado. Islandia cumplió, le dio la nacionalidad y le dejó en paz. Sobrevivió en un pequeño apartamento, retirado del mundanal ruido, con las únicas visitas de sus amigos islandeses y su novia japonesa, Miyoko Watai. El genio había encerrado el tablero en el armario para siempre.

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