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Retrato de Manuel Godoy en el Palacio de Godoy en Badajoz.|HOY
Manuel Godoy vuelve a casa
BADAJOZ

Manuel Godoy vuelve a casa

El badajocense que restituyó la integridad territorial a España descansará en su ciudad

ALBERTO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ

Domingo, 4 de noviembre 2007, 12:31

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Manuel Godoy, el español de sangre no real que más poder, títulos y honores acumuló de toda la historia de España, nació en Badajoz el 12 de mayo de 1767, en una casa de la calle Santa Lucía que aún se conserva, en cuya fachada luce el escudo familiar y las cadenas que atestiguan que en ella se alojó el rey Carlos IV. Pese al amplio número de otros de gran renombre, naturales también de nuestra ciudad, es quizá el badajocense más afamado y conocido de todos los tiempos. Desde luego, el que más alto rango alcanzó.

Entre sus últimas voluntades, incluidas en las Memorias que redactó, en parte para justificar su actuación, y en parte para obtener algunos pobres ingresos, expresa repetidamente su voluntad de volver a Badajoz. Deseo que siglo y medio después, merced a la decisión de la actual Corporación Municipal y al apoyo de las demás instituciones y principales empresas extremeñas, va a verse cumplido por fin, con el traslado de sus restos a su ciudad natal, para ser depositados con todos los honores en el monumento que hace exactamente dos siglos se le debe también.

El escultor Luis Martínez Giraldo será el encargado de hacer el monumento con el que Badajoz recordará al Príncipe de la Paz, y que está previsto que esté ubicado en la plaza de San Atón y que sea inaugurado el 6 de junio de 2008, año en el que se conmemorará el segundo centenario de la Guerra de la Independencia. Con esta iniciativa, el Ayuntamiento de Badajoz, la Diputación, Caja Badajoz y el diario HOY pretenden que la figura de Godoy, en el olvido durante tantos años, sea conocida por todos los pacenses.

De Badajoz a Madrid

Nacido en el seno de una familia de mediana nobleza, de padre oriundo de Castuera, militar, y madre de antecedentes portugueses, camarista en la Corte de Carlos III, tras cursar estudios en el seminario San Atón, único centro superior existente en Extremadura en su tiempo, a los 17 años marchó a Madrid como guardia de Corps. Allí, a partir del conocido episodio de su caída de un caballo en 1788, valiéndose de su gallardía juvenil se ganó el aprecio de los que pronto serían reyes, Carlos IV y María Teresa de Parma, afecto que supo utilizar muy bien, y que le abrió un futuro de horizontes insospechados.

Una carrera meteórica

Merced a tal afecto -y al interés de los reyes, que hallaron en él la figura adecuada para sus planes- protagonizó una carrera meteórica que en menos de cuatro años lo hizo pasar de soldado raso como guardia de Corps a todopoderoso primer ministro, emparentar con la familia real por su matrimonio con la prima del rey, María Teresa de Borbón, duquesa de Chinchón, y recibir, en una acumulación sin precedentes, todos los cargos y distinciones habidos y por haber, muchos creados expresamente para él. Como el de duque de Alcudia y grande de España, Príncipe de la Paz, generalísimo de los Ejércitos de Tierra y Mar, gran almirante de España e Indias con tratamiento de Alteza Real, y hasta casi cien más.

Tan fulgurante ascenso -achacado a sus amoríos con la reina María Luisa de Parma-, su ambición, la escasa formación y méritos para los altos cargos que ocupó, y su entrega a Napoleón, son los argumentos de la leyenda negra que todavía en nuestros días envuelve su figura. Imputaciones que la historiografía moderna está demostrando falsas mediante los trabajos de investigadores como Seco Serrano, Emilio La Parra, Enrique Rúspoli, José Belmonte, y otros a nivel nacional o local, entre ellos Limpo Píriz, y quien esto firma.

Luces y sombras

Personaje de luces y sombras, si no esos, Manuel Godoy tuvo por supuesto aspectos discutibles, como las relaciones con su amante Pepita Tudó, con la que tuvo dos hijos y después casó. O poca prudencia en la ostentación de su posición y riquezas. Mas junto a ellos hay que considerar los positivos, que también los tuvo, y no escasos. Aficionado al arte y experto bibliófilo, lejos de ser el patán ignorante y lascivo que presentan sus detractores, que por su origen extremeño lo llamaban despectivamente 'El Choricero', poseyó una estimable formación ilustrada, basada en sus estudios, lecturas, y relación con los intelectuales, escritores y artistas más relevantes de su tiempo, a la mayoría de los cuales favoreció. Bagaje que cimentó su labor como estadista, orientó su actuación como gobernante, e inspiró su interés por los problemas de una España que se propuso modernizar con actuaciones en no pocos casos revolucionarias, que aún sorprenden por su adelanto a los tiempos.

Intuitivo, audaz, buen gestor, dotado de enorme capacidad de trabajo, que mantenía con ayuda de los numerosos cigarros puros que consumía en sus jornadas de más de catorce horas diarias, era de trato sencillo y abierto, tolerante y nada riguroso con sus enemigos, cualidades con las que sabía ganarse a cuantos le rodeaban. Y sobre todo, este insigne pacenses fue un gran patriota, que supo adivinar los planes de Napoleón para someter España, y en ocasiones adelantarse a ellos, como hizo con la Guerra de las Naranjas. Ocasión en que, frente a la desvergonzada codicia de Luciano Bonaparte, demostró su honestidad.

Zarandeado

Primer ministro y amigo de toda confianza de Carlos IV y su esposa María Luisa de Parma, ocupó el poder durante 15 años, en dos etapas distintas, en una de las coyunturas históricas más críticas y adversas para España, bajo la presión de Inglaterra por un lado y Francia por otro, en un complejo panorama internacional pleno de acontecimientos que lo desbordaban todo, y en el que la neutralidad no resultaba posible. Un marco de ajustadísimos equilibrios que dejaba muy escaso margen a la maniobra. Esas fueron las circunstancias a que debió hacer frente el Príncipe de la Paz, moviéndose en el ajustadísimo espacio que cada momento le permitía, hasta verse arrastrado por hechos sobre los que no tenía ningún control. Lo que hizo que, como señala Seco Serrano, «en tan procelosa tempestad, Godoy fuera no piloto, sino náufrago zarandeado por los elementos».

Pese a lo cual supo capear el temporal de la mejor manera posible sin perder un solo palmo del territorio nacional. Lo que resulta altamente meritorio en una situación en que potencias como Italia, Suecia, Polonia, Austria, Rusia, o incluso la potente Prusia, resultaron desmembradas, logrando todavía restituir a España la integridad territorial histórica, con la recuperación de Olivenza tras la Guerra de las Naranjas. Hecho que por sí solo lo hace merecedor del reconocimiento de su patria y el recuerdo de la historia.

Las luces del pan

Y no solo por eso sino porque, pese al torbellino del exterior, cuyos problemas exigían toda su atención, fue capaz de desarrollar simultáneamente una eficaz política interior de corte progresista, tendente a abrir y dinamizar la sociedad española mediante medidas encaminadas a domeñar los estamentos privilegiados para incorporarlos a las tareas nacionales; modernizar las estructuras socioeconómicas en beneficio de los más desfavorecidos, como los inválidos, huérfanos y expósitos, a los que igualó en sus derechos; o promocionar la cultura, el arte, las ciencias, la industria, el comercio y otros ramos, a través de una política imaginativa plagada de iniciativas novedosas, como la creación de instituciones, academias y centros de todas clases; una reforma agraria y de desarrollo rural de gran alcance; mejora sanitaria, incluyendo planes para la vacunación de toda la población en España y América; arreglo de caminos y mejora de las comunicaciones, con eliminación de las aduanas interiores, supresión de la Inquisición y la censura de prensa, tolerancia hacia los judíos, y muchas actuaciones más insólitas para su época. Hasta el proyecto de ocupar el reino de Marruecos mediante un ingenioso plan, frustrado en el último momento por Carlos IV. Todo bajo su gran obsesión de la educación, y el objetivo de proporcionar a España, «Pan, y las luces que traen en pan».

Estadista instantáneo

¿Cuáles fueron la razones de su encumbramiento en plena Revolución Francesa, y su llegada al poder en tan difícil coyuntura, convirtiéndolo en lo que el historiador Jonh Lynch llama, en afortunada expresión, «un estadista instantáneo»?. En principio, y paradójicamente, la misma confusión del momento. Y sobre ese fondo dos fundamentales: Una, la necesidad de Carlos IV de encontrar alguien nuevo, capaz de superar el fracaso de las políticas contradictorias de sus antecesores Floridablanca y Aranda. La otra, sus propias condiciones personales de figura independiente, libre de grupos que lo presionaran o intereses que lo condicionaran, sin otro respaldo ni lealtad que la de quien lo nombraba y respaldaba. Esto es, el rey. Que pese a lo que se ha dicho era quien realmente mandaba, como quedó de manifiesto, entre otras muchas ocasiones, cuando lo desautorizó en ciertas reformas militares que provocaron su dimisión en 1798, o cuando en 1808 se negó al traslado a Badajoz preparado por Godoy para salvarlo de Napoleón. Negativa que desembocó en el motín de Aranjuez, el derrocamiento del monarca a manos de Fernando VII, y la caída, maltrato y prisión del Príncipe de la Paz, la anulación de todos sus títulos, nombramientos y honores, la confiscación sin juicio de todos sus bienes y, tras ser salvado de la muerte in extremis, el destierro a Francia junto con sus protectores Carlos IV y María Luisa de Parma, perseguido a muerte desde entonces por su enemigo acérrimo, Fernando VII.

Exilio y muerte

Tras la muerte en Italia de ambos monarcas en 1819, Godoy, huérfano ya de todo apoyo, marchó a París, donde durante treinta años luchó por la recuperación de sus títulos y bienes, y sobre todo la restitución de su buen nombre. Aunque sin ningún resultado. Hasta que anciano y pobre, olvidado y abandonado por todos, murió en la más absoluta miseria el 4 de octubre de 1851 a los 84 años de edad, tras un destierro de 43, el más prolongado y dramático sufrido jamás por ningún español. Debido a su extrema pobreza fue enterrado en una fosa común en la iglesia de San Roque. De la que, apiadado por su situación, lo sacó poco después uno de sus acreedores, para trasladarlo al modesto panteón del cementerio de Père Lachaise en que actualmente reposa.

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