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TRIBUNA EXTREMEÑA

El relativismo moral de nuestra sociedad

ADOLFO MAÍLLO

Martes, 23 de octubre 2007, 03:15

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HAY realmente un relativismo moral, como pregonan hoy distintos sectores de la sociedad? Aznar, al ser investido doctor honoris causa por la Universidad Sacro Cuore de Milán hizo en su discurso un análisis sobre la pérdida de valores y el relativismo moral que se extiende por Europa. Por su parte, la Conferencia Episcopal en un documento dado a conocer no hace mucho se habla del subjetivismo-relativismo secular en la moral católica. A mayor abundamiento el secretario del PP en el Congreso de los Diputados habla de «relajación y relativismo moral que impregnan la sociedad, los partidos y los individuos». Para Benedicto XVI el relativismo moral es la causa de la crisis que atraviesa Europa. «Si la verdad no existe para el hombre, entonces tampoco este puede distinguir entre el bien y el mal» ha dicho en la capilla de Mariacell, a 150 kilómetros de Viena.

Pero, ¿qué es el relativismo? Es una doctrina según la cual no puede darse ninguna verdad absoluta, universal y necesaria, sino que la verdad viene dada en virtud de un conjunto de elementos condicionantes que la harían particular y mutable.

En el relativismo sociológico, el factor condicionante de la verdad del juicio sería el propio grupo social. Y éste, según el filósofo francés Durkheim, presiona de modo irresistible e inconsciente sobre sus miembros, imponiéndoles sus normas de conducta y criterios de valoración.

Realmente, según el sesgo de los acontecimientos se nos quiere llevar a un racionalismo progresista y laico en el cual el camino de la salvación humana estaría en encontrar una respuesta secular a todos los problemas de nuestra sociedad. Es decir, la aplicación de la razón y la ciencia, una herencia maldita que nos legó la Ilustración. Pero la razón no es la única ni siquiera la más importante fuente de conocimientos. La fantasía y la imaginación desempeñan también un papel crucial, al proteger los sueños y las aspiraciones humanas frente al realismo y al positivismo propios de la razón, en lo que estamos de acuerdo con Marcuse.

Para Marx no hay verdades intemporales sino más bien una evolución histórica, un cambio continuo. El relativismo de hoy se debe a que el hombre cree en la existencia de fuerzas que no son conscientes y que actúan sobre sus criterios «como la fuerza cósmica de Schopenhauer, la moral vinculada a la clase como pensaba Marx, los impulsos inconscientes de Freud o la multiplicidad de costumbres condicionadas por circunstancias no controladas por el hombre en el criterio de los antropólogos sociales» como piensa Isaiah Berlin.

Por otra parte, para algunos la voz de la Iglesia no deja de ser una rémora, un freno, porque ha ralentizado el progreso de la sociedad impidiendo su normal desarrollo, cuya fuerza estaría en el camino de la ciencia, de la razón y de la naturaleza. Y los que así se manifiestan no ven el relativismo moral como una perversión, muy al contrario le consideran como una necesidad para que la sociedad evolucione y avance, porque los valores morales de una sociedad, para ellos, estarían sujetos a circunstancias sociales, económicas e históricas cambiantes y, por tanto, el sentido del bien y del mal dependería de cada sociedad y de cada momento.

Es evidente que existe una base compartida por toda la humanidad y por ello es necesario diferenciar el relativismo del pluralismo. Este vendría a admitir la existencia de diferentes fines para el hombre, pero a condición de ser racionales, humanos, pues la naturaleza del hombre, aunque diversa y cambiante, tiene caracteres genéricos ineludibles para ser humana.

Platón, Aristóteles y Kant creen en la existencia de verdades morales universales, aceptan la diversidad de culturas, pero consideran inaceptable que esas creencias sean diferentes según las culturas. Emmanuel Kant lo resume en esta frase: «El cielo estrellado encima de mí y la ley moral dentro de mí son pruebas de que hay un Dios por encima de mí y un Dios dentro de mí, y estos son los valores universales».

Fuera de todo principio teológico o filosófico hemos de admitir la existencia de valores objetivos-esencias puras y, en calidad de tales, intemporales (Max Scheler), de principios básicos, de normas ética universales, firmes y asentadas frente a los cambiantes vientos de la historia y de la sociedad..

ADOLFO MAÍLLO es doctor en Medicina

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